Capítulo XX
"Culpa sin dedo"
Narra la autora.
Llega cantando con voz suave, dulce y armoniosa la palabra: "abuelito". Y asoma su ojito por el agujero de la llave.
Todo se queda en silencio, no ve ningún movimiento. Aguanta la respiración y..... el ojo carmelita del abuelo aparece en el agujero ondulado.
Ella sonríe, achinando sus ojitos color vino.
La manilla, por encima de sus dos moñitos, da la vuelta contraria y se abre la puerta. Las piernas largas del abuelo son la primera vista, la punta de sus zapatos brillan, pero sin duda lo más llamativo es su resplandeciente sonrisa.
— ¿Me estabas espiando, nubecita?
— Nou —hace morritos y camina hasta quedar al pie de la cama—. Llamé antes. ¿Puedo pasar?
— Ya lo has hecho.
Cierra la puerta, riendo.
Mitsuki, en cambio, analiza los dos cuadros de la mesita de noche y las manzanitas de la pared opuesta a la cabecera de la cama. Camina todo, hasta pararse enfrente de la pizarra escrita con plumones verdes.
— ¿Qué es eso? ¿Contabilidad?
— Sí.
Se sienta detrás de ella, leyendo unos papeles.
— Me parece en buenas condiciones la gráfica —rodea con los ojos el círculo dividido en ocho partes—. ¿Tío Marcio se encarga de qué exactamente?
El abuelo ríe.
— De los negocios. Tiene buena labia, te habrás dado cuenta.
Ella suspira de forma dramática. A sus ideas, se siente directora y presidente de la empresa, en estos momentos. Hace carita de inmutable y se sienta a su lado, siguiendo la misma lectura con sus ojos.
— ¿Qué te gustaría ser de grande?
Se detiene y lo mira, sus labios se contraen en una línea de dudas. Toda la seguridad de directora se ha escapado por la ventana.
— Ser Reina no es una obligación. No es tú obligación —aclara, relajado.
— Soy la princesa....
— Obviemos esa parte —dice, abrazándola por los hombros, provocando que sus labios se encaminen en la curva de una media luna—. ¿Qué te gusta hacer más?
— Darle miedo a los demás.
La mira, congelado.
— Es decir.... —lo piensa mejor, rascando su cien y se encoge de hombros—. Sí, asustar a los demás y engañarlos.
Omar sonríe, besando su frente.
— Bueno, si mis cálculos son correctos, asustaremos a muchas personas en la noche de Halloween. ¿Qué piensas?
Se mantiene seria por unos segundos.
— Genial —su expresión de incredulidad pasa a una sonrisa de oreja a oreja, de manera efímera— Tío Marcio será mi primera víctima.
Fabula un tanto de qué modo lo hará, sin notar que la mirada acuosa de su abuelo se posa en ella. Quién recuerda haber traído la tableta, pero se distrae al ver la silla giratoria y, de un salto ágil, se sienta en ella y empieza a dar vueltas. ¿Es una manera de entretenerse o pensar bien si decirle?
— Abuelo, ¿por qué hay personas malas en el mundo? —habla impulsándose con el rozamiento de su mano en el borde de la mesa.
— ¿Lo pregunta la niña que le encanta asustar a muerte?
— Sí. Yo.
El de camisa manga larga y tela azulada, niega con la cabeza, sonriendo.
— Hay un dicho muy antiguo que dice que para que exista el bien, tiene que haber un mal. ¿O era al revés? —sopesa viendo el suelo y chasquea la lengua—. Da igual. Las personas somos muy parecidas a ese dicho y muchas veces es la envidia quién nos domina.
— Pero no debería ser así.
— No debería —escribe algo en la pizarra y coloca la tapita al plumón, observando nuevamente las hojas de cálculo—. Pero nadie nunca es tan malo ni tan bueno, las emociones siempre son las que toman el control de la situación y pueden llegar a ser muy peligrosas. No es algo que se pueda detener en un día ni en una vida. Por eso hay que saber protegerse a ti mismo y a tus seres queridos.
La mirada roja va de pies a cabeza. El cuerpo del abuelo es muy diferente al del tío Kong. Sobre todo, por la pancita que sobresale y abulta su camisa.
— Es por eso que hay tanta seguridad aquí, porque siempre hay enemigos, aunque tú te lleves bien con todos.
— ¿Tú? ¿enemigos, nonno? No me la creo —ríe, apoyada en las palmas de sus manos.
Sus pies cuelgan y se balancean por encima de las rueditas plateadas, admirando como la punta de sus pelitos se balancean en sus hombros.
— Sí, nubecita. Hasta un nonno tan genial como yo —se señala a sí mismo, ladino—, tiene enemigos. Viene con el éxito.
Razona un poco los pros y los contras. Decirle al abuelo de aquel hombre no era el plan inicial, la cosa era sacarle información; pero ¿y si el hecho de que sea su padre era solo en su mente? Hace unas horas estaba llegando a la conclusión de que ella era quien le hacía daño a la mamá.
Tal vez no controla sus poderes como cree que lo hace, tal vez confunde la realidad con deseos, su instinto con anhelos, sus razones con ilusiones.
Puede que sea un enemigo, que sea peligroso.
Oh no, ¿y sí le hace daño también a sus abuelos? ¿El peso de su poder puede llegar a tanto?
— Abuelo....
Omar suelta un sonido grave en su garganta, como contesta. Mitsuki muerde su labio inferior, sondea la vista en los pelitos gordos de la alfombra blanca, tintinea la punta de sus zapatillas en el suelo de madera y.... lo mira.
La ola de nervios por ser una vez más ella la culpable, se desata en su mucosa y, enrojecida de párpados, inhala hondo.
— Si tienes enemigos.... —agarra la tableta con dudas aún— …deberías ver esto.
Desbloquea la pantalla, exhala y la foto rebota enfrente de sus pupilas disminuidas.
— ¿Qué es?
— Es el jardín de enfrente —él se sienta a su lado—. Hace unas horas, ese hombre estaba mirando fijamente tu casa y a mí mamá cuando llegó.
El abuelo de hebras castañas y enredadas, le hace zoom al video que, tiene más calidad que la foto ampliada de por sí y traga saliva. Entrecierra los ojos por unos instantes y sonríe, transmitiéndole seguridad a su nieta; quién jugando con la punta de sus dedos, evita su mirada.
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Editado: 01.06.2025