Olivia tenía un mohín en los labios y las cejas juntas, miraba al frente y tamborileaba con los pies descalzos en el piso. Loretta estaba en casa.
Loretta era la hermana mayor de Avan. Con veintiún años, era una pesadilla en el sueño de cualquier niña. Para Olivia siempre había sido la representación de la bruja mala de sus cuentos de hadas, esa que siempre arruinaba definitivamente los finales felices de las princesas. Al menos en los cuentos de hadas de Olivia, las princesas no tenían finales felices.
—Olivia, ¿no crees que ese vestido ya te sienta pequeño? —inquirió la morena, sentándose a su lado con un cuenco de cereales, como si no supiera la razón por la cual Olivia usaba ese feo vestido. Además, ¿quién comía cereales en la tarde?
La niña no le respondió. Solo la miró fijamente, casi sin parpadear, hasta hacerla sentir incómoda. Loretta asintió apretando los labios y siguió con su cereal.
—Listo, todo rastro de crimen ha desaparecido —bromeó Avan entrando en la casa con las manos ahora vacías. Había llevado el arruinado vestido y los paños que había utilizado para limpiar las huellas y chorretadas de sangre de la casa, a la basura. Dirigió una mirada al singular par de chicas en el sofá y al librero, ahora acomodado como Olivia necesitaba.
—Es una lástima. Nieve me caía tan bien... —comentó Loretta con dramatismo, Avan la miró con una advertencia en los ojos.
—Nieve era sumamente hipócrita, lo merecía —respondió Olivia con una sonrisa espeluznante dirigida a la muchacha. Y por un segundo, Loretta entendió a qué se refería la joven. Sus palabras eran una clara indirecta para ella. Se paró de sopetón y se alejó rumbo a la cocina.
—Loretta... —comenzó Avan haciendo el intento de detenerla.
—Creo que le caigo mal a tu hermana —murmuró Livvy en voz lo suficientemente alta para que Avan la oyera. Puso su mejor cara de niña inocente y lo miró con resignación fingida, suspirando con tristeza, también fingida.
—No, no, tu cara de cachorro mojado no funciona conmigo, señorita. El sentimiento de mi hermana hacia ti es algo mutuo —sonrió con condescendencia el joven.
Olivia le sacó la lengua y prendió la televisión, decidida a ignorarlo lo que restaba del día.
Avan sonrió de lado ante su actitud y fue a ver a su hermana.
—Esa niña me matará. Listo. Lo he dicho —Loretta estaba en plan melodramática mordisqueándose la uña del meñique. Miró a Avan con seriedad esperando su respuesta.
—Drama queen: activado —comentó el joven, sentándose en la mesa. Apoyó los codos en la madera y llevó las manos a su cabeza, tirando hacia atrás su cabello.
—Está bien. Estoy exagerando un poco.
—¿Un poco? —interrumpió Avan.
—Pero es que... su pobre gatito... —decidió ignorar el comentario de su hermano.
—Los gatos son arrogantes, traicioneros y demandantes, Loretta.
—Como tú. Pero eso no es motivo para que venga y te mate, ¿o sí? —inquirió la morena, volviendo a su cereal. Tenía razón, Avan era todas esas cosas. ¿Quién no traicionaría a su mejor amigo, por salvar su propio pellejo, con el director, más de una vez? ¿Quién, a esa edad, no se creía el mejor, el rey de su propio mundo? ¿Quién no pedía lo que quería, lo reclamaba? Y en eso, Avan solía controlarse. Había aprendido hace mucho que no se podía tener todo lo que se deseaba.
—Tu amor por los animales me perturba —respondió Avan, incorporándose despacio.
—Tu cariño por ese... ese...
Dejó la frase en suspenso al ver cómo su hermano alzaba las cejas con amenaza implícita.
Loretta suspiró. Nunca había comprendido a su hermano pequeño. Desde niño había sido un chico extrovertido y raro. Extrovertido porque tenía muchos amigos y lo adoraban. Raro porque él decía odiarlos. Aunque esas cosas dicen los niños, ¿no?
Pero esa no era la peculiaridad más notoria e interesante del niño Avan. Mataba palomas con resorteras. El mayor problema era que luego las lanzaba al aire, rogando con desesperación que volaran otra vez. Cortaba las colas de las ratas cuando creía que nadie lo veía y se quedaba cerca viéndolas morir.
A los ocho años rodó por las escaleras de su casa. Y a partir de ese día nada volvió a ser lo mismo entre ambos hermanos y entre la familia. Claro, el pobre niño, tan torpe, cayó por culpa de su pelota.
Ahora, era un adolescente normal. Iba a fiestas, tenía amigos y una tensa relación, casi siempre pacífica, con su hermana. Cuidaba a la hija de los vecinos para ganar dinero extra y comprar un coche, cosa que Loretta nunca habría hecho en su vida.
—Debes cortarte el cabello, el momento en que llega a los hombros es el límite, Avan —replicó la joven de forma repentina, como si su comentario anterior hubiera desaparecido entre los pliegues del tiempo.
—Loretta, deja de comportarte como mamá. Al menos mientras trabaja evito sus reproches, no quiero los tuyos, gracias.
Se incorporó y volvió a la sala.
—Livvy, ¿quieres verme jugar un videojuego? —inquirió acercándose a la consola y rebuscando por el juego favorito de la niña.
—¡Sí, por favor! —contestó con entusiasmo. La pequeña se acomodó en el sofá, subiendo los pies. Amaba ver a Avan jugar videojuegos más que jugarlos ella misma. La tenía horas entretenida y la divertía mucho resolver los acertijos que se presentaban antes que el joven, ya que eso lo frustraba y lo hacía soltar maldiciones en broma, mientras ella reía.
—Parte tres de RE5, ¿no es así? —cuestionó Avan, sentándose al lado de ella con el mando a distancia. Ella asintió y ambos se enfrascaron en el mundo de los juegos de vídeo, totalmente ajenos a la realidad por unos momentos.
Loretta suspiró con resignación en la puerta de la cocina. Como gran activista de la defensa de los derechos de los animales, la actitud de la niña, y la de su hermano apañándola, le parecía deplorable; y la dejaba atónita cómo sus padres no parecían interesados en tomar medidas contra la débil salud mental de esa chica.