Ojos de gato Ácrux

Capítulo 4. Un gusto inoportuno

Rosy

Me acerqué a ese H.E., curé sus heridas, y sus ojos no se me desprendieron hasta que terminé. Marien tuvo razón cuando mencionó que mantenían muy fija la vista, podían mirarte por horas casi sin parpadear, podían acechar. Y yo me había sentido bastante nerviosa.

 

Regresé con mis compañeros, que conversaban algunas cosas. Marien acababa de curar las heridas de Sirio y estaba con el torso desnudo. Me quedé viéndolo, no pude evitarlo, todos ellos estaban en muy buena forma, sus músculos marcados y todo.

Marien se aclaró la garganta y reaccioné. Sonreí con culpa y ella rio en silencio. Sirio se retiró a ponerse algo y permanecí con ellos.

—Así que... —comentó Marcos—. Rosy intentando ligar con un H.E.

Me ruboricé, reí con vergüenza, no pensé que se darían cuenta, qué terrible...

—Es atractivo —me excusé. Aunque no era tanto una excusa porque era en verdad apuesto. Todos ellos tenían su encanto. Recordé otro detalle—, pero me miró como a bicho raro.

—¿Qué esperabas? Es un H.E. —Empezó a bajarme de mi nube rosa como solía hacerlo. Por eso era soltero. Traté de no escucharlo pero resultaba inútil—. No sabes nada de él, no sabes si era alguien normal o pertenecía a su ejército de H.E o lo que fuera, que es lo más probable. No sabes si ha matado gente, a cuántos «muchos» por cierto.

—Eso sí —murmuré—, solo que no sé... Pensé.

—Y otro punto más —agregó. No se iba a rendir hasta desanimarme por completo—. Me dijiste una vez que tú eres de las chicas que gustan de que un hombre diga cosas como: «qué bonita te ves hoy» o «te invito a salir, tengamos una cita» o que te diga que te ama siempre y cosas como recordar aniversarios. Un H.E no hace eso, y ahí está Marien de testigo, ella trata con ellos.

—Eh —reaccionó—. Bueno, sí... Algo así.

—¿Ves?

Hice una mueca. Ya qué. Habían ganado, yo quería un hombre que me hiciera sentir amada, una relación normal.

—Tienes razón, ahora que lo pienso... —Sonreí—. En fin, igual quería experimentar. No sabemos cómo son en la cama —agregué en tono pícaro. Eran más fuertes y salvajes, eso en la intimidad, ¿cómo se interpretaría? Uf...

Ambos abrieron la boca casi espantados. Marcos alzó las manos.

—Ok, bien, ya oí suficiente —exclamó y se puso de pie, indignado y ruborizado. Pude ver que mi amiga se mordió el labio sonriente, seguro imaginando lo que acababa de decir, a mí no me engañaba—. Lo que me faltaba, dos chicas con las hormonas alborotadas. Ya no les bastan los hombres normales.

—¿Pero qué hablas? —interrumpió John haciéndonos brincar del susto—. Será que no puedes dar pelea, Max se enterará de esto. —Empezó a reír y a alejarse.

—Anda, imbécil, más te vale que no digas nada sobre esto, que hasta ahora no te he visto ni una novia —iba Marcos reclamándole y se perdieron por el pasadizo.

 

De camino al comedor, mi supervisor se cruzó con nosotros y me hizo recordar que debía llevar bien atada mi cabeza, o como él lo decía «la mata de pelos». Otro motivo para bajarme los ánimos. ¿Era que siempre el cabello rizado iba a ser víctima de bullying?

Nadie quería mis rizos y nadie me quería a mí.

 

***

 

Almorzaba en silencio mientras a mi alrededor los otros conversaban. No dejaba de pensar en los ojos mieles, tristes y vacíos de ese H.E, a pesar de que ya era otro día. No debía ilusionarme con él, no era humano siquiera, pero me había atraído.

—¿Harán algo más tarde? —quiso saber John, que estaba a mi lado.

—Iré a ver el campo de entrenamiento —respondió Marien con entusiasmo.

Se me iluminaron los ojos. Podía ir con ella y ver a ese evolucionado otra vez. ¿Pero qué le diría? No importaba, con verlo ahí era suficiente, con lo guapo que era...

Espera, no, no, Rosy. No debía buscarlo, no me iba a dar el amor que quería.

 

Luego de cambiarme la bata blanca del laboratorio, me encontré con mi amiga para ir al campo ese. Terminamos sentadas al otro lado de la cerca, observándolos entrenar. Estaban los cuatro con Max y otros de sus hombres. Miré a Ácrux, de espaldas a mí, su cabello destellaba como rubio dorado bajo el sol. Me detuve a deleitarme con la forma en la que su espalda formaba ese perfecto triángulo invertido desde sus hombros hasta sus caderas. Bajé un poco más la vista y mordí mi labio, sin duda quería darle un palmazo ahí... En eso volteó y quedó mirándome, poniéndome nerviosa. Logré levantar un poco la mano y moverla para saludarlo, sonreí.

Frunció el ceño y retiró la vista para atender al llamado de Max, sin darle importancia a lo que había hecho. Quedé congelada. Sin duda era un bicho raro para él.

Terminó con su entrenamiento y Marien se puso de pie para ir rápido al lugar. Suspiré, ella se moría por Sirio y tenía toda su atención, mientras que yo solo me había ganado un ceño fruncido del otro. La seguí al rato después de levantarme despacio, debía olvidarme de todo eso; total, si John había dicho que no parecía una mujer que buscaba algo serio, alguien que no era humano lo notaría aún más, al menos eso supuse.

Me senté al lado de un archivador semiabierto, así que entretuve mis nervios tomando y observando algo de papeleo. Encontré uno con todos los nombres de los generales de seguridad. Por un momento me pregunté si alguno de ellos sabría de dónde venía mi casi rubio H.E.

Ay no, ¿cómo que «mi»?

 

Creí reconocer a uno que tenía cara de muy malo, sus ojos negros, además, pero no tuve tiempo de analizarlo más, ya que me sobresalté cuando los hombres de Max empezaron a salir armando su alboroto de siempre. Cerré el folio con rapidez y lo puse de nuevo en el cajón, aunque no me fijé en qué letra iba. Supuse que no era problema.

Salí del lugar, presa de los nervios. No entendí por qué me puse nerviosa. Solo pensar en sus ojos, esa tristeza, vacío y frialdad que expresaban a pesar de su cálido color. Traté de distraerme mirando al cielo, esa era una buena idea.




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