Olvidarte seria olvidarme /yueliang

Capítulo XXXVIII

Capítulo XXXVIII

"Lié"

Narra la autora.

El aire en la pista del palacio cesa cuando el helicóptero deja de mover sus palas. Las risas, palmadas por encima de la cabeza, la serotonina del ambiente y la luz del sol a mitad de día, en pleno veintisiete de agosto con cielo despejado; haciendo sombra a cada integrante de la familia, incluido los empleados, que estaban en espera del regreso de la familia real. Sus gritos, sus "amén", sus "hurras" y sus "larga vida a la realeza" inundaron la isla que sonreía a la par. Chiflidos y ruidos de tambores se escuchan desde las cuatro ciudades de la isla y el pueblo ya reconstruido como nuevo.

No parece que hubo guerra, ni golpes, ni bombas, lo único que dejó eso intacto que, nadie en el mundo puede quitar; es la perdida de esas personas a las que tanto amaron y se les escaparon de esta vida a una mejor.

Se encuentran todos en la sala de estar, los muebles largos y esponjosos hoy están repletos de familia que desprende alegría por los poros, la deja en lágrimas y brindan por ella. Keng, desde primera hora, siguió a Cristina hasta terminar sirviéndole té y preguntándole cualquier cosa que se le ocurriera. Al lado de la pequeña, beben whisky la hermana mayor de las Cherty, Clarissa y su esposo Mateo. Él es un apasionado naturalista que explora toda tierra que pueda pisar y ella, chica de veintiséis años, modelo y conductora de su propio programa de televisión, en Italia, sobre celebridades del momento.

La familia Iprigsine llena mitad de la sala, las niñas Issa y Adri en el centro, jugando a las cartas y, los abuelos Omar y Gina a cada lado de su hija Liè. Gina no para de abrazarla y Omar de luchar con Gina para que deje darle un beso en la mejilla.

Y, aún en las escaleras, detrás de cortinas, Mitsuki se halla bajando el último escalón. Volver a casa se siente demasiado reconfortante. Incluso, el olor de su hogar se le hace dulce, algo sombrío, pero elegante y lleno de recuerdos. La vez pasada, cuando llegaron de Italia, fue Liè quién se emocionó por llegar al castillo y lloró por horas. Esta vez, Mitsuki admite que será ella la que, en la noche, llore como Magdalena, al igual que Matilde.

Pasa revista al pasillo, las cortinas volando con el aire y el brillito del oro de las velas como estrellitas. La madera por dónde su papá solía pasearle antes de dormir. Por los que su mamá corría detrás de ellos para intentar atraparlos y dormir a la bebé. La sonora risa de su padre invade su mente, su audición. La escucha tan real como cada tarde de abril, como en cada uno de sus cumpleaños, como cada noche antes de dormir.

— Bestie...

Dice alguien a sus espaldas. Ella voltea en un brinquito y sonríe al chocar con la intensa mirada 🪸 de Alejandro. Tiene una rosa en sus manos y camina hacia ella a paso seguro de diez años. La cadena plateada de sus jeans negros resuena con cada movimiento que hace, su sonrisa se expande formando dos hoyuelos en cada mejilla. Mitsuki lo ve más alto que la última vez, pero ella también ha crecido.

Él se inclina a darle la rosa roja, grande y viva como el brillo del sol. Pero ella se adelanta y le abraza. Puede que su corazón esté algo acelerado con su presencia, que sonría más de lo habitual, que su pulsera rose la piel del cuello de él y recuerde el día que se la regaló.

— La última vez no te lo pude decir, porque te fuiste cuando papá y yo volvimos de Antalya —se separan, sonrientes—. Pero la oruguita que me diste, la críe y se convirtió en una hermosa mariposita que, tiempo después, solté a los jardines de un círculo infantil.

— Eso es muy bonito —le da un beso en la mejilla.

Y él enrojece de orejas. Le entrega la rosa y ella la acepta en sonrisas maravilladas.

— ¿Alejandro?

Se escucha en un tono, cruzando las cortinas, Keng. Alejandro se mueve lentamente hasta quedar al lado de la castaña y, ver ambos, el ceño fruncido del niño de cinco años. Mira la rosa en las manos de su hermana, analiza a Alejandro de pies a cabeza y, en una encogida de hombros, solo se inmuta a decir que los están esperando en la sala.

— Voglio che tu conozca mio padre.

Alejandro le dice a Mitsuki y toma su mano. No le dan tiempo de réplica a Keng y salen corriendo hasta el lugar más abundado de sonrisas.

— ¡Papá! —llegan a su lado y todo los miran— lei é la mia princepessa.

Al igual que todas las mujeres y Marcio emiten un "ooooh" pícaro al escuchar dichas palabras. Los faltantes sonríen sin más.

— De la manito y todo... —le susurra Marcio a Cacia y ambos sonríen en travesura.

— Encantada de conocerle, señor —Mitsuki suelta a Alejandro y extiende su mano al padre, quien la agarra con delicadeza.

— Igualmente, princesa Mitsuki. ¿O debería decir... princesa de mio figlio?

Mira a su hijo con una sonrisa de oreja a oreja y este solo baja la cabeza, avergonzado y rojo de mejillas.

— Señor Gregorio, ¿cierto? —dice Mitsuki.

— Eh, sí. ¿Ya sabías?

— No, solo que he visto las iniciales en su reloj —le india a su mano derecha—. Deduje que sería Gregorio y usted me lo confirmó.

— Papá, Mitsuki é muy inteligente —aclara y su padre sonríe, en lo que él añade, mirándola—, y linda, gentile, tan tierna como los delicados pétalos violetta de una flor entrelazada al tallo de un girasol de espalda al sol, pero que solo resguarda su brillo para iluminar en la oscuridad, ahí en ese lugar dónde muy pocos se atreven a mirar.

La copa de vino de Molly da vueltas en su mano, mientras acaricia a su nuevo perrito con la otra y mira a Liè. Cuya madre aún no sale de su trance de sorpresa.

— ¡Qué gran semana nos espera! —anuncia Cacia elevando la copa al aire y todos los presentes la siguen, sin poder parar de sonreír.

***

<Canción a escuchar: Je te Laisserai Des Mots - Patrick Watson>

A pesar del hermoso atardecer que se podía disfrutar desde cada ventana del gran salón, los invitados del pueblo, de algunas ciudades de la isla y los italianos apreciaban más la decoración que Cacia y Molly se encargaron de hacer la madrugada del día de ayer.




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