Ojos de gato Ácrux

Capítulo 23. Ciudad conocida

Rosy

Íbamos a buena velocidad por la carretera. Tania había refunfuñado de que yo no cabía, pero Ácrux sugirió algo que no creí que lo haría, pero que me alegró y pude hacer mi cara de triunfo ante la loca esa. Iba sentada en su regazo, él veía el bosque a lo lejos, aproveché y me recosté, dejando descansar mi cabeza entre su hombro y su cuello. Estaba en el cielo.

El mar que íbamos dejando atrás ahogaba antiguos edificios de ciudades pasadas que quedaron bajo este, incluso por el camino una que otra cosa en ruinas, como restos de vehículos y construcciones. El mundo había quedado así por nuestra culpa.

—La ciudad Jun está de camino, luego de pasar por el sector de donde vienes, iríamos ahí para descansar.

—Ja… —Sonreí al gozar de su muy corta risa vibrando en su pecho—. ¿Y así se quejan de que nosotros los evolucionados tenemos nombres raros?

—Bueno, bueno, nuestras ciudades tienen esos nombres porque de algún modo en la antigüedad, sus nombres fueron similares… Por ejemplo Lim, la capital, hace muchos siglos se llamó «Lima».

—Vaya… como la fruta.

—Ah, no recuerdo a qué se debía el nombre… Pero en fin, casi todo quedó bajo el agua, así que se estableció más al centro, prácticamente entre las montañas. Areq tampoco está en donde alguna vez estuvo «Arequipa».

—Otros países desaparecieron casi por completo bajo el mar —agregué—, y otros quedaron inhabitables para nosotros.

—Eso sí recuerdo —meditó él—. Por el clima extremo.

—Antes, hace siglos, aquí no había tormentas como la de ayer.

Me estremecí al sentir su mano recorrer mi brazo con suavidad, lo miré de reojo, y él no parecía ser consciente de lo que hacía, estaba atento al paisaje que se apreciaba afuera del vehículo.

—Países como la antigua Italia, y Japón, desaparecieron casi por completo bajo el mar… —murmuró—, eso recuerdo que me enseñaron…

Enseguida supe que ya podía hacerle las preguntas que tanto había deseado hacer. Sobre él, sobre su vida, qué le gustaba, y qué no, sobre su niñez. Ya recordaba. Pero me volví a detener al saber que tal vez le causaría dolor recordar.

Suspiré.

—¿Estás incómoda?

Negué enseguida.

—Estoy en mi cielo —susurré acurrucándome contra él y dándole un rápido beso en el cuello.

Alpha parpadeó confundido al verme hacer eso. Le sonreí fingiendo inocencia.

Tuve que salir de mi zona de confort para sacar mi botella de agua, pero cuando la destapé, Max frenó de golpe y Ácrux me sostuvo contra sí; cuando me di cuenta, le había mojado la camisa. Chillé entre dientes.

—¡¿Pero qué rayos te pasa?! —chistó Tania.

—¡¿Acaso querías que nos chocáramos contra esa roca?! —respondió Max.

—¡Deberías tenerlo en automático y con todos los sensores, y así frenaría mejor!

—¡Gastaría batería más rápido!

Iniciaron toda una discusión de cómo conducir. Bajaron de la camioneta, así que también lo hicimos.

—Perdón —le pedí a Ácrux sacudiendo un poco de agua de su camisa… Y tocando los músculos marcados debajo de la tela mojada—, no tenía idea.

Se apartó.

—Tranquila.

Sacó una mochila del maletero y se internó por las plantas.

Miré alrededor. El campo estaba hermoso, verde por doquier, vestía las montañas, las aves cantaban. Estaba perfecto, y olía perfecto. A tierra ligeramente húmeda, a plantas, eso estaba por demás decir. La tierra de la carretera, que en este sector de montañas era así, y no asfalto. Si total, el exterior de las ciudades era más territorio de H.E que de humanos. A veces ocurrían cosas como estas… La roca que cayó de las alturas del cerro y estorbaba en el camino.

Vi que Alpha y Centauri estaban por ayudar a moverla. Recordé que mi Ácrux se había ido, así que, sin recapacitar sobre los peligros, fui por donde él se internó.

Me oculté tras un árbol lejano al verlo. Quedé sin aliento. Su torso desnudo bajo los rayos del sol que se colaban entre las hojas de los árboles. Esos músculos marcados, era pura fibra. Esas caderas estrechas, el número ochenta y ocho en su piel, apenas visible por la distancia. Empecé a morderme las uñas. Se sacudió el cabello con una mano mientras rebuscaba en la maleta cuando alzó la vista de pronto.

Me oculté y me pegué al tronco del árbol rogando que el viento no hubiera llevado mi aroma hasta él. Pero qué tonta había sido al olvidar eso. Mejor salí corriendo antes de que me atrapara, no tenía excusas para decir.

 

Llegué a la camioneta y abrí el maletero, deteniéndome a pensar que sí que tenía excusa, si podía ayudar a mover la roca. Sí que era tonta, otra vez, quise darme contra el metal de la puerta. Suspiré, corrió el viento y sentí algo de frío.

Luego de revisar y sacar mi suéter, cerré el maletero, volteé y di un leve respingo al encontrarme con Ácrux. Sonrió de forma leve.

—Disculpa, no planeaba asustarte.

—No, no, tranquilo.

Me puse el suéter, sonreí nerviosa, ya que no dejó de mirarme.

—Dices que eras mi amiga, ¿no? —Asentí—. ¿Estás segura?

Me inquieté.

—Tú eres el que debería preguntarse eso. Tú eres el que no recuerda.

Sonrió de lado y se acercó volviendo a su expresión seria.

—La familiaridad que siento contigo no es tan como de amistad... —Su voz profunda me atrapó más que su mano apoyada contra la camioneta a mis espaldas—. Tu cercanía amenaza mis nervios y al mismo tiempo los calma. Algo me dice que lo sabes... O es eso, o quizá algo de mi cuerpo te llama mucho la atención. —Arqueó una ceja.

—Eh... —Rayos, quizá sí se dio cuenta—. ¿Ah? ¿Qué? —traté de disimular.

—Me estuviste mirando...

Me congelé perdida en su penetrante mirada felina, esos ojos de color miel que parecía líquida, ensombrecidos por su ceño.

Estaba equivocado, no era una parte, tooodo su cuerpo me llamaba la atención.

—Perdón —dije con un hilo de voz—, no pude evitarlo.




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