Capítulo XXXIX
"Un respiro.... déjalo, no me sirve de nada".
Narra la autora.
Keng es el primero en cortar su wafle de plátano con salsa de caramelo y nueces. Ale se saborea los labios al ver el suyo. Las primas Iprigsine muerden una fresa de sus platos, los adultos beben algo de agua y Minshee corta un poco para su hija, enfrente suyo.
— Este palacio é inmenso —expresa la mayor de las Cherty, maravillada con cada adquisición del castillo y sus columnas.
— Creo que ha superado a Malbork, ¿no amore?
— io también lo creo, Mati —le regala una sonrisa y muerden sus wafles.
Cristina, por otro lado, pica poco y solo bebe jugo de naranja; alzando el meñique.
— Mmm.... —Mateo parece estar probando la delicia del siglo— questo è maravilloso —dicta, aplaudiendo a Matilde, quien se sonroja al entrar y llegar hasta al lado de Mitsuki.
Clarissa sonríe y Molly le sigue en los aplausos, Gina la mira extraño, ha creído toda su vida que era ella quien hacia los mejores wafles, según su hija pequeña. Molly nota su mirada matadora y carraspea, murmurándole algo.
— Hōkō es un misterio para todos debido a qué, solo la conocemos por sus gratitudes a diversos países —retoma la palabra, Mateo—. Nadie en realidad ha viajado a esta isla, ni siquiera se puede localizar en el mapa.
Matilde deja el plato enfrente de Mitsuki y le anuncia por lo bajito: — Los wafles con nuez de pecan, sus favoritos.
La niña le sonríe, exaltada y los poncha con su tenedor. Liè le sirve agua y, en el momento en que Matilde reemplaza una de las copas, las mangas de su abrigo dejan a la vista de Mitsuki un raspón que parece infectado, seguido de una cicatriz más arriba. La de caderas anchas se cubre rápido las muñecas y continúa su actividad. Rezando a que nadie lo haya visto.
— ¿Son naturalistas los dos? —pregunta Minshee a Clarissa, atrayendo la atención de Marcio.
— No, no. Sono un alpinista —aclara, dejando su taza de café sobre una telita verde con forma circular.
Molly le sonríe.
— Oh —Cacia deja a Issabella con su malteada en manos y la mira—, algo muy arriesgado, ¿no?
— Sí, pero mi hermana es masoquista —interrumpe Cris, dejando su copa de agua a un lado; atrae la atención de todos—, le encanta desafiar la gravedad.
Los adultos ríen, en cambio, el hermano Hoo se le queda mirando como si estuviera viendo un dibujo de corazones en tres dimensiones.
— No es eso, Cris, me piace quello che fiaccio. Y sí, hay molti peligros en ello, pero —se encoge de hombros— ¿dónde no los hay?
— Es un deporte muy bonito —recalca Gregorio—, Quando ero piú giovane y estaba entre mis habilidades, yo escalaba montagne con mi difunta esposa. io digo que, el sentir quell´adrenalina correr por tus venas, el aria fresca de cuando llegas a la cima después de tanto esfuerzo. Las vistas sin igual, il tramonto....
La curva en sus labios se hace más larga y una sonrisa da paso. Su pulgar acaricia su anillo de bodas y Gina, avalando.
— ¿Quieres un poco?
Keng le susurra cerca a Cris, le ofrece un trozo de platanito de su plato, pero ella niega con educación y solo bebe de su agua. Mitsuki, quien es la única atenta a sus palabras, cree que ella no come nada por su carrera de modelo. La observa y está muy delgada, tan flaquita no podrá disfrutar de las atracciones de la isla. Se hará daño.
— Nosotros siempre nos proponíamos llegar a la cima de las montañas más altas antes del atardecer —continúa Gregorio—, y así no perdernos ni el más mínimo segundo del proceso de la naturaleza.
La castaña mira a Alejandro, este solo desprende devoción por las palabras de su padre y como con mucho apetito sus waffles de dulces, fresa y mora bañadas por un río de chocolate. Eso no fue lo que le dijo él del paradero de su madre.
— Con eso también se refiere a... —insinúa Marcio con una sonrisa pícara en su rostro, Nila vuelve a sonrojarse de mejillas.
Todos se quedan en silencio. Dándolo por hecho, sin palabras a razón de los pequeños. Pero una voz les habla, de la nada y sin esperarlo, dejándolos helados.
— ¿A realizar el coito y de esa forma, gracias a la unión del óvulo y el espermatozoide, darle paso a la fecundación en el cuerpo de su mujer contribuyendo así a la creación de Alejandro Bianchi?
Keng termina de hablar y todos lo miran, Adri le sonríe con diversión y el perrito de Molly, acostado cerca de la ventana, le ladra. Para variar, Mateo no lo asimila con tanta diversión y un pedazo de fresa se le atora en la garganta, por lo que empieza a toser. Clarissa da palmadas en su espalda y Pablo que, cuidaba de cada mordida de Issabella y sus masticadas, lo ayuda presionando en su pecho, hasta que lo escupe.
— ¿Bien, hermano? —le pregunta, alcanzándole el agua.
Mateo asiente y Cristina sonríe, dándole a entender a Mitsuki que entre ellos hay algo de recelos. La de ojos rojos recuerda, de inmediato, cómo no quiso dejar a su hermana dormir con su esposo y se acostó entre los dos; diciendo que tenía miedo de dormir sin ella.
— En verdad que, los adultos se complican demasiado la vida —Keng niega con la cabeza, pincha con su cubierto una rodaja de plátano e infla sus mejillas—. Es algo total y completamente natural en el hombre. Todos los sabemos.
Mateo sonríe y se acomoda en su lugar, salteando sus dedos en el borde de la mesa. Ruido tan perturbante que hace a Mitsuki hace una mueca de desagrado, sin hacerla notar mucho. Sabe que es solo a ella quien la molesta por esas enormes orejas peludas que, la sombra del sol mañanero, dibuja detrás de su silla.
— Ves, mi amor —Clarissa toma la mano de su compañero—, sí lo podemos hacer juntos. No pasa nada.
El carmín en las mejillas del hombre se hace más presente. Intenta cubrirse con la servilleta, siente sus orejas arder como fuego. La sonrisa nerviosa en su rostro se dibuja más temprano que tarde, siendo acompañado por el derroche de serotonina de todos los adultos aquí presentes. Incluso la sonrisa de uno de los guardias agrega energía al ambiente.
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Editado: 01.06.2025