Omega

Capítulo 8 |Rosas|

Había algo que especialmente me irritaba: que me despertaran de prisa. Esta mañana eso pasó.

Los intensos golpes en mi puerta me sacaron del sueño profundo. Con los ojos entrecerrados y aún medio adormilada, me levanté de la cama y me dirigí tambaleándome hacia la entrada. Al abrir, me encontré con Derek, quien me miró de arriba a abajo con una expresión impaciente y solo dijo:

—Tenemos que salir, te quiero lista en 20 minutos.

Casi sin pensarlo, le azoté la puerta en la cara, un reflejo de mi frustración matutina, debido a la forma en que me despertaron. Volví al interior, resoplando de mal humor, y me metí a la ducha con más rapidez de la que me era cómoda. El agua caliente me despertó un poco, pero la sensación de prisa seguía presente. Cada movimiento se sentía apurado, y la rutina diaria se transformó en una carrera contra el reloj.

El sol aún estaba escondido, pero ya reflejaba algunos rayos que indicaban que el día estaba comenzando. Me vestí de mala gana y sin poner mucha atención a lo que me estaba llevando puesto, y cuando finalmente vi el reloj, faltaban apenas unos minutos para cumplir con el plazo que Derek me había puesto.

A los 20 minutos exactos, salí por la puerta y me dirigí al lobby, donde ya me estaba esperando Derek y un montón de guardias a su lado.

¿Siempre era necesaria tanta seguridad? ¿Cómo es que Derek no se abrumaba?

Hablando de guardias, esta vez tenía uno diferente y no a Luke. ¿Había pasado algo? Mi corazón de pronto palpitó con preocupación y tuve que respirar para tranquilizarme.

Esto de tener un mate me desestabilizaba y eso me causaba mucho conflicto interno.

Derek no habló mucho, solo asentía o negaba cuando era necesario, y tampoco dijo mucho cuando subimos al carro y este comenzó a andar. Fue hasta que me cansé del silencio y los misterios que hablé.

—¿Puedo saber a dónde vamos? —pregunté, indagando en el ambiente y en el humor de Derek.

—A la manada del Río —dijo sin mirarme y volteó de nuevo su vista a la ventana.

—¿Y para qué? —insistí.

—Necesitamos hablar algunos asuntos internos. Nuestro objetivo es mantener a las manadas unidas.

—No entiendo del todo bien.

—Solo... —Derek me lanzó una mirada breve y seria—. Pon buena cara, Nor. Voy a tratar un asunto delicado con el Alpha, y tú tienes que ganarte a la gente.

El silencio volvió a llenar el espacio del carro mientras el paisaje se deslizaba ante nosotros. La preocupación seguía presente, sentía que esta era una de esas veces en las que tendría que debutar y volver a fingir frente a mucha gente, pero me esforzaba por mantener una actitud positiva. Después de todo, era lo único que podía hacer para tranquilizarme, sabiendo que mi rol en esta visita era crucial.

A medida que nos acercábamos a nuestro destino, me preparé mentalmente para lo que se avecinaba, deseando que la tensión se disipara y pudiéramos avanzar con éxito.

Rogué internamente que la gente de la manada me aceptara y que yo lograra crear buenos vínculos.

Finalmente, llegamos a la entrada del territorio de la manada. Los grandes portones se abrieron lentamente, revelando un camino que llevaba al corazón de su comunidad. La vista era impresionante: casas de madera perfectamente alineadas, jardines cuidados y un aire de tranquilidad que se respiraba en cada rincón. Pero bajo esa calma aparente, sabía que me esperaba un desafío.

La manada del Río era bien conocida por sus tradiciones y cultura. Estaban lejos de los humanos y casi no tenían contacto con ellos, más que para situaciones realmente especiales. Así que también se caracterizaban por ser un poco fríos en personalidad.

—Por favor, hazte amiga de la Luna —dijo Derek antes de bajar del coche y abrirme la puerta.

El Alpha y su Luna nos recibieron de buena manera. Su casa era más pequeña que la mansión en Luna de Nieve y, a diferencia de Leonard y la decoración que había en la mansión, aquí todo parecía realmente un hogar.

—Bienvenidos —dijo Theo, el Alpha—. Por favor, siéntanse como en casa.

Derek me llevaba consigo de la mano, me soltó cuando el Alpha lo saludó y volvió a buscar mi mano casi con desesperación.

Podía sentir que Derek estaba igual de nervioso que yo, aunque esto me parecía extraño, ya que era la primera vez que lo veía así.

—Eleonor, tenía muchas ganas de platicar a solas contigo —dijo de pronto la Luna Victorie y me sonrió—. Ven, querida, no perdamos tiempo.

La mujer, que parecía tener unos 35 años, me tomó de la mano y Derek nos miró.

Victorie soltó una risa.

—Derek, no me voy a quedar con tu Eleonor, solo estará conmigo un rato.

Seguí a Victorie hacia una habitación apartada, decorada con sencillez pero con un toque acogedor que reflejaba su personalidad. Me senté en una silla mullida mientras ella se acomodaba a mi lado y, sin darme tiempo a respirar, comenzó a hablar.

—Sinceramente, quería hacer esto desde el baile que ofreció tu manada —admitió, tomando una pequeña tetera de la mesita que teníamos al frente y comenzó a prepararnos té—. Causaste revuelo entre todos nosotros, no solo en mi manada, quiero decir. ¿Sabes que eres la última sanadora? Esto nos tiene a todos muy sorprendidos, querida. Sobre todo, dadas las circunstancias a las que nos enfrentamos.

—Pensamos que los sanadores estaban extintos.

Victorie habló sin detenerse un segundo, su voz fluía como un río incesante. La miré, un poco abrumada por la cantidad de información que me estaba dando, pero también intrigada.

—Las circunstancias —continuó y me ofreció la taza de té que había servido hace unos momentos— son complicadas, Eleonor. La manada del Río ha estado enfrentando problemas serios. La desaparición de nuestros antiguos sanadores nos dejó vulnerables. Tu llegada es más que una bendición, es una esperanza renovada para todos. Así que cuéntame todo. Quiero saber cómo conociste a Derek, cómo fue que su vínculo apareció. Leonard nos dijo en el baile que su encuentro fue muy romántico.




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