Ojos de gato Ácrux

Capítulo 30. Tal vez la última vez

Rosy

—Gracias —les dije a los hermanos Alpha y Centauri que habían dejado a Ácrux dormido en el sofá de la habitación en donde me hospedaba, y sus cosas además.

Salieron tras despedirse con un leve asentimiento. Suspiré y quedé viendo a mi gatote dorado.

Había ido a buscarlo a ese lugar porque Max llamó insistiendo en que me lo llevara, que estaba por completo perdido y pidiendo por mí. Saber eso me conmovió, y más cuando llegué y ni bien me vio, se aferró a mí, dejándome ver que sufría mucho, empezando a decirme tantas cosas, hasta intentar besarme. Pero no me pareció correcto, a pesar de que también ansiaba sus fuertes abrazos y sus palabras, si total él mismo había querido quedarse con Pradera, si gran parte del lío en el que se metía cada día más era a causa de esa chica.

Si tanto la quería, ¿por qué me había dicho eso? Quizá se trataba de convencer a él mismo de que cumplir con ella era lo correcto. Si lo que sentía por mí no fue más fuerte que eso, entonces no servía que me hiciera ideas, a pesar de que quiso hasta escaparse así con el propósito de buscarme. Los hermanos lo convencieron de que lo llevarían conmigo para que no se fuera solo.

Era tardísimo, así que decidí dormir, esperando que cuando despertara él ya no estuviera. Fui a la cama que estaba a un paso y traté de descansar, sin despegarle la vista, hasta que finalmente el cansancio venció.

 

***

 

Desperté al escuchar el agua correr. Me percaté de que era la ducha. Parpadeé con pesadez y busqué saber la hora en el móvil, espantándome al ver que era la una de la tarde.

—¡Ay, santa madre, cuánto dormí! —me quejé.

Estiré los brazos y reaccioné. Claro que era tarde, si había logrado dormir cerca de las cuatro de la mañana. Ácrux. Miré al sofá, no estaba. Entristecí, a pesar de que había deseado despertar sola. ¿Se había ido?

Ah, no, la ducha… Miré al baño, era silencio. ¿Lo había alucinado en medio del sueño? Respiré hondo, me había dado tantos besos anoche, me abrazó con tanta fuerza, me había dicho que no me fuera, más que todo, rogó. Me abrumó tanto verlo así, no quería que sufriera, no entendí qué pasaba, si en verdad creí que lo poco que sintió por mí lo había olvidado al aparecer Pradera.

La puerta se abrió y salió ya vestido y listo para irse. Se me encogió el estómago. Ya estaba, era la última vez que lo veía, no estaba dispuesta a dejarme caer otra vez. Traté de parecer neutra, de hacerle ver que no estaba afectada por verlo.

—Buenos días —saludó de forma neutra también.

Tardé un par de segundos en lograr articular palabra.

—Buenos días… —Empezó a acomodar algunas cosas de la maleta que habían traído con él—. ¿Ya te vas?

—¿Incomodo si me quedo? ¿Quieres que me vaya?

Qué preguntas tontas, por supuesto que no.

—Sí. Tengo mucho que hacer.

Pareció fruncir el ceño un fugaz segundo.

—Entonces no te quito tiempo. Perdóname, apenas recuerdo que pedí verte, pero no cómo terminé aquí. Creí que… —me miró de reojo—, creí que ya te habías ido.

—M-mañana. —Bajé la vista.

—Ya veo.

Puso la maleta a su espalda, me preparé para verlo irse, pero no lo hizo.

—Disculpa... —Lo miré confundida—. No sé cómo volver —dijo con evidente vergüenza—. Y... me duele apenas la cabeza, creo que ese sí es un líquido del mal...

Sonreí con ternura. Suspiré. Cómo me encantaba. ¿Qué haría conmigo misma? Alargar esto estaba de más, pero me sentí lo suficientemente fuerte para hacerlo. Era verdad lo que dije, quizá también era egoísta, seguía deseándolo a mi lado a pesar de que ya no podría amarlo.

—Espera, me alisto y nos vamos, ¿sí?

Aceptó.

 

***

 

Traté de no demorar, aunque tuve que sacarme la pesadez con el agua casi fría por haber dormido hasta tan tarde como morsa. Salí mentalizada en dejarlo e irme, ya no volver a mirar atrás, a pesar de que el mundo insistía en ponerlo frente a mí para seguirme torturando, ya no me iba a tumbar.

Cuando salí, no solo sonaba algo de música desde la radio, él observaba y manipulaba mi móvil.

—Hey —reclamé tratando de no sonreír—, ¿no sabes que eso no se ve? Es personal.

Lo dejó enseguida, preocupado.

—Lo siento, no sabía.

—Bueno, ya sabes.

Tomé mis cosas y mi bolso en donde estaban mi triste tarjeta con dinero. Una canción en particular le llamó la atención, logrando hacer que volteara a ver a la radio.

Se acercó al aparato que estaba en una mesita de noche. La canción era «Hero» de Nickelback, los mismos que tenían esa otra canción que canté mal cuando le enseñé a conducir. Muy, muy antiguas, eran clásicos. Sonreí.

—Te gusta el rock.

Me miró un segundo y regresó su vista al aparato.

—No sé…

—Me parece que sí.

—Vi tus fotos… —Se acercó. No era justo lo que estaba haciendo el destino conmigo, tenerlo cerca era otra tortura, al menos ahora que estaba recién acostumbrándome a ya no verlo—. En un par estoy yo…

—Sí, bueno, éramos amigos, te tomé un par de lejos sin que te dieras cuenta —comenté con naturalidad, como si fuera normal—. Ahora vamos, es tarde.

Di media vuelta pero me detuvo del brazo. Me congelé. Estaba tan cerca, observando directo a mi rostro, pero no quería enfrentar a sus ojos felinos.

—No éramos amigos —murmuró bajo, casi siniestro, casi molesto.

De nada servía explicarle lo nuestro si estaba por unirse a otra, iba a empeorar las cosas, solo haría daño, lo confundiría y le haría sentir mal. Decidí decirle que lo ignorara, pero encontrarme de nuevo con esos ojos me fue más desalentador. Su expresión cambió de una aparente angustia a una bastante obvia.

—Rosy, mi Rosy, quédate conmigo —rogó.

Me dejó en blanco. Así de pronto venía a pedir lo que no había querido. Mi pulso se aceleró, ¿acaso era algún juego? ¿Seguía mareado?

—¿Qué dices? —Mi voz fue apenas un hilo—. No —dije con firmeza—. Fuiste muy claro, ahora escucha tú, no necesito quedarme, y a ver si te apuras, que tengo cosas que hacer.




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