—Tienes un problema condenadamente grave.
—No, la gente cree que tengo un problema. No por ser diferente debo ser mala.
—Olivia, asesinaste a tu gato.
—El muy tonto me quería solo por interés.
El joven lavaba las manos de la niña en el lavamanos de la cocina. El rojo de la piel ya había salido, pero la sangre bajo sus uñas era otra cosa.
—¿Planeas matar a todos los que te quieren por interés?
—Solo a todos —una dulce sonrisa se dibujó en los labios de la niña de once años. Y el joven de solo dieciocho no tuvo más que sonreír.
Olivia había ido a parar a casa de su vecino, por millonésima vez. Su madre estaba «arreglando el desastre del gato» y no quería tener «al pequeño monstruito cerca».
«Gracias a Dios, Livvy no había oído sus palabras», pensaba el joven.
Aunque no tenía idea.