Todo el cuerpo me dolía, mis músculos estaban tensos y algunos moretones aún no terminaban de sanar por lo que, me movía con un poco de dificultad.
Cuando partimos de la manada del Río, Victorie parecía no querer dejarnos ir, la pobre se veía tan apenada con nosotros que casi no habló el resto de nuestra estancia en su casa y para tratarse de una persona parlanchina por naturaleza como ella, su silencio solo hacía que el aire se sintiera más cargado de incomodidad y preocupación.
Había sido una anfitriona generosa todo el tiempo, incluso me sentí mal por verla tan triste.
El viaje a la siguiente manada fue un poco largo. El paisaje cambiaba lentamente, de densos bosques a campos abiertos, y luego a colinas ondulantes. Cada paso nos acercaba más a nuestro destino, pero también incrementaba mi ansiedad. No sabía qué encontraríamos en la siguiente manada, ni cómo serían recibidas nuestras noticias acerca de los rebeldes. Es más, ni siquiera sabía si ellos estaban enterados de todo esto.
En el coche, lo único que pude hacer fue pensar. El recuerdo de mi sueño seguía fresco en mi mente, una sombra persistente que no podía ignorar. La imagen de la mujer dando a luz, la desesperación en sus ojos cuando le arrebataron a su bebé, el sacrificio del hombre que intentó protegerlos... todo se mezclaba con la realidad de nuestra situación actual. ¿Eran esos sueños fragmentos del pasado, o visiones de un futuro posible? Como aquél párrafo del libro que leí anteriormente... Tenía que seguir investigando al respecto cada vez estaba más convencida de esto.
"O simplemente me estoy volviendo loca"—Me respondí yo misma.
De cualquier modo, la sensación de inquietud que me dejaba era innegable. Sin contar por supuesto el ataque de los rebeldes. ¿Porqué específicamente llegaron a mi? ¿Tenía que ver con lo que Victorie me dijo? Que era la última sanadora y que mucha gente estaba interesada en mi. La idea de ser el centro de tanta atención, de tanta codicia, me hacía sentir más vulnerable que nunca. Ser una sanadora había sido siempre un don, algo que me definía, pero ahora parecía ser una maldición, un peso que llevaba sobre mis hombros y que no sabía cómo manejar.
—Toc, Toc—Una voz me jaló a la realidad de un tirón y yo parpadeé tratando de conectarme con mi presente.—¿Eleonor? ¿Estás bien?
Derek me tendió la mano, todo esto me pareció un Dejavu.
No quería bajar, aparte de que todo el cuerpo me dolia, no me sentía preparada para poner buena cara, fingir que nada me había pasado y convivir con esta manada también. Había demasiadas preguntas sin respuesta, demasiados secretos sin revelar, y cada encuentro social solo me hacía sentir más expuesta y vulnerable.
Derek me miraba, buscando en mí alguna señal de que todo estaba bien, aunque ambos sabíamos que no lo estaba.
—Sí, solo... estoy un poco cansada—respondí, intentando esbozar una sonrisa que no llegó.
La mentira salió con facilidad, pero no convenció a Derek. Lo vi dudar por un instante, como si estuviera debatiendo si insistir o dejarlo pasar. Al final, decidió no presionarme, pero su mirada me siguió con preocupación mientras me bajaba del coche, el peso de su mano en mi espalda un recordatorio de que no estaba sola, aunque así lo sintiera en ese momento.
El aire fresco me golpeó el rostro, despejando un poco mi mente, pero no lo suficiente para sacudirme el nudo en el estómago.
En realidad nos recibieron de manera muy normal, nada extravagante, tan solo me sentí como una invitada más (cosa que agradecí)
El alpha de esta manada era Thomas y su Luna Sicilia, ya los había conocido en el baile, tiempo atrás, así que no fue tan incómodo como creí. Thomas era un hombre de mediana edad, con un semblante serio pero justo, mientras que Sicilia irradiaba una calma que contrastaba con la energía que había sentido en la manada del Río. Recordaba haber intercambiado algunas palabras con ellos durante el baile, lo que hizo que la situación actual se sintiera un poco más familiar, aunque no del todo cómoda. Había algo en la forma en que nos miraban, una mezcla de curiosidad y cautela, como si supieran que nuestras noticias no eran del todo buenas.
Thomas nos recibió con un apretón de manos firme y un asentimiento respetuoso. Su mirada se posó en mí, y por un momento sentí que podía ver a través de mí, como si supiera lo que estaba ocurriendo dentro de mi mente. Me pregunté si él también había oído los rumores sobre los rebeldes, sobre mi papel en todo esto, y sobre la importancia de la sanadora que todos buscaban. No dijo nada, pero el peso de su silencio fue suficiente para hacerme sentir que mi presencia en su territorio significaba más de lo que parecía en la superficie.
—Bienvenidos, me alegra que hayan llegado a salvo—dijo Thomas con una voz grave, pero amable. Su tono no dejaba entrever preocupación, pero algo en sus ojos decía que sabía más de lo que dejaba ver.
Sicilia, por su parte, se acercó a mí con una sonrisa suave, casi maternal. Me saludó con un abrazo ligero que, a pesar de su suavidad, me hizo sentir más segura, aunque fuera solo por un instante. Su energía era diferente, más reconfortante, como si intentara transmitirme calma en medio de la tormenta que llevaba dentro.
—Espero que tu estancia aquí sea cómoda, Eleonor—dijo con una dulzura que me sorprendió. Había algo en su voz que me recordaba a mi madre, una ternura que había extrañado más de lo que me daba cuenta.
—Gracias, Sicilia—respondí, esta vez logrando sonreír un poco, aunque sabía que mis ojos todavía reflejaban la inquietud que sentía.
Nos llevaron a una casa de huéspedes ubicada al borde del bosque, lejos del bullicio del centro de la manada. El camino hacia allí fue tranquilo, y a medida que nos alejábamos del grupo principal, sentí cómo el peso de las miradas se aligeraba un poco. La casa era sencilla, rodeada de árboles altos que ofrecían sombra y privacidad, un refugio perfecto para quienes necesitaban un respiro del caos.
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Editado: 18.09.2024