Ojos de gato Ácrux

Capítulo 4

Pasaron unos días y supe que los problemas entre H.E y humanos habían terminado. Vi a Max en las noticias, hablando y aclarando el asunto. Me gustó verlo dirigiéndose a su superior con tanta determinación, era un líder nato también, eso me agradaba.

Es decir, como una posible amistad.

 

—Ursa, llegó por quien llorabas —aseguró.

Me tensé al escucharlo afuera de mi casa. ¿A qué se refería con que lloraba? No lloré ni lloraría por él nunca, y no estaba con Sirio, ¡y no me había visto llorar por él tampoco!

Abrí la puerta, enfadada. Estaba recostado contra su camioneta, se enderezó y sonrió.

—Hola, ¿vamos?

—¿A dónde? —Sacudí la cabeza—. No iré a ningún lado contigo.

—Ya no te hagas, te divertirás, te lo aseguro.

—No me tutees, y no saldré sola contigo, eres un desconocido —amenacé.

Suspiró.

—Ya nos presentamos esa vez, y si gustas llevamos a tus otros dos amiguitos, los gemelos.

Quería saber cómo se divertían ellos, sí, pero si era algo inmoral o malo, iba a huir pronto. ¿Qué mejor que regresar acompañada con los hermanos si eso ocurría?

—Bien, vamos a verlos.

Sonrió satisfecho y abrió la puerta del auto. Subí y crucé los brazos. Traté de no mirarlo hasta que llegamos a la casa de Rigel y Deneb, que no estaba lejos felizmente. De algún modo, esta vez no me había dado un beso en la mano como saludo y me sentía ofendida.

Ellos salieron enseguida sin necesidad de bajar y tocarles la puerta, eso era habitual en nosotros. Subieron sin que se los pidieran, eso sí que no era habitual.

—¿Vamos a visitar a Sirio? —preguntó Rigel. Fruncí el ceño.

—Nop —respondió Max—. Los llevaré a un parque de diversiones en la ciudad, ¿les parece?

—¡Wuuu! ¡Sí! —exclamó Deneb, luego guardó silencio—. ¿Y qué es eso?

Max rio y arrancó.

Durante el camino puso algo de su música rara y los gemelos iban intentando hacerme sonreír. Un par de veces lo lograron, y eso hizo que Max sonriera también. Pensé en que podía llegar a ser amiga de ese humano, aunque no era de mi especie, y no sabía qué le gustaba, si tal vez eran cosas prohibidas, inmorales como me lo habían dicho siempre.

Por un momento llegué a temer que eso fuera posible, por alguna razón no quería que él fuera de esos humanos sin valor. No entendí por qué. Por otro lado, si Sirio había hecho alguna especie de amistad con él, significaba que tal vez no y que no tenía que preocuparme.

 

Una vez que llegamos al lugar, quedé sorprendida. Múltiples cosas raras, en donde las personas se subían, y luego esas máquinas los paseaban y hasta sacudían mientras ellos gritaban como locos.

—No, gracias, me voy. —Di media vuelta pero los gemelos me detuvieron.

—No hablas en serio, ¿verdad? —refutó uno—. Esto se ve súper, vamos a intentar subirnos a algo, vamos —rogó.

Me arrastraron en contra de mi voluntad mientras yo pataleaba. Terminé de pie frente a un estand.

—Si quieres desahogarte de algo, puedes intentar tumbar esas botellas —dijo Max—. Salvo que eso también te dé miedo. —Sonrió de lado.

Fruncí el ceño y le arrebaté la pelota de la mano. Enfoqué las botellas mientras mis mejillas quemaban un poco y los gemelos me daban ánimos. Lancé con fuerza y el pobre humano que estaba ahí a cargo dio un ligero brinco cuando las botellas salieron disparadas. Los gemelos soltaron gritos de victoria. No pude evitar sonreír, giré emocionada y quedé mirando a Max que también me sonreía.

Crucé los brazos y recuperé la compostura.

—Eso fue bueno, humano —le dije—. ¿Hay más?

—Oh, nena, hay mucho más —aseguró.

Esas formas raras que tenía para llamarme me causaban sensaciones más raras, iba a reclamarle pero alguien llamó mi atención.

—Disculpe —la voz llena de miedo del encargado me hizo voltear—, esto es suyo.

Me encargó un animal hecho de trapo y relleno con algo muy suave. Quedé mirando su cara con extrañeza. Era una especie de oso o algo así, aunque se habían olvidado de que los osos no tenían esa mirada tan en extremo dulce.

Aun así, me gustó. Agradecí y el hombre, que estaba asustado, seguro por mi apariencia, sonrió.

 

Dejé impresionados a muchos humanos con mis demostraciones de fuerza en los distintos mostradores. Los gemelos me decían como siempre que era la mejor y Max les daba la razón. Muchos hombres humanos pasaban mirándome con la boca abierta, y eso terminó haciendo que Max me rodeara los hombros con su brazo. Una fuerte corriente me recorrió.

—Es mejor si dejo en claro que estás conmigo —explicó—, así no intentarán hablarte e incomodarte. —Lo miré con duda y sonrió—. Es que eres muy guapa.

Volteé para ver al frente, intentando ocultar el tonto rubor. Eso era muy molesto.

—Por dios, ¿cómo se siente estar con una H.E? —preguntó un sujeto.

—Aléjate —le amenazó.

—Ya veo que les causa mucha curiosidad —murmuré—, aunque no entiendo el porqué.

—Es simple. Somos especies distintas, y a la vez no. Aparte de que ahora recién tienen oportunidad de saber que ustedes no eran los malos del cuento y conocerlos mejor.

Tres chicas se acercaron a los gemelos y empezaron a intentar hablarles con mucho miedo y entusiasmo a la vez. Ellos respondían sin problemas, eso dio pase a que una de ellas le tocara el brazo a Rigel, se mordió el labio y dio leves brincos como boba.

Arqueé una ceja.

—Queremos subir a eso —pidió Deneb, señalando una especie de estructura metálica gigante.

Distinguí un largo vehículo que se paseaba por ahí, y los gritos de las personas en él. En la entrada decía: «montaña rusa» . Me espanté un poco.

—¿Gustas ir, o dejamos que solo ellos dos suban? —me preguntó Max.

Tragué saliva con dificultad. Había una caída muy alta y ahí era en donde gritaban más. Nunca había tenido tanto miedo, y aunque todos llegaban a salvo abajo, no podía reunir el valor. Pero Ursa no le temía a nada, tenía que seguir con eso.




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