Ojos negros

Capítulo XIII: Estoy muerto

—¡Anda, anda! —El pequeño Pam agitaba los brazos de un lado a otro, pidiendo que aquella silueta oscura saliera de su escondite. Un gruñido rabioso fue lo que obtuvo como respuesta.

—No soy un perro que hace trucos, niño... —la oyó bufar. Pero el joven no pensaba desistir en su pedido, por lo que empezó a saltar en la cama con mayor frenesí, como un niño a mitad de un adorable berrinche. Tener los pies descalzos le facilitaba saltar a mayor altura, como si simulase ser un pájaro agarrando vuelo.

—¡Anda, hazlo! ¡por fis!

Pam se sentó en la cama luego de dar un gran salto, sólo para después componer un puchero de súplica. Aluca maldijo al verlo, y era que sí, cuando el infante hacía ese tipo de caras se le hacía imposible decirle que no. ¿Por qué? ¿por qué?

—No me da la regalada gana...

—¡Por fis! —aguzó su tono infantil, aproximándose hacia la oscuridad de forma curiosa. En unos cuantos segundos ya estaba dándole picazos en el estómago a modo de súplica, a lo que ella se limitaba a gruñir, conteniendo sus ganas de golpearlo—. Soy tu amigo...

—No necesito amigos.

—Incluso un fantasma necesita amigos  —le dijo, con excesiva ternura. Ternura irresistible.

—¡Está bien! —La chica salió de la penumbra de mala gana, mostrando sus ojos negros y cabello azul verdoso. Luego, con un penetrante intercambio de miradas, la joven alzó en sus brazos a Pam, lo lanzó al aire y después lo atrapó, haciéndolo reír en el proceso—. Listo, ¿ya está feliz?

—Te quiero, Aluca.

«Te quiero, Aluca...» La frase rebotó en la cabeza del muchacho hasta despertar. Tenía la respiración agitada y los ojos vidriosos, llenos de una extraña angustia que nunca antes había sentido.

Estaba recostado en su cama, acababa de amanecer.

Pero no recordaba haberse dormido...

Por un momento el corazón se le aceleró al pensar que Silas aparecería por ahí, con sus sonrisas encantadoras y una elocuencia que lo imposibilitaba para negarse a lo que le daba. Sin embargo, y para su suerte, el rubio no apareció por ninguna esquina oscura.

Y es que no había esquinas oscuras. La luz del sol se colaba por las ventanas entre abiertas, iluminando cada centímetro de la gran habitación. Era como si el mismísimo mal que los atacaba se hubiese muerto de un día para otro.

—¿Por qué tan perezoso? —Se sobresaltó un poco al oír esa voz, pero luego se dio cuenta de que era Aluca la que hablaba.

La chica estaba detrás de él, con sus típicas sonrisas chuecas y maliciosas. Sus ojos negros habían adquirido un aire diferente, ya no eran tan... ¿cómo decirlo? Tan fuera de lo normal. Eran los ojos que Pam prefería ver.

Y sí, por muy extraño que fuese, el castaño la apreciaba en todos los sentidos. Quizá fuera muy chillona, a lo mejor le hiciera bullying a cada rato, quizá en ocasiones pudiera ser peligrosa para su integridad física. Pero a pesar de todo eso, la apreciaba.

Era muy curioso saber que se habían conocido hace nueve años bajo las circunstancias más extrañas, pero él guardaba ese interesante recuerdo en su memoria con bastante cariño. Sí, Aluca se había convertido en la niñera más dura que le pudo haber tocado, y aun así lo agradecía. Agradecía la forma en que lo obligaba a ser responsable y valiente.

—Gracias... —confesó con dulzura y la misma sonrisa de cuando era niño. Los mismos ojos curiosos.

—¿Por qué?

—Por ser tú.

Ella hizo el amague de responderle de mala manera, pero no pudo, cualquier injuria en sus labios había muerto. No podía insultarlo en un momento como ese, así que se limitó a gruñir de impotencia.

Pero él rio.

Entonces sí era el colmo.

—¡Muévete! —gritó la chica, dándole un almohadazo que lo hizo caer al suelo. Luego se le subió encima para sacudirlo, una de sus lindas formas para hacer que se despabilara. Además, no era como que no se le hiciese divertido molestarlo todos los días, sobre todo después de ese momento de incómodo silencio que había habido entre ambos—. ¡Se te hace tarde, engendro!

—Ah... —se quejó, frunciendo los labios mientras se restregaba la cara. Era hermosa la manera en que ella le respondía palabras lindas—. ¿Tengo que ir al cole...?

—Sip. —Le dio un coscorrón, más duro de lo normal—. Anda, ¿te mueves o te muevo yo?

—Yo puedo...

Un extraño sonido cortó a conversación. El agarre que Aluca tenía sobre las muñecas de Pam incrementó su fuerza, mientras la joven alzaba el rostro y empezaba a inspeccionar la habitación en busca de algo, la presencia responsable de aquel sonido.

Silas. Silas.

Estaba esa habitual tensión en su cuerpo. Como un perro rabioso que sabe que su mal dueño volvió.

—Quédate aquí —comandó la joven, y antes de que el castaño pudiese objetar en contra, el cuerpo de Aluca ya estaba desapareciendo entre una humareda negra.

El pobre Pam se quedó solo entonces, moviendo los dedos mientras una creciente inquietud se apoderaba de su sistema. ¿Qué sería? No deseaba ver a Silas de nuevo.

No. No. No quería ver a ese condenado rubio luego de lo que Aluca le había contado.

—¡Pam! —El grito de su compañera le hizo dar un respingo.

Aluca iba corriendo hacia él con un papel en las manos y una expresión un tanto indescifrable. El chico quiso preguntar qué pasaba, pero antes de que el cuestionamiento escapara de sus labios, la muchacha de ojos negros ya se había abalanzado sobre él para abrazarlo.

—¿Q-qué está...?

—No puede ser, no puede ser, creo que…  —Ella se separó de él de golpe, releyendo el mensaje que había en el papel entre sus manos. En sus labios se dejaba ver la curva de una extraña sonrisa de alivio y confusión—. ¡Mira esto!

El castaño se acercó para leer lo que decía.

 

«Estoy muerto.»

-Silas.




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