Capítulo XXIV
"Detrás de la puerta"
Narra la autora.
En la playita, detrás del castillo.
— Señor, los lobos Maendinnis han capturado al niño.
Wesk se vuelve a colocar sus gafas oscuras, de hecho, hace un rato solo se las quitó para limpiarlas de la sal del mar. Mira fijamente al hombre que está a su lado, el encapuchado de brazos cruzados, por encima de sus lentes y dirige su mirada flemática al escolta.
— Perfecto —pestañea en afirmación, un hábito—, lugar de encuentro y es para ya. Ese niño es listo y se les escapará fácilmente.
Sin prestar mucha atención al otro, Wesk sube a su auto seguido de su chófer, sus dos guardaespaldas y el escolta que recién había llegado corriendo. Todos sacudieron la arena en sus zapatos de fino perfil.
— Espera, ¿qué hay de mí? —el encapuchado llega hasta la ventanilla oscura y, con su mano apoyada en el techo del auto, interroga al de mandíbula cuadrada, perfectamente marcada.
Este solo lo mira por encima de los lentes, una vez más. Sus ojos azules no reflejan más que frialdad, desinterés y resistencia a su poca paciencia.
— Te quedas con varios escoltas a tu disposición, pronto llegará un helicóptero y te ayudará a luchar contra todos esos que salieron de la nada. Y mira —sube la vista al cielo—, está el avión.
— No puedo creerlo —ironiza—. ¡Teníamos un trato! —recalca perplejo, cerrando el puño apoyado en el techo. Las perlitas que rodean a su reloj chocan con el techo, emitiendo un pequeño "tin, tin".
— Y yo cumplí con mi parte. Tienes el palacio vacío y tú pueblucho destruido. Ve y hazte el héroe —mira al frente, cruzando sus tobilleras—, tengo asuntos que atender y he tenido bastantes perdidas en esto.
Sin dar tiempo a replica, la ventanilla arranca en subida hasta verse a sí mismo en el reflejo. El auto acelera, la arena sube y, en unos segundos, ya ha bañado al corpulento de traje y corbata, pero rostro escondido.
— ¡Eres un traidor! —grita desde lo lejos, sacándose la capucha, con fuerza en su mandíbula— ¡Dios no te acogerá en su reino! ¡No lo hará! ¡No te perdonará!
Besa su rosario, tambaleando por la arena.
— Señor, ¿qué quiere que hagamos?
***
Junto al silencio que quedó en la última torre, Mitsuki voló en pedazos el avión que azotaba a la isla. La oleada en el mar bañó los puentes, pero salvó varias vidas de otro misil en picada.
— ¿Cómo le hizo? —con lengua de trapo, curiosea el científico.
El filósofo chasquea los dedos y con un vaso de agua fría, despierta al matemático. Este, sobresaltado por la glacial temperatura que ha absorbido sus facciones, vuelve a respirar y, asustado, mira su brazo perfectamente en buen estado.
Mitsuki le mira, su mirada es suave sobre el hombre que acababa de retorcerse en el suelo.
— Perdón —pronuncia, pero sonríe al no escuchar más bombas—. Al menos, ya terminó.
Liè pestañea, intentando asimilar lo que sucede. Lleva en shock desde que subió a esta torre, y ahora solo logra respirar con dificultad. ¿En qué momento la vida dio este giro inesperado? ¿Cómo han llegado a esto? Preguntas que la mantienen en un estado de trance. Oh, no. Esa sensación de ahogo está volviendo. Keng, su hijo, está ahí afuera…. sin ella poder protegerlo.
***
Por otro lado, el encapuchado cuyo rostro se desconoce y cuyas manos cubre con guantes negros; obvia la parte en la que vio el avión caer y, atrapando a los empleados, los tortura para saber el paradero de la reina Liè. La buscó por todo el castillo. No la encontró. Y embriagarse con el aroma de sus vestidos, no es suficiente. Liè tiene que ser de él. ¡Él! ¡Sólo de él!
— ¡¿DÓNDE LA HABÉIS ESCONDIDO?!
Escupe la cara de las gemelas empleadas, quienes tiemblan de rodillas; amarradas en las sillas. Klohe grita, llora moqueando la camiseta de trabajo. El miedo en sus pupilas es de escalofríos por todo su cuerpo. Sin embargo, Lohei, de cabellos rubios y ojos oscuros, se mantiene erecta, sin llorar, sin pestañear, se queda callada.
Entonces, se dirige a Matilde, esa de caderas anchas y coleta negra. De labios de muñeca y nariz perfilada. De ojos marrones como el chocolate puro. Ella, quién prometió no decir nada, quién lo juró por la vida de sus hijos. Llora, claro. Matilde es una magdalena, pero de las fuertes y "aguantonas" como se dice a sí misma.
Él, traicionado e impaciente, pierde sus estribos y tumba todas las cazuelas de la cocina de una palmada. Siente que sin Liè, todo esto ha sido en vano, una pérdida total de su valioso tiempo. ¡Quiere a Liè! ¡Y la tendrá!
Coge una de los cuchillos de la isla y se para detrás de Guilbet. Klohe lo mira aterrada y su grito estremece las paredes cuando, de un simple movimiento, la sangre de Guilbet le salpica en la cara y él cae degollado a sus pies.
— ¡NOOOOO! —se remueve en la silla, pataleando enfrente del hombre con quién mantenía una relación amorosa— ¡Guilbet!
— ¡Hablad o ella será la siguiente! —jala a Xiao y Matilde parpadea, sin decir nada.
— No.... —llora a lágrima suelta la japonesa de cabellos teñidos de negro— no, por favor....
Los otros dos empleados hombres se mantienen de rodillas al lado del encapuchado. Sus manos están amarradas a sus espaldas y los ojos clavados en el suelo.
— ¿Dónde está Liè? —mira a Matilde— ¿Dónde?
Ella le esquiva la mirada y, a la par, los dos escoltas les rompen el cuello a los empleados de rodillas en el suelo. Y, Xiao cae tendida en el suelo, conectando su mirada con la de Matilde. La vieja amiga, ella con quién vivió miles de aventuras y río cada noche después de que todos durmieran; se desangraba enfrente de sus ojos. Le sonríe, Xiao le sonríe a Matilde y articula con los labios un "protégelos" antes de que la apuñalada en su corazón, se llevara su último suspiro.
— Ah....ja.... —solloza Klohe, sin poder ver más allá que unas burbujas en sus ojos—. No..... no, por favor…
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Editado: 01.06.2025