Tras el estruendoso ruido, me cubrí con la sábana, observé dos siluetas: una de una mujer bastante alta y delgada, la otra era tan imponente que no podía definir.
Nunca la había visto, ni siquiera a su silueta, pero por su actitud todos sabíamos que no se trataba del “jefe” sino de una simple sirvienta que se encarga del trabajo sucio. Asimile que no se trataba simplemente de ella por la otra silueta, pero a diferencia de ella, se mantenía fija en el marco de la puerta.
En un rápido movimiento, la sombra se acercó a Dalia y a la chica.
— Así que hoy habrá doble cena —su voz era filosa y delicada, tanto como el arma que parecía traer.
— ¡No! ¡No me lleves a mí, toma a esta chica en mi lugar! —dijo Irene, presa del miedo de aceptar su destino. Dalia ni se inmuto en decir una palabra, apreté mis puños.
“Eso no funciona así” pensé, después de todo, nadie se salvaba al ser elegido. La razón por la cual nos daban esos discursos de niños, era porque sabían que si no aceptas tu muerte… te llevarás a todos los que arrastres y al final terminarás de la peor forma por causar doble o triple trabajo.
— No me interesa tu nombre, pelirroja —le dijo a Dalia en un tono bastante serio—. ¿Quieres hacerlo por las malas también o qué?
— ¡Espera! ¡Suéltame! —comenzó a gritar Irene.
“¿Qué hago ahora? ¿Cómo detengo esto?” Perturbada por mi falta de ideas, escuché un leve susurro.
— ¿Por qué hoy? —era la voz de Dalia.
Antes de reaccionar, la gran silueta comenzó a moverse lentamente y una voz atrapante se escuchó.
— Nieves, ¿Qué es todo este escándalo? Haz tu trabajo —no sólo yo me sobresalté dando un brinco en la cama, sino que “Nieves” la verduga, soltó a Irene y dirigió su cuerpo hacia él.
— Amo William —su voz filosa, desafiante y altanera, se volvió suave y penosa—. Esta cosa decidió llevarse a alguien más, sólo estoy tratando de cumplirle.
No conocía al tal William, después de todo, el que inició esta masacre era Anthony, quizás se trataba de algún heredero. Pero había algo intimidante, que era capaz de sentir a distancia.
— Si te llevas a esa, tendrás que atrapar a esta otra. —de pronto las sábanas que me cubrían volaron al otro lado de la habitación, mi mirada fue directamente hacia Dalia quien trataba de callar su llanto.
— ¿Tres? Genial —dijo sarcásticamente, Nieves se acercó a mí en una velocidad mortal, me tomó del cuello y me sostuvo a metros del suelo, realmente era extremadamente alta y fuerte.
No podía emitir sonido, mi respiración estaba en un riesgo inminente, mi mirada se perdía en la desesperación de Dalia, observé la ventana abierta sobre ellas. Era su oportunidad, una, que sin dudas ella no tomaría.
— Amo William, puedo encargarme de ella al ser la última. —sus ojos sedientos de sangre, rojos y penetrantes, me observaban directamente.
— ¡Paz! —gritó Dalia asustada, la vi intentar ponerse de pie, pero el temblequeo de sus piernas no la dejó despegarse del colchón.
— ¿Amo William? —repitió nuevamente.
Casi ni parecía estuviera esperando una orden, su mano ceñía aún más mi cuello, dificultándome la respiración. Cerré mis ojos, su mirada era incluso más asfixiante. Los sonidos de la habitación se silenciaron por un momento y el frio gélido se instaló hasta en mi corazón.
— Detente, Nieves. —abrí mis ojos al escuchar su voz cerca de mi oído, ella al escucharlo me suelta, alcanzó a mantener el equilibrio sobre la cama tratando de tomar aire.
— Amo William. —sus ojos presos del pánico sin saber que hacer eran como los míos, Nieves retrocedió unos cuantos pasos esperando su orden.
— Llévate a esa —dijo señalando a Irene—. Yo me encargo de los efectos colaterales.
Nieves siguió su orden y forcejeando entre gritos se llevó a Irene de la habitación. En el momento en que se alejó, Dalia me observó sin decir una palabra, ninguna entendía lo que pasaba o que tan malo seria. Pero en definitivamente, si era parte de la familia real, no tenía que ni pedir permiso por acabar con nosotras allí mismo.
El silencio total, no hacía más que infundir más temor, no podía observar su rostro… sentía el frio emanar de él tanto que me daban escalofríos. Sólo quedaba rondando en mi mente, cómo y qué haría para acabar con nuestras vidas, tendríamos un peor destino.
— Tu nombre. —me preguntó directo y autoritario, mis labios temblaron no sabía si era capaz de hablar.
— Me llamo Paz. —contesté casi en un susurro.
— Escucha, Paz —me sorprendí, para ellos sólo éramos “esa”, “ese”, “este” o “esta”. Me estaba nombrando —. Tú y esa —dijo señalando a Dalia— las dejaré vivir, la condición es que no revelen nombres y olviden todo lo que pasó hoy.
¿Qué estaba pasando? No podía creer lo que escuchaba, el destino que pensé se había detenido volvía a girar. pero algo estaba totalmente mal, él observó a Dalia tan fijamente esperando algún movimiento de ella.
— No diremos nada. —le contestó con voz temblorosa, rápidamente Dalia se movió para cerrar la ventana y volver a acostarse, pero esta vez mirando hacia la pared.
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Editado: 07.01.2025