¿Alguna vez les pasó que conocían tan bien a una persona que podía asegurar hasta de qué color era la ropa interior que traía puesta?
Eso me ocurría con Maddie.
Conocía todo sobre ella, tantas cosas que hasta ella se avergonzaba al aceptarlo que lo hacía.
Tantos años de amistad me deberían haber dado aunque sea ese pequeño privilegio.
Aquí hay algunas cosas que se sobre mí querida amiga:
Le encantaba tener el control sobre las cosas, todo debía salir de acuerdo a su plan, si no lo hacía ella juraba que su mundo se vendría abajo.
No podía salir a la calle sin tres cosas primordiales según ella: su bolso, su maquillaje, su celular.
Nunca en mi vida había conocido a alguien que pasara tanto tiempo con ese aparato como ella, y ni siquiera lo utilizaba para cosas útiles.
La mayoría de las veces se la pasaba viendo videos sobre gatitos y perritos. Según ella como Kent era anti mascotas era la única manera que tenía de tener uno.
Por último, como la romántica empedernida que era le encantaba jugar a ser cupido.
Es por eso que teniendo en cuenta el punto número uno, y este último estaba un 99,9999% segura de que todo había sido obra suya.
De quien más si no.
Era eso o me estaba enfrentando a un acosador serial .Y sinceramente, poniéndome una mano en el corazón, y jurando por todas mis cosas más preciadas, no sabía que me daba más miedo.
Sabía que Maddie tenía algo que ver en esto. Algo dentro de mí me lo decía, y la sonrisa arrogante y a la vez pícara en la cara de William me lo confirmaba.
Él me miraba del otro lado del mostrador, esperando que yo fuese la primera en abrir la boca, pues es lo que corresponde, ya que soy yo la que brindaba el servicio, pero en estos momentos me había quedado muda, completamente muda. Es como si las palabras se hubiesen anudado en mi lengua y no pudiesen salir, haciendo a todo esta situación más ridícula.
—Hola, ¿cómo estás?
Fue William el primero en romper el hielo, seguro, determinado. Rasgos que a cualquier otra mujer le sacaría más de un suspiro, pero a mí me descolocaba más y más.
—Ho...hola.
—No eres muy charlatana –me evaluó de arriba para abajo.
Metí un mechón detrás de mí oreja en un acto reflejo mientras intentaba calmarme a mí misma.
—Eres muy observador. Lo siento estoy confundida. No esperaba verte aquí. No después de que compartimos una taza de café ayer.
Ahora era él quien estaba confundido.
—Discúlpame ahora a mí, pero no te sigo.
—Es que no te ves del tipo de persona que toma demasiado café.
— ¿Y qué clase de tipo de persona crees que soy?
—Más de la clase de las que toma té. Mucho té.
—Trabajo en un lugar que hace préstamos de dinero, donde el tiempo es un factor crucial al igual que los números, no un catedrático en alguna universidad o escuela importante, por eso soy un tipo estrictamente fiel al café y todos su beneficios.
Bien, con eso último debía sumarle un par de puntos en el tablero imaginario de mi cabeza.
—Eres de los míos – sonreí— ¿Bien que te gustaría?
—Un clásico de los clásicos. No tan caliente si es posible.
—Lo primero podemos manejarlo, lo segundo tendrás que poner de tu parte también.
—Lo tomo
—Genial, marcha un espresso—¿Algún nombre que te gustaría que le ponga en la taza?
—Elígelo tú, yo esperaré por ahí—señaló un banquito a mi derecha.
—En 5 minutos estará listo.
Mientras preparaba su espresso italiano, Jill se acercó por detrás de mí y podría asegurar que con la sonrisa que llevaba en su rostro, tranquilamente podría pasar por la hermana perdida del Joker.
—Borra esa sonrisa de tu cara—le advertí.
— ¿Quién es?
—Mi prestamista.
— ¿Qué clase de prestamista mantiene una relación tan cercana con su cliente?
—Bien, fuimos a la escuela juntos, y al parecer él estuvo enamorado de mí o algo así.
— ¿Algo así?—enarcó una ceja.
—Ya, déjalo. —me volví hacia el sector en donde estaba sentado—Will tu café está listo.
Se paró y no pude evitar como Jill le pegó una buena repasada de arriba a abajo
— ¿Don Juan? ¿Y eso porque?
—Tú sabrás—dije riendo y desapareciendo tan rápido como pude.
Sentí mis pasos detrás de mí y como sonó la campanita cuando el dejó el lugar.
—Sabes que tienes que volver al mercado algún día de estos. Y si dejas pasar esta oportunidad te arrepentirás toda tu vida.
—Tengo otras cosas en mente—dije tratando de no sonar demasiado orgullosa.
Cuando al fin dieron las 7, salí feliz del trabajo. Tenía en mis manos un mapa con 5 lugares económicos a los que podía acceder con el dinero que había conseguido. Y tenía alrededor de dos horas antes de que el comercio cerrara para visitarlos a todos.
Uno estaba a un par de cuadras de aquí asi que no sería demasiado problema. O eso pensaba yo. El lugar estaba literalmente cayéndose a pedazos, y no exagero ni miento al decir que tuve que esquivar un pedazo de cielorraso para evitar que me noqueara de un golpe.
Y los demás no fueron mejores. Uno estaba a tres horas de casa , lo que significaba que tendría que levantarme a las 4 de la mañana todos los días y debería irme a las 10 para llegar a la 1 a casa dándome un margen de sueño de 3 horas sobre las 9 que debería dormir cualquier ser humano ordinario.
Otro tenía una plaga de ratas que reclamaban su lugar como suyo y el último que visite olía más que nada a pis de gato. Definitivamente no era esto lo que tenía en mente y sentía las lágrimas agolpándose en el fondo de mis ojos y esa presión en el pecho que tan bien conocía y que me asaltaba cada vez que las cosas no salían como yo quería.
Volví a casa, arrastrando mis pies, sin ganas de vivir y me eché sobre la cama, dispuesta a dejarme morir a mí y a mis sueños ahí. Derrotada tomé la tarjeta que descansaba en la mesa de luz y envié un mensaje de texto, rogando que la caballería viniera a rescatar a esta princesa en apuros, por mucho que odiara eso.