Ojos negros

Capítulo III: Visitante nocturno

Pam. El muchacho, el muchacho corría a toda velocidad por el bosque, aterrorizado. Sus manos estaban manchadas de un líquido rojo que asumió era sangre... ¿qué más podía ser? ¿pero de dónde había salido? No lo sabía, como tampoco sabía cuánto tiempo llevaba corriendo en el bosque o por qué lo hacía.

Oh, sí sabía. Lo estaban persiguiendo.

¿Quién o qué lo estaba persiguiendo?

Un mini alarido escapó de sus labios al ver un incendió alzarse frente a sus ojos. Una casa estaba envuelta en llamas, había personas adentro que se arrastraban hacia afuera con sus pieles calcinadas con el vago objetivo de salvar sus vidas. Pero la infernal imagen no era lo que hacía a Pam sollozar en silencio, no, lo que lo tenía tan mal era escuchar sus gritos de dolor...

Inhumano. Algo netamente inhumano.

A su lado pasó una mujer que llevaba un extraño maletín, y en la otra mano cargaba a un bebé sollozante. Pam no les puso el menor cuidado ya que prefirió seguir corriendo a toda velocidad, tratando de escapar del infierno y de su inminente perdición en él.

Pero en su recorrido recibió un golpe seco en la cabeza, cayendo en el suelo luego de tan fuerte impacto. El muchacho fue víctima de un terrible ahogamiento, pero en cuanto pudo respirar, observó con miedo una silueta oscura con dos cuernos sobresaliendo de su cabeza.

Y detrás, entre las tinieblas, estaban dos ojos azules y una enorme sonrisa.

La sonrisa de sus pesadillas.

El joven maldijo entre dientes al verse en peligro y sin escapatoria alguna. Luchó con todas sus fuerzas para zafarse de las extrañas ataduras que mantenían a su cuerpo inmovilizado, pero no lo logró. Lo único que consiguió fue soltar un quejido de angustia con el que intentó pedir auxilio, pero nada, nadie acudía a su llamado.

No obstante, de un momento a otro se vio plantado nuevamente en medio del bosque, observando con dolor la forma en que todos los árboles se incendiaban, acompañado de los gritos de las personas a su alrededor.

Sus ojos avellana observaron a un hombre con una gargantilla roja en forma de gota de agua, el mismo símbolo grabado en la caja de Silas. El tipo llevaba un pequeño bulto en sus brazos, mismo que colocó en un cestito y se lo extendió a una mujer, no sin antes depositar el collar rojo dentro del pequeño bultito. Era un bebé, era lo más seguro, y Pam sólo pudo ver a la mujer saliendo del bosque en dirección... ¿a la ciudad?

¿En dónde diablos estaba?

—A-A... ¡Aluca! —llamó desesperadamente, pero lo único que vio acercándose fue oscuridad. Una penumbrosa energía empezaba a devorarse el bosque y no tardó en tragárselo.

Pam emitió un último llamado antes de ser absorbido.

Y luego...

Nada.

No sintió más nada, ni los gritos de las personas ni el calor que desprendía el fuego del bosque. Su espalda estaba sobre una superficie suave, mientras alguien... ¿acaso era posible? Una mano estaba acariciándole el pelo lentamente, con algo parecido al cariño.

El joven abrió los ojos con lentitud, vislumbrando una silueta que lo observaba con un interés inquietante.

—¿Aluca? —Su voz salió en un susurro ronco.

Luego siguió aguzando la vista hasta darse cuenta de que quien estaba mirándolo no era Aluca, pues delante de él estaban los ojos azules de un muchacho rubio que lo miraba con sumo interés. Pam quiso soltar un grito en cuanto lo vio, pero él le puso un dedo en los labios para detenerlo.

—Shhhhh. —El desconocido rio suavemente, incomodando más al castaño—. No te asustes, no te lastimaré.

—E-eh... e-eh, ¿quién eres tú? ¿por qué estás...?

—Soy Silas. —Le guiñó un ojo, con la característica gracia de todos sus movimientos. Sus expresiones eran cautivadoras—. ¿Aluca no te habló de mí? Sé que te llegó mi regalo.

—¿Silas? —Pam intentó levantarse pero su contrario se lo impidió.

La cabeza le dolía más que nunca, su cuarto estaba oscuro y la anormal desaparición de Aluca lo tenía desconcertado. Ella le había advertido que no se le acercara a Silas... pero viendo sus ojos azules, entre inocentes e interesados, no supo qué pensar al respecto.

Por esos instantes se enfocó en el endemoniado dolor de cabeza que tenía encima.

—E-eh, sí, sí, vi la caja  —dijo—, ¿pero quién eres? ¿p-por qué... estás aquí? ¿vas a...?

—No voy a hacerte daño, si es lo que piensas. —Silas sonrió de lado, encantador como siempre. Su traje negro le quedaba a la medida, resaltando su tez clara y ojos azules como el cielo—. De seguro Aluca te andaba contando pestes mías, ¿verdad?

—B-bueno sí...

—Lo sabía.

—P-pero ella me dijo que tú eras malo. —Pam se alejó levemente, buscando a Aluca con la mirada. Pero no había rastro de ella.

—Es que me guarda rencor, antes éramos pareja y no me ha superado —le contó a modo de secreto, colocando las manos alrededor de su boca para que nadie más escuchara, aun estando los dos solos en el cuarto.

—¿Q-qué? ¿en serio?

—Sí, ¿nunca me ha mencionado? —Silas colocó se la mano bajo la barbilla, agrandando su sonriente expresión. El rubio no parecía tan malo después de todo, sus ojos reflejaban una incomprensible pureza—. Bueno, ya sabes cómo son las mujeres... siempre exageradas, ¿verdad que sí? E incluso ahora está celosa porque tengo nueva pareja.

—Sí... —Pam rio tímidamente, echándose un poco para atrás. Aún se le hacía un poco raro la presencia de Silas, aunque ya no le molestaba en lo absoluto, la verdad, lo hacía sentir cómodo—. La verdad, Aluca no me cuenta nada de su pasado...

—Oh, siempre se ha querido hacer la misteriosa. —El contrario se acostó en la cama libremente, colocando los brazos detrás de su nuca. La oscuridad de la habitación le daba a sus ojos un brillo hipnótico—. Hay muchas cosas que Aluca no quiere contarte, ¿sabes?

—Ajá... —Pam recorrió el cuarto con la mirada—. ¿Dónde está ella? Aluca nunca se separa de mí.




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