Capítulo XVI
"Moléculas"
Narra la autora.
¿A quién le apetece ir a paso lento? ¿Reteniendo toda la adrenalina del conocer cosas nuevas, sólo porque los demás del grupo caminan a paso tortuga?
Naaaah. Mitsuki y Keng no podían permitírselo. Es por eso que, una vez más, corrieron lejos de la vista de sus tías y de su madre.
El Valle de los templos. Los mismos residentes de la ciudad no entendían, ni entienden, que tanta belleza les ven los turistas a esas columnas desechas, con mal aspecto y grietas por todos lados. Dando la perspectiva de que aplastará a alguien en cualquier momento.
Pero sí, por verlas, esos turistas tontos pagan mucho dinero a esos pueblerinos aprovechados que dicen ser guías. De todos modos, las vistas, y el guía displicente que tienen, es lo que menos les importa a los hermanos Hoo.
Mitsuki corre de un lado a otro, pensando que es perseguida por Keng. Este último, corre de un lado a otro también, solo.... haciéndolo por hacer.
Detrás de una de las columnas, al final del Valle, dónde nadie curiosea; residen tres niños mayores que ellos. Por sus vestimentas sencillas y con varios agujeros, Mitsuki deduce que no son parte del grupo con el que ha venido; pero al instante de verlos con un tirapiedras, apuntando justo a las palomas que vuelan sobre ellos, los cataloga como negligentes. Frunce el ceño, cierra los puños y se encamina hacia ellos.
Keng, por otro lado, la mira extrañado y la sigue a paso lento. Por si las dudas.
— ¡Eh, tú! —grita con hostilidad en su voz—. Déjalas. Les harás daño.
Con su vista sondea en su radio de cinco metros, no hay ninguna en el suelo; lo que debe ser buena señal.
El más alto de pelo rubio hasta los hombros, se percata de su llegada y sonríe burlesco. Toca el hombro del otro, uno que le llega por el pecho, castaño ondulado y de piel morena; lo guía con la vista y, este último escanea a la princesa de pies a cabeza, y de cabeza a pies si es posible.
Él frunce el ceño. Keng le sigue en el gesto.
— E chi sei tu?
Pregunta, mordiendo la punta de una hojita alargada. El que se supone que es el francotirador, aún no los ha visto, pero al no escuchar respuestas y ver como la piedra que recién disparó, cae en picada sin hacerle el más mínimo rasguño a su blanco, gira en su eje. Y choca con la mirada furiosa, en todo el sentido de la palabra, de Mitsuki.
— Puedo ser tu peor enemiga —Mitsuki les sonríe con inocencia y feliz de ver el cabreo del último y el más bajito en girarse—. Te lo digo por las buenas y en tu idioma: Lasciale in pace.
La frente del alto se arruga más conforme Mitsuki fulmina con la mirada al más bajito. Su boca hace un gesto de estallar a carcajadas, pero el último mencionado se le adelanta. Y estallan todos.
— ¿O qué me harás, niñita? ¿Me lanzarás rayos láser con esos lentes tuyos?
Ella encoge su cuello, confundida.
— Yo no uso lentes.
— De seguro que sí, sus ojos son demasiado bonitos para ser reales —suelta el alto.
Hasta ahora, nadie se ha fijado en Keng ni en sus brazos cruzados a medio pecho. Se puede decir que le molesta más ese hecho, a qué le estén disparando a unas simples palomas.
En ese momento, Mitsuki captó la indirecta, sin embargo, no le hizo mucho caso. Agita su cabeza y vuelve a mirar al bajito, que estrecha su brazo para agarrar otra piedrita de una mini pirámide que tiene echa a sus pies.
— Iros turistas, no quieren buscarse problemas por aquí.
Advierte y estira la correa a la altura de su mejilla, con los dos ojos abiertos. Posiciona bien sus pies, como si fuera a disparar con un arma de fuego, y.... la piedra vuela por encima de la cabeza de una de las palomas y golpea a otra por el cuello, seguido de esto, cae al suelo.
— ¡No! —Mitsuki corre hacia ella y la agarra antes de que toque tierra seca, dejando correr una lagrima por sus mejillas.
Ve que el ave en sus manos está tiesa, poco tibia y con la vista perdida. La arrulla en su pecho, como un bebé, y camina hasta colocarse en su antiguo lugar y mirarlos con más odio que antes.
— ¡Eres un monstruo! —espeta—. La has matado, eso no se hace. Eres desagradable.
El pequeño ríe, acercándose a ella quién es más baja que él; pero no ve problemas saltarle encima y, de un puñetazo, romperle un diente. O todos de paso.
— Me da igual lo que digas. Ya lo hice.
— ¿Está llorando? —dice el moreno, riendo—. ¡Mírala, está llorando! Tan bebé.
Keng se acerca cauteloso a ella, aún siguen sin darle importancia a su presencia.
— Es una paloma solamente —se la arrebata de las manos y la batea contra el piso, como si de otra piedra se tratara—. No seas llorica.
Y, acompañando el repentino enrojecido en sus ojos, sus mechas arden, se prenden y dejan sin aliento al más alto. En silencio, carraspea a su sorpresa y se encoge de hombros, yéndose hacia una de las columnas, a sentarse.
— ¡Tú! ¡No! ¡Mereces! ¡Vivir! —grita en pausas, cerrando sus puños.
— No, no —Keng la agarra por los puños, en voz baja. Dándoles la espalda—. No lo hagas, por muy idiota que sea.
— Mira, Grick, el noviecito se animó a defenderla.
Grazna el moreno, con las manos en los bolsillos. El más pequeño se ríe, tocándolo por los hombros.
— ¿Qué pasó? —cambia su expresión de manera radical, mostrando una lastimera y culpable—. ¿Les hemos hecho daño?
Mitsuki le clava la mirada, haciendo que un escalofrío recorra su espina dorsal y le cause miedo en su estómago, pero no lo da a demostrar.
— Déjanos, ya nos vamos.
Establece el príncipe, dando dos pasos en dirección por donde llegaron, pero Mitsuki no le sigue.
— ¿Estás furiosa? —le vuelve a decir, ignorando por completo a Keng.
Ella no le contesta, sin embargo, retuerce más sus dedos, ardiendo de cabellos. Él sonríe, divertido.
— ¿Crees que te tengo miedo? —se acerca aún más, cogiéndola por el cuello.
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Editado: 01.06.2025