Un mariachi se nos acercó, con toda su alegría y dotes artísticas y nos ofreció una canción de su repertorio.
— ¿Cuál quieres?—me miró Will.
—Yo invito esta noche, tú eliges la canción.
—Emmm, deléitenos con lo mejor que tenga.
Esas simples palabras bastaron para que cuando el reloj marcara las doce, estuviésemos cantando a todo pulmón uno de los clásicos de Luis Miguel. No se cómo, ni por qué, pero habíamos convertido al lugar en nuestro escenario y todas las personas que quedaban en el restaurante celebraban nuestros aullidos, porque estaba segura de que no estábamos cantando bien. Ni por asomo.
Cuando nos subimos al auto, los dos aún reíamos, posiblemente del ridículo que acabábamos de hacer ahí dentro, pero no se sí era la emoción que me invadía el cuerpo o el tequila, pero no me podía importar menos.
— ¿La pasaste bien?—desvió la mirada un momento del camino para mirarme.
—Demasiado. Le doy a esta noche un mil sobre diez. Eres muy bueno eligiendo lugares para comer.
—Lo sé, lo sé. Es uno de mis tantas dotes.
—Me pregunto cuáles otros tendrás.
—Ya las descubrirás—respondió y vi con el rabillo del ojo como intentó agarrar mi mano, pero no se animó. Y si él no lo hacía, yo tampoco.
El camino de vuelta a casa se hizo más ligero de lo que esperaba, teniendo en cuenta la pesadez que los dos sentíamos en nuestras cabezas por culpa del alcohol, y de nuestras confesiones.
—Llegamos a destino –dije desabrochando mi cinturón.
—Gracias por esta noche, Liv.
—A ti, Will. Lo digo en serio.
De repente un silencio llenó el auto, y si estuviésemos en una típica película romántica, de esas que son tan clichés, que empalagan, él se inclinaría y me besaría. Pero ninguno de los dos nos movimos de ahí.
Por eso dije lo primero que se me pasó por la cabeza para romper con ese tortuoso silencio.
—Te gustaría acompañarme a elegir el color de la pintura para el local, ¿mañana?
—Claro, ¿pero no trabajas?
—Sí, pero solo a la tarde.
—Pues, claro no hay problema. Mañana paso por ti.
Me fui a dormir con la misma ilusión con la que me desperté. Hoy sería un gran día. Para cuando el reloj marcó las 10:30, Will me estaba esperando con una taza de café y una gran sonrisa en su rostro.
— ¿Pasaste por mi trabajo a buscarme café? ¿Sabes que tengo café en casa?
—Lo hice—sonrió y sus hoyuelos que estaba empezando a amar aparecieron.
— ¿A cuántas chicas enamoraste con esos hoyuelos?
— Primero, si sé que tienes café en casa pero quería tener un detalle y ahorrarte el trabajo, segundo, ya perdí la cuenta.
—Arrogante y creído.
—Tal como te gustan. ¿Vamos?
Le arrebaté la taza de café y me subí al auto. Ni bien le metí el primer trago, mi lengua saboreó el placer de los dioses.
— ¿Cómo sabías que este es el que me gustaba?
—Me gusta observar los pequeños detalles.
—Gracias—sonreí en su dirección— Ya que tú eres el de los números y el ingenio.
—Y las grandes ideas—dijo por lo bajo.
—Y las grandes ideas—blanquee los ojos— ¿A qué pinturería deberíamos ir?
—Hay una en el shopping que está unas calles más abajo. ¿Quieres probar suerte ahí?
—Claro, ¿por qué no?—coloqué mi mano en la radio— ¿Te molesta?
—No, claro que no. Pon lo que quieras.
Intenté sintonizar su radio, pero era demasiado complicada para mi gusto, por eso tomó su celular y me dio el total control de este.
En menos de lo que pensamos, la voz de David Bowie cantando junto a Queen inundó el vehículo.
—Tienes buenos gustos—admití.
—Se lo debo agradecer a mis padres.
—Al igual que yo.
En 15 minutos estábamos recorriendo el lugar, y era increíble el ruido, que allí había, agradecía que me había tomado algo para la resaca porque si no fuese así, este paseo se convertiría en una tortura.
—No hay mucha gente, deberíamos aprovechar ahora e ir rápido—dijo Will tirándome del brazo.
Si hay algo que debo confesar que no hay nada que ame más que el olor a la pintura fresca, a pesar de que me hacía doler la cabeza y me hacía sentir mareada luego de un tiempo, era mi placer culpable favorito.
—Cambia esa cara de drogada o la gente nos va a mirar raro.
—Lo siento.
—Eres tan linda cuando te das vergüenza.
Intenté pasar por alto ese comentario pero me fue imposible. Me gustaba como me hacía sentir.
Repasamos las paredes llenas de latas y revisamos cada uno de los muestrarios que las empleadas con paciencia nos enseñaban.
—Yo creo que le iría bien los tonos pasteles. ¿El celeste?
—No podría estar más de acuerdo.
—Y para la cocina el rosa.
—Ya puedo verlo—rió Will emocionado.
—Bien está decidido. Quiero dos latas de pintura celeste y otras dos en rosa pero en tonalidades pasteles—dije a la chica que estaba parada frente a mí.
—Genial. Mañana se lo llevarán a su lugar de trabajo—miró la planilla donde estaba la dirección del local. —Sobre el mediodía.
—No, estaré trabajando a esa hora.
— ¿No puede ser más tarde?
—Lo siento, es el único horario disponible que nos queda.
Sentí como todo daba vueltas en el lugar y tuve que sostenerme del hombro de Will para no caerme.
—Yo estaré ahí para recibir el pedido—respondió él.
—Estupendo. Gracias chicos y suerte.
Nos despedimos de ella y salimos con la sensación de que habíamos hecho una compra exitosa.
—Gracias.
—Debes dejar de agradecerme por todo.
—No puedo. Gracias.
Su risa invadió el lugar.
—Quedan un par de horas antes de que tu turno comience, ¿te apetece ir a ver una película y luego te dejo allí?
—Claro, por que no. Hay que celebrar esta compra inteligente.
—Secundo la moción.
Como era temprano la cola para sacar los tickets no era tan larga, lo que si era complicado era elegir una película que nos gustara a los dos.