Sentí frío. Mucho frío.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras trataba de asimilar dónde estaba. Parecía una cabaña, y estaba iluminada solamente por velas. Las sombras danzaban en las paredes de madera, creando una atmósfera inquietante. El aire era denso, cargado con el olor a cera derretida y hierbas medicinales.
Una mujer soltó un grito, y yo seguí el ruido, atravesando el umbral de una puerta entreabierta. Al otro lado, vi una escena desgarradora: una mujer estaba en trabajo de parto, su rostro empapado en sudor y retorcido por el dolor. Era la misma mujer que había visto anteriormente en mis sueños.
Había dos figuras más en la habitación: una anciana de aspecto severo, que parecía ser la partera, y un hombre alto y fuerte, que sostenía la mano de la mujer con una mezcla de desesperación y amor en sus ojos.
La mujer gritaba con cada contracción, su voz llena de sufrimiento. La anciana daba órdenes rápidas y precisas, tratando de mantener la calma en medio del caos.
—¡Empuja! ¡Ya casi está! —dijo la anciana, con una voz que apenas contenía la urgencia.
La mujer apretó los dientes y empujó con todas sus fuerzas. Podía ver el dolor en su rostro, pero también una determinación feroz. De repente, un llanto agudo llenó la habitación. El bebé había nacido.
La anciana tomó al recién nacido y lo envolvió en una manta raída, limpiándolo rápidamente antes de entregárselo a la madre. La mujer sonrió, exhausta pero radiante, mientras acunaba al bebé en sus brazos. El hombre se inclinó y besó la frente de su esposa, lágrimas de alivio rodando por sus mejillas.
Sin embargo, la paz duró poco. La puerta de la cabaña se abrió de golpe, y varios hombres armados irrumpieron en la habitación.
—¡Nos encontraron! —gritó el hombre poniéndose de pie de un salto y colocando su cuerpo entre los intrusos y su familia.
—¡Llévensela! ¡Y al niño también! —ordenó uno de los hombres, con una voz fría y autoritaria.
El hombre de inmediato se convirtió en lobo y se abalanzó sobre ellos en un intento desesperado por proteger a su familia. Pero eran demasiados; pronto, la pelea acabó y el hombre solo yacía en el suelo, ensangrentado e incapaz de volver a la pelea.
La hermosa mujer intentó levantarse mientras tanto y llevarse consigo al bebé, pero no avanzó mucho; los intrusos habían llegado a ella y le arrebataron al bebé.
—¡No! ¡Por favor, no se lo lleven! —suplicó la mujer, sus ojos se llenaron de lágrimas y terror.
Los hombres no le respondieron nada, tan solo la dejaron ahí, agonizando y dejándole un hueco en el corazón.
Me desperté sobresaltada, y de nuevo, empapada en sudor.
Me abracé a mí misma, tratando de darme consuelo, pues aún sentía el dolor y la desesperación de la mujer como si fuera mía.
Me levanté de la cama y miré por la ventana, buscando cualquier cosa para distraerme.
No tenía idea de qué demonios estaba pasando conmigo, por qué estaba soñando cosas tan raras, por qué me dejaban tan inquieta.
Casi no había conciliado el sueño, y cuando lo hice, una pesadilla se atravesó. Además, tenía la preocupación constante de lo que había pasado con los hombres que me atacaron en el bosque y sentía miedo de que regresaran por mí o que esto se repitiera en algún momento. Me aterraba la idea de que mi vida fuera así de ahora en adelante. El cansancio y la ansiedad se mezclaban, creando una sensación de opresión en mi pecho que no me dejaba respirar con facilidad.
Anoche, cuando Derek me encontró, se disculpó mil veces por tardar en llegar a mi lado. Me explicó que una vez que dejó al ciervo en su lugar, el Alpha anunció que había invasores y todo se canceló para iniciar mi búsqueda. Su voz estaba cargada de culpa y preocupación, y aunque intentaba tranquilizarme, yo podía ver el tormento en sus ojos.
Me causaba un poco de intriga la preocupación de Derek, quiero decir, él me había dicho que también estaba obligado a hacer esto. Si sus palabras eran ciertas, entonces no veo por qué preocuparse por mí.
—Buenos días, Eleonor. ¿Cómo te encuentras? —dijo una voz detrás de mí y volteé la mirada.
Estaba tan sumida en mis pensamientos que no noté que Derek había llegado.
—Mejor que ayer —respondí, devolviendo la mirada a la ventana.
—Nor, quiero disculparme de nuevo contigo, no debí dejarte sola —insistió.
—No es tu culpa, ninguno sabía que iba a pasar algo así.
—Sí lo es, perdóname por favor, Nor.
—No tengo nada que perdonarte —dije, volteando a verlo. Se veía la ansiedad en sus ojos, una preocupación que no lograba descifrar—. Pero si te hace sentir mejor y vas a dejar en paz este tema, entonces bien. Te perdono.
Me acerqué a Derek, tratando de calmarlo, y le di un abrazo.
—Siento que me ocultas muchas cosas, Derek. Y sinceramente, me encantaría obtener todas las respuestas ya, pero no voy a forzarte a nada... Solo... gracias por preocuparte por mí.
Derek me devolvió el abrazo.
—Es más complicado de lo que te imaginas, Nor —respondió con una voz apenas audible—. Mi padre, él trama muchas cosas.
Hice un gesto de confusión y rompí el abrazo, viéndolo como si de esa forma pudiera lograr descifrar todo.
Derek suspiró.
—Tenemos que irnos, visitaremos las demás manadas —dijo.
—¿Puedes decirme por lo menos cuál es el fin de todo esto? —supliqué—. Por favor.
—Mi padre está formando alianzas. Hay un grupo que conspira en contra de todos nosotros y tenemos que estar atentos. Nuestra misión es poner de nuestro lado a todos los Alphas.
—Sigo sin entender nada —le dije, frustrada.
—Creemos que quienes te atacaron forman parte del grupo de rebeldes —Derek se dirigió a la puerta—. Necesitamos unirnos y acabar con ellos o el equilibrio de nuestros mundos se perderá.
¿Rebeldes?
Llevé mis manos a mi cabello, presa de la frustración.
Estaban pasando demasiadas cosas al mismo tiempo, todo me tenía agobiada.
#2806 en Fantasía
#1258 en Personajes sobrenaturales
hombre lobo, celos sexo amor matrimonio, posesivo frio celos toxicos
Editado: 18.09.2024