Capítulo XXII
"Decidida"
Narra la autora.
¡BOOM!
Explota otro edificio a su redonda y presencia como seis o siete guardias no pudieron escapar de las enormes piedras de cemento. Quiso salvarlos, pero en ese preciso momento un hombre la golpeó con su codo en la cabeza. Se mareó un poco, pero ubicó la figura esquelética de aquel hombre que ha seguido sin mirar atrás.
Las personas corren sin sentido. Gritan demasiado. Cuando les habla, ni siquiera voltean a mirarle. Nadie escucha ni atiende sus llantos de que ha perdido a su hermanito. Está sola y no segura de si fue una buena idea alejarse de los guardias… aunque uno de ellos le diera malas vibras.
— Disculpe, ¿pudiera decirme si…? —detiene su pregunta al ver que la mujer pasa de largo. Ve a una joven cerca— Hola. ¿me pued..? —se corta nuevamente cuando la joven la empuja a un lado y sigue corriendo— ¿Nadie me puede ayudar…?
— ¡Apártate! —maltrata un joven alto que corre con un dispositivo rectangular en sus manos, este le recuerda a la laptop del nono Omar. Si estuviera aquí.
La imagen de su madre tirada en el suelo vuelve a la mente, no sabe qué hacer…. ¡No sé! No ve al hermanito por ningún lado. No está en los puentes, ni en los callejones, ni en ninguna fortificación aun en pie. No lo encuentra.… no puedo ni imaginarse que el haya quedado debajo de una de las explosiones….
¿Y si es su culpa? Ella lo mandó a ir a lugares seguros donde, por desgracia, las bombas se han estrellado más que nunca.
— ¡Vamos a moriiiiir! —escucha el grito de un señor adulto detrás. Al voltear, identifica la botella de alcohol en su mano, así que está ebrio.
Bien, bien, bien. Debe hacer algo. Tiene que hacer algo. Es la única capaz aquí de salvar a todos. En eso ve su obligación.
— O vas al castillo o te quedas aquí —Huli hace su inesperada aparición.
— ¡Qué bueno que… —se entrecorta la voz en un leve llanto que logra ahogar rápidamente— estás aquí…!
— No nos pongamos sentimentales; esta es tu primera misión, concéntrate.
Su figura pequeña delante de los ojos de ella, la llevan a olvidarse de lo que pasa a su alrededor. Los cierra, ideando un plan. Cree que lo mejor es salvar a su madre primero, eso no hay necesidad de discutirlo. Luego va por Keng. Si ahora no ha tenido visiones de él, eso significa que está bien, ¿no?
Entonces se le ocurre.
— ¿Dónde está mi hermano? —pregunta abriendo los ojos, pero Huli ya no está ahí.
Mitsuki frunce el ceño, detesta cuándo se va sin decir. Se enfoca de nuevo en darle fuerzas a sus ilusiones de reinas con la misma apariencia que su madre, las cuales se esparcen por todo el castillo. Si hay alguien allí, como lo presiente, se distraerá un rato encontrando a la verdadera.
Es hora de....
*piiiiiiiiiiiiiiig....*
— Ay.... —gimotea, de cara en el suelo de tierra.
La cabeza le da vueltas, tiene la sensación de dar vueltas en un espacio vacío. Sus oídos sangran, duelen por dentro.... ah.... cree que fue una bomba. No recuerda haber sentido uno de los aviones encima de ella.
Como sea, se levanta media atolondrada, sus rodillas se doblan y tiemblan. Voltea, encorvada y sujetando su cabeza con sus manos, al lugar dónde estaba. El edificio ya no existe, solo quedan escombros.
Una vez el polvo se va con el viento, puede ver unas piernas salientes de debajo de las rocas. Se acerca tartaleando. La pierna parece explotada, arrancada de su respectivo cuerpo desde mitad muslo. Las quemaduras que rodean su tobillera son de tercer grado, pero no están más negras que la mano que sobresale en otras piedras.
Aparta las más grandes, descubriendo el cuerpo herido, de ropa rasgada, de un hombre barbudo. Mayor de edad.
— Señor, ¿está bien? —le mira el rostro, sus ojos están bien chichoneados, pero logra ver el movimiento de pupilas en ellos.
— Ayuda, por favor….
Voltea a un lado, un niño de alrededor de once años, con las mejillas accidentadas por acné, presiona su mano sana contra su pecho. Sofocado, con falta de aire.
— ¿Creen soportar hasta que vengan los médicos? —puntualiza la princesa, observándolos detenidamente.
— No.... —tose el niño— soy asmático, perdí mi inhalador….
Mitsuki mira a sus pies, da vueltas en su radio y solo hay piedras sin forma similar entre ellas.
— Ah.... —se intenta sentar, pero cae tumbado de nuevo por el latigazo de dolor en su brazo.
Ella se apresura a agacharse a su lado, los sostiene, sin mirarle a los ojos y levanta la manga de su camisa.
Abre sus ojos a la impresión. Una hemorragia que le ha puesto el brazo morado, tieso y duro.
— ¿Desde cuándo tienes eso?
— Un cristal reventó enfrente mío —tose— y me cortó, lo que —tose— me lo saqué tan rápido que creo que —tose dos veces, remplazando su voz ronca por una oxigenada— lo he empeorado....
Ella palpa el brazo, el aprieta los dientes por la picazón y, mientras la niña lleva la palma de su mano a la herida, cierra sus ojos.
— ¿E-eres docto.... —tose— doctora?
— No —cubre los ojos del jovencito con la otra mano—, pero he leído muchos libros de medicina.
Las venas de su brazo se vuelven negras, pero van transportando la hemorragia a su organismo. Él tose seco. Su piel se va aclarando. Termina y descubre sus ojos, este la mira anonado.
— No preguntes —se anima a mirarle a los ojos, son amarillos y ese rostro... fue el chico del portátil hace unos minutos. Lo reconoce—, solo cree en los milagros. Te encontrarás muchos por aquí.... —murmulla entre dientes lo último para sí misma.
Voltea al viejo hombre que la había estado observando en silencio y, cuando fue a levantarlo, él hizo ademanes de detenerla.
— Gracias, angelito —impide que lo levante y la mira a los ojos, no pudo dejar de ver el fluido tan espiritual que corría por sus mechas rojas—, pero este abuelito ya ha sufrido muchas cosas en su vida, no soportará vivir una guerra y solo ser una carga.
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Editado: 01.06.2025