Había una vez, en un mundo muy lejano y diferente al que conocemos ahora, vivía allí una pequeña princesa que soñaba con salir y recorrer el mundo, pero, esa idea cada vez la veía más lejana, pues, lo único que podía recorrer era el enorme castillo en el que habitaba con sus padres, su hermano mayor y las personas que se encargaban del castillo.
Sus sueños y esperanzas por salir y descubrir que tenía el mundo para ofrecerle y ver más allá de los grandes ventanales de su hogar cada día lo veía más lejano, puesto que la pequeña Adara padecía de una rara enfermedad como muchos le decían, poseía unos raros ojos que parecían ser normales, habitualmente de un bonito color avellana que contrastaba perfectamente con su larga melena negra, pero, cambiaban de color cuando sus emociones eran muy fuertes, al estar muy enojada su bellos ojos podrían transformarse aterradores y de un color tan rojo como la sangre o naranja como llamas flameantes, cuando estaba feliz o calmada sus ojos se veían de un hermoso color verde esmeralda, pero si de lo contrario estaba triste cambiaban a un color azul eléctrico, y si tenía miedo un color gris tormenta.
Los únicos que sabían de su condición eran los que habitaban el castillo y grandes doctores de diferentes partes de reinos vecinos, pero, tenían estrictamente prohibido divulgar algo sobre ello, y nadie podía contradecir las órdenes del gran rey Peter.
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Editado: 08.10.2023