Ojos blancos en la guerra

Capítulo #2

—¿De qué hablas? —pregunté, tratando de ocultar la sorpresa que todavía debía reflejar mi rostro. No quería parecer afectado.

Ella me miraba, como si esperara una reacción. Volví la vista hacia adelante y retomé el paso, fingiendo interés en los posters de actividades y clubes que cubrían el pasillo. Cada fibra de mi ser me impulsaba a preguntarle lo que quería saber... pero el temor de sonar como un loco me detuvo.

Cuando llegamos a la enfermería, ella se marchó sin más. La observé mientras se alejaba, no tanto por ella, sino por esa silueta que había visto antes y que, aunque no quería admitirlo, me helaba la sangre. La intriga se mezclaba con el miedo, y eso lo hacía peor. Me aseguré de que ella desapareciera de vista antes de entrar a la enfermería.

La enfermera, una mujer regordeta y con la misma expresión malhumorada de siempre, apenas levantó la vista. Me tomó la presión sin decir palabra, y al ver que estaba "normal", solo suspiró y me extendió un vaso de agua con una aspirina. Me indicó que me fuera, como si yo estuviera ocupando un espacio precioso en su horario.

Revisé el reloj. Solo faltaban unos minutos para el receso, pero no tenía ninguna intención de volver a clases. Salí de la enfermería y me encaminé por los pasillos. Mientras avanzaba, oí murmullos. Me detuve antes de girar, sin querer toparme con alguien que me obligara a regresar al salón.

—¿No sabías su contraseña? —reconocí la voz de Joscelyn, una compañera de mi clase. La voz aguda y divertida de sus amigas me confirmó que no estaba sola.

Con cautela, me asomé y vi cómo abrían un casillero. Mi estómago se retorció cuando noté que era el de Samara. Joscelyn sacó su típico suéter azul celeste, el mismo del que siempre se burlaban.

—Ya ponle eso —ordenó, acomodándose su cabello castaño detrás de la oreja.

—No crees que nos estamos pasando. —dijo Nidia una de sus amigas.

—Eso no pensó su madre, cuando por su culpa se separaron mis padres. Ni cuando su hermano robó cosas de mi casa, después de que fuimos buenos con él, al ofrecerle trabajo.

Nidia, ya no mencionó nada, sacó una bolsa de plástico y, al abrirla, un hedor tan fuerte salió de ella que hasta yo pude olerlo desde la distancia. Las carcajadas de las chicas parecían llenas de malicia, mientras depositaban el contenido maloliente en el casillero de Samara.

"Esto no es asunto mío", pensé, tratando de convencerme. No tenía por qué meterme; si fuera el casillero de Damian, claro, ahí la cosa sería diferente. Pero Samara... Ella no era más que otra compañera. Sonó el timbre anunciando el receso, así que me apresuré a salir antes de que las chicas me vieran.

Damian ya me esperaba en la misma banca de siempre, con una expresión de preocupación. Cuando llegué, abrió su lonchera y comenzó a sacar nuestros platillos, aunque sus ojos no dejaban de examinarme.

—¿Qué pasó en clases? —preguntó en voz baja, como si intuyera que algo iba mal.

—Me desvelé estudiando —mentí.

Una parte de mí quería contarle lo que realmente me estaba sucediendo. Sabía que Damián no me tacharía de loco; él me escucharía y tal vez me creería. Pero... ¿Y si la silueta que había visto era real? ¿Y si era algo peligroso?.

—Está bien —dijo, soltando un largo suspiro. Sabía que no había creído mi excusa, pero lo dejó pasar, consciente de que no quería hablar del tema.

—¿Pudiste avanzar con tu historia? -
—pregunté, intentando desviar la conversación.

—Tengo un bloqueo terrible, pero ya hice los bocetos de mis personajes. ¿Quieres verlos? —No esperó mi respuesta y sacó su libreta con entusiasmo, abriéndola con una sonrisa.

Damián comenzó a hablar sin detenerse, explicando con pasión cada uno de sus personajes y las habilidades especiales que les había dado. Yo escuchaba atento, contagiado por su emoción, hasta que mis ojos se cruzaron con una escena. Samara salió corriendo, abrazando su suéter contra el pecho. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su rostro rojo de vergüenza, mientras las risas de otros estudiantes resonaban a su alrededor.

—Pobre Samara... Ni así la dejan de molestar —dijo Damián, con tristeza. Para mi sorpresa, se levantó de golpe y clavó la vista en Joscelyn y su grupo.

—No te metas en problemas —murmuré, deseando que se quedara conmigo, pero ya era tarde. Damián avanzó hacia ellos, decidido, sin mirar atrás.

Admiraba esa valentía en él, ese impulso de proteger a los demás, sin importar si los conocía bien o no. Pero también me frustraba, porque cada vez que se lanzaba a defender a alguien, yo terminaba en medio del lío. Aun así, me quedé sentado un momento, observando la escena.

—¡Son unos idiotas! —exclamó Damián con coraje—. ¡Déjen de molestarla! ¿Qué demonios les pasa?

—¿Y a nosotros qué? —respondió Nat con arrogancia, uno de esos chicos que siempre tenía un grupo a su alrededor. Sus ojos verdes miraron a Damian con desprecio, pero mi amigo no desvió la mirada. —Damian, mejor dedícate a tus dibujitos. No creas que solo porque tu madre es la alcaldesa te salvarás.

Me levanté al ver que Damián apretaba los puños. Sabía bien que, pese a su carácter tranquilo, no dudaba en defender lo que creía justo y, en ocasiones, terminaba a golpes. No era que buscara problemas, sino que, en el fondo, tenía ese deseo de ser tan fuerte como los héroes que dibujaba.

—¿Y tú qué, Ethan? —Nat se giró hacia mí-. Como siempre, calladito. ¿O le hablarás a tu hermano para que venga a defenderte?.

Mantuve mi posición, resistiendo las ganas de responderle. No quería que esto se convirtiera en algo más serio; ya me imaginaba a los profesores obligándonos a quedarnos después de clases para limpiar todo el edificio.

—Vamos, Damian —le dije en voz baja, poniendo una mano en su brazo y tirando de él hacia atrás, alejándolo. Las risas burlonas de los otros estudiantes nos siguieron, pero yo seguí caminando sin mirar atrás.

—Lo siento —se disculpó Damian, bajando la mirada—. Sé que odias que mencionen a tu hermano.




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