Ojos negros

Capítulo X: Te quiero, engendro

Silas recorría los oscuros pasillos con desdén, buscando a tientas a su jefa para gozar de su hermosa compañía. Sus dedos se revolvían entre sí con el deseo de, cuando mucho, poder tomarle la mano, poder recibir sus caricias, poder recibir aunque fuese una simple palabra de cariño.

Oh, embriagantes fantasías.

El querubín sonrió un poco atontado y aumentó la velocidad, justo cuando ya se acercaba al salón principal del castillo, pero la mueca sonriente en sus labios se transformó en un semblante vacío cuando vio a su jefa, preciosa como siempre, manteniendo una amena conversación con el muchacho que antes le había suplicado ayuda para salir.

Ah, ese chico de ojos color miel que lloraba lágrimas blancas. ¿Cuál era su nombre? Michael. Maldito Michael.

El joven estaba encadenado al suelo, con un semblante temeroso pero a la vez lleno de curiosidad. Silas notaba, con una inexpresividad tóxica, la forma en que los ojos del chico recorrían a su jefa para escanearla descaradamente. ¿Cómo se atrevía a hacerle eso? ¿cómo se atrevía a fijar los ojos en el cuerpo de su musa?

Y no sólo era eso, sino que la típica frialdad en los ojos de su jefa se había entibiado un poco, se veía más espontánea al hablar; esa actitud sólo la demostraba con Silas, con ninguna otra persona había logrado hacer lazos tan fuertes.

Los ojos del querubín ya no eran azules sino rojo sangre, rojo ira. Rojo de pasión desmedida.

—¡Silas!

La chica de cuernos lo llamó con la mano al notar su presencia, y el querubín, como ella lo miraba, deshizo su expresión molesta y compuso una sonrisa mientras sus ojos volvían azules como el cielo despejado. Su actitud elegante y superior se hizo sentir en toda la sala, sobre todo al acercarse a grandes pasos hacia donde estaba su jefa.

—A tus órdenes —le dijo al llegar, al tiempo en que se inclinaba hacia adelante para besarle la mano. Mientras lo hacía, sus ojos azules se clavaron en el intruso como cuchillos. El miedo que se reflejó en el chico lo complació.

—Silas, él es Michael, el del que te hablé. —La joven apuntó al muchacho, que al ver a Silas no sólo pegó respingo, sino que también se había echó para atrás todo el espacio que las ataduras le permitían—. Silas, no lo mires así... —La misteriosa muchacha acarició la mejilla del rubio, mimando al león hasta volverlo un dócil gatito—. No quiero que le hagas daño, ¿ok?

Silas miró a Michael, y al verlo temblar, sonrió. La misma sonrisa perversa que esbozó el día en el que el joven le había pedido ayuda para escapar. Oh, pobre chico, dentro de los enfermizos celos de Silas, le quedaban los días contados.

—No le tocaré ni un pelo, Zara —aceptó el rubio, siempre sonriendo de forma encantadora e inocente, pero sin dejar de mirar al chico cuya sangre deseaba ver escurriéndose entre sus manos.

En esos momentos se contuvo, pensando en que si lo haría iba a perder la amistad de su jefa. Por los momentos prefería dejarlo así.

Y con ese pensamiento, el querubín salió de la gran sala, sintiendo cómo una rabia voraz y endemoniada se iba formando en contra del tal Michael.

🖤🖤🖤🖤🖤🖤

6

¿Cómo puedes ver a través de mis ojos como si fueran puertas abiertas?

🖤🖤🖤🖤🖤🖤

Ajeno a los pensamientos de Aluca, Pam caminaba de un lado a otro con un semblante lleno de angustia e impotencia. Llevaba horas así, debatiéndose entre si entrar o no al cuarto en donde estaba Aluca. No quería recibir un regaño de ella, pero tampoco quería hacerse el indiferente.

Y también tenía muchas dudas, como de por qué le había llamado ángel. Quizá los desvaríos por los que su amiga pasaba eran tan graves que había llegado a decirle eso, pero por otra parte cabía la posibilidad de que sólo lo estuviese comparando. Tanto ajetreo hizo que el café caliente que el muchacho se preparaba salpicara un poco en su ropa, pero no le importó, tan sólo siguió absorto en la situación que enfrentaba su compañera.

¿Sería algo malo? ¿algo sin importancia? ¿una bromilla de su parte, quizá? No, esa última opción estaba descartada; Aluca le hacía bromas pesadas, por no tanto.

Finalmente el joven suspiró a modo de derrota y, luego de haber echado un caramelo de chocolate en el café y batirlo con histeria, se lo tomó con lentitud para ver si lograba tranquilizarse.

Sin darse cuenta sus pies se habían cansado tanto que estaban dirigiéndose a uno de los asientos de la cocina.

Luego de un rato de divagaciones y sorbitos precavidos al café achocolatado, sus ojos avellana dieron con el libro de Silas. «Hay muchas cosas que ella no quiere contarte... ¿sabes?» recordó la voz del rubio, siempre con esa sonrisa inocente en donde nadie se esperaba que hubiese mal oculto. Quizá sí era una buena idea leer el libro que le había llevado, pues tampoco era como que fuese a devorárselo, así que lo abrió y empezó a pasar las páginas con rapidez, tratando de buscar algo con respecto al origen de Aluca.

Hojeó y hojeó desesperadamente hasta que sus ojos encontraron algo que llamó su atención. En una de las páginas, amarillentas y desgastadas por el tiempo, se mostraba la imagen de un círculo, formado por dos siluetas que parecían ser dos gotas de agua. La primera era de color rojo y estaba curvada hacia la izquierda, mientras que la otra era igual, sólo que curvada hacia el lado opuesto y de color púrpura. Se completaban la una a la otra.

Pam pasó su dedo por el dibujo, observándolo con admiración debido a los buenos detalles. Podía deducir que la gota roja del dibujo y la que había visto en la caja de Silas eran la misma, pero no tenía ni la menor idea de qué significaba la morada.

Bueno, no conocía el valor representativo del dibujo, así que optó por seguir leyendo para ver qué descubría.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.