Cuando la noche llegó, me despedí tristemente de la señora Margot. Posteriormente me quedé en la galería de su casa, sentada esperando.
No sabía si él vendría temprano, pero estaba segura de que no podía escapar.
Una suave y fresca brisa acarició mi rostro, el frío que comencé a sentir sólo podía tratarse de él. Me levanté y pude verlo a unos cuantos metros, allí estaba con la sonrisa ganadora en sus labios y mirando por encima del hombro.
— Ven —dijo estirando su mano pretendiendo que la tomé, yo me negué.
— Estoy aquí —dije quedándome frente a él, con mi bolso en la mano—. ¿Nos vamos?
William con una sonrisa en el rostro se acercó rápidamente a mi oido. Quedó por encima de mí ya que era mucho más alto.
— ¿Preparada para tu destino? —susurró, haciéndome estremecer.
Con mi mirada siguiendo sus movimientos, no contesté su pregunta. Por supuesto él no me tomo importancia y me arrebató el bolso en mis manos para luego tirarlo sin objetivo alguno.
— A dónde vamos no necesitas tu pasado.
Traté de mantenerme indiferente hacia sus acciones. Previamente la señora Margot me indicó guardar lo valioso debajo de mi chaqueta, lo único que quería conservar era la carta acerca de mis padres.
William parecía más imponente a mi lado, el aire embriagador que se sentía a su alrededor me hacía doler la cabeza. Pero no podía olvidar que no sólo era: alto, encantador, cómico, sino un asesino y manipulador.
Caminando detrás de él, divise el carruaje que nos llevaría al castillo. Fui a su lado sin decir una palabra e hice lo que esperaba, sentarme y quedarme en completo silencio.
— ¡Vamos! ¡Detesto este lugar! —le gritó a quién manejaba el carruaje.
Sus palabras se clavaron en mi mente, si él confirmaba ser hijo de la señora Margot eso quería decir que fue diferente en algún momento.
Dudé si hablar, pero no quería que confirmé que temía hablarle.
— ¿Qué destino es el que me espera? —le pregunté, su rostro serio y duro, cambió expresando una sonrisa.
— Uno mejor que morir a manos de Nieves, espero. —me contestó en tono burlesco.
— ¿Por qué dices “espero”? —él me vio y suspiró.
— Creo que prefería a la Paz de pocas palabras.
— … —me callé, sus ojos se clavaron en mí.
Nuevamente, una sonrisa se tornó en su rostro y se acercó a mi oído.
— Es una broma, sé cómo quieras ser mientras no me afectes —dijo William, para luego lamber mi oreja.
Sobresaltada, quise pararme del carruaje, pero golpee mi cabeza con el techo y del dolor sobe mi cabeza. Me arrodillé en el suelo y levanté mi mirada avergonzada al escuchar su risa estruendosa y divertida.
No podía entenderlo...
— ¿Por qué? —él dejo de reír y me observó—. ¿Por qué me elegiste a mí?
Él tomo mi mentón y lo arrastró hacia arriba haciendo chocar nuestras miradas.
— “Podías elegir a cualquiera, ¿qué me hace diferente a las demás? Cuando sólo fui una cobarde que se escondía entre las sábanas” —noté de inmediato que se estaba burlando de mí, me ofendí y empujé su mano.
Con mi mirada desafiante no saqué mis ojos de él.
— Exacto, la forma en la que miras. Tus ojos tan brillantes y honestos —me dijo, yo apasigüe mi mirada y volvía sentarme frente a él.
— ¿Qué pretendes entonces? —murmuré.
— ¿Esa anciana no te lo contó? —él suspiró—. Ahora iremos al castillo: te lavaran y arreglaran, te presentaré al rey como mi prometida, iremos a cenas y bailes, nos casaremos y me darás un heredero, en una o más noches fogosas como tus ojos —agregó—. Por supuesto el orden en el que todo ocurra no tiene importancia.
— ¿Y si me niego? —repliqué enfadada.
— Si te niegas estas en el lugar menos indicado, seguro ya lo has notado —tomo mi mano y la unió a la suya—. No soy de los que se rinden y tengo muchos años para esperar un sí. No te obligo a nada, tú lo harás con el tiempo.
Como si fuera una visión me imaginé acercarme a él para besarlo. Volví a mi realidad, sorprendida de como mi mente me jugaba una mala pasada.
Separé nuestras manos con un brusco movimiento.
— ¿Y qué pasa si no lo hago? —él comenzó a reír divertido y me dio un leve golpecito en la frente—. Acabo de ver lo que pensaste, ¿quieres hacerlo aquí?
— ¡No! ¡No estoy loca!
— Aún… —dijo y fue interrumpido.
— Príncipe William —dijo el conductor—. Su padre dice que los verá la noche siguiente, por lo pronto debe preparase para la reunión.
Su mirada cambiaba cuando otros se dirigen a él, sus labios no se curvan, se endurecen y su voz sale afilada y directa.
— Mantén tu lealtad o sabes lo que ocurrirá contigo.
— Si, su alteza. —contestó con voz temblorosa.
Me quedé callada ante su cambio de actitud, esa mirada hacia los demás es la de un asesino. Podía sentir que con su amenaza no quería que nada de lo que había escuchado salga del carruaje.
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Editado: 07.01.2025