Capítulo XXXIV
"Inconscientemente consciente"
Narra Liè.
Medio día después.
El aire frío del polo norte llega a rozar mis mejillas y abrazarme. Por más frío que sea, me siento mejor que con un globo caliente. Frío me congela los sentimientos, mis pensamientos, todo lo que puedo llegar a sentir ahora que, no quiero sentir. Me hace pensar en solo el viento y sentir como mis dedos tiemblan con sus pequeños soplidos. Ya no traquetean, no pestañeo tan seguido, tampoco me siento frágil. Simplemente, siento el vacío.
Me acerco al borde de la cubierta, hacia el norte. Sonará estúpido y algo repetitivo, pero aun no me creo en qué momento ha cambiado mi vida para tanto. Cuando era adolescente, nunca me gustaron las películas de mafias y amores tan.... crueles. Me gustaban y me gustan las románticas, esas empalagosas, sí. Pero la vida no es nada como la pintan en ellas, ni en las mafiosas ni en las sanas. La vida es vida y te da dolor por dónde sea. Incluso si quieres acabarlo, si quieres mantener el control; no somos una máquina, y algunos puede que si se manejen por completo; pero otros como yo, no.
Soy sensible, muy sentimental. Me duele todo. Y ahora con esto no siento lo que siempre he sentido, no tengo con quien hablar con drama, ni a quién abrazar que me transmita algo de los viejos tiempos. Es cierto, tengo familia, pero no estoy con ella ahora y, mis hijos, por más que me llenen de felicidad; la laguna negra que, siento ahora mismo, no la puedo negar.
Y lo más gratificante que tengo en mi vida ahora, es el viento. El viento que me revuelve los cabellos y abraza los hombros como si fuera Keng. Mi Keng. Los aviones en el cielo, los barcos dando vueltas, fragatas a los alrededores y cada radio de los marines que suena a mis espaldas, en la pista. ¿Qué haría Keng si estuviera aquí? ¿Si estuviera en mi lugar? Espero que no tomara la misma decisión y fingiera muerte.
...Cielos, aún no estoy lista para bromear sobre eso. Me han dolido mis propias palabras.
La luz del sol crea una sombra a mi lado. Da calorcito a mi piel, mi ojo, mis mejillas y detrás de una oreja. Como si estuviera abrazándome. Tal vez, eso es lo que necesito ahora mismo. Cierro mis ojos e inhalo la brisa fresca. No se equivocaron al decir que, somos esclavos de la naturaleza. La naturaleza de la humanidad. Mitad de mi vista se va tornando de oscuridad y solo divisada iluminada por una luna, la otra parte aún sigue con el brillo del sol y nubes que de moradas pasan a desaparecer en la oscuridad del anochecer.
Es….
— ¡Ah! —grito cuando me tiran al suelo y mi cabeza queda escondida bajo el duro pecho de alguien.
El ruido fuerte de un avión me aturde, me deja un zumbido en los oídos y juro haber sentido el roce picante de la brecha de aire en mis piernas. De tan acalambradas que las siento, de momento, podría apostar que algo me ha golpeado.
El hombre que me tiene debajo suyo, se mantiene como manta en todo lo que dura el sonido crispante, horrísono y potente. Siento que los oídos me explotaran, cierro los ojos con fuerza y sus brazos me abrazan fuerte. Al mismo tiempo, una de sus manos le hace presión a mi cabeza, contra sí. Hasta que, de un momento a otro, todo cesa.
— ¿Está loca? —me grita, siento el vibrar de su garganta en mis hombros. Es Rogers. Se coloca de rodillas, llevándome consigo, sin soltarme, hasta quedar sentada. Y me mira, sus pupilas están demasiado disminuidas—. ¿Cómo se detiene a mitad de una pista? ¿Qué es sorda?
— No.... —acaricio mi sien, su voz me está tronando los tímpanos—, no entiendo....
— ¿No viste el avión aterrizar? ¿Y los llamados de todos? —señala hacia una parte de la pista, la mayoría nos miran con las manos en la cabeza—. ¡Hasta una ballena podría oírlos!
Su fatiga es notoria, el sudor en su frente brilla con el sol. Tiene un poco de polvo en los hombros, parece sal. Intento enfocarlo bien y omitir el zumbido en mis oídos. Me van a explotar. Escucho su suspiro pesado y le miro de nuevo, sus ojos están aguados, pero pestañea hasta deshacer cualquier inicio de fragilidad.
— ¿Estás bien?
— ¿Estás bien?
Decimos al unísono y yo dejo escapar media sonrisa. Me mira de pies a cabeza. Revisa mis piernas, las toca y siento su tacto fuerte en mis pantorrillas. Hago una mueca y él relaja los hombros—. Sí, completa.
Aún se siente su respiración fatigada en cada palabra que habla, pero toma de mis manos y me ayuda a poner en pie. No escuché ningún avión, ni a nadie llamándome. Prácticamente me tiemblan los codos de sentir la vista asustada de todos. Y algunos con las manos en sus pechos. Me lleva por los hombros, sigo sin poder articular palabra. Le asiente con la cabeza a varios que siguen cargando cajas al interior de un avión y yo veo, a pocos metros, el que acaba de aterrizar.
— Señor, ¿se encuentra bien? —llega Tyler "Pequod", su piloto escolta. Recuerdo haberlo visto en la isla también.... ¡Ahora sé! Es el copiloto que estaba con él en aquel auto cuando iban a buscar a Keng.
— Para esto entrenamos, ¿no? —la broma en sus ojos saca una sonrisa al recién llegado y ambos me miran— Pero la señorita necesita un chequeo médico. Un poco de sedante, tal vez.
Sus ojos indagan mis pestañas. Dios, me duele todo, pero no por lo recién pasado. Sino que... me siento cansada. Desde que todo esto inició, me siento muy agotada.
— No.... necesito —hablo demasiado lento a mi parecer— sedante....
Tyler sonríe y se marcha a sus acciones, todos siguen en sus actividades.
— Disculpe —Rogers me sigue hablando, le miro más de cerca. Me gusta mucho su cicatriz—, pero nos hará morir a todos aquí, si no se relaja un poco.
— Era justo lo que hacía —recupero mi voz y vuelvo a carraspear, dándole más fuerza—. Salí a coger aire.
— La próxima vez hágalo en cualquier lugar, menos en el centro de pista.
Le frunzo el ceño, no recuerdo haber estado en el centro. Pero viendo de la dirección que venimos, si parece serlo.
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Editado: 01.06.2025