Capítulo I: “Si abres la boca, lo más probable es que estés muerta mañana”
Nací en el Pueblo Paz, perdí a mis padres al poco tiempo, desde que tengo memoria sé que vivo en casa de mi mejor amiga, Dalia, y somos como hermanas.
Conozco la maldición de este pueblo, que no tengo derecho ni a decidir cuándo será mi final. Pero aún me aferro a la esperanza de que ese destino es lejano para mí, el problema es que, aunque lo era, uno avasallante se acercaba esa noche.
Estaba en nuestra habitación tratando de dormir, mientras una vela me iluminaba, el rechinido de la ventana al abrirse hizo que me pusiera en posición de alerta de inmediato. Dalia, me miró apenada y brincó hacia su cama, cerró la ventana tras entrar.
— Lo siento. —la observé y negué con mi cabeza, señalé la vela para que la apagué.
Apagó la vela y se acercó a mí, acostándose en la misma cama. Aquí íbamos otra noche más, escuchando entre susurros sus aventuras amorosas desafiando el destino.
— Demián me trajo temprano a casa, dijo que no quería que nos pasará algo. ¿No es lindo? —ella se emocionaba por supuesto, llevaba enamorada de él, por más de dos años—, No entiendo como mi padre se molesta tanto.
— Dalia, ¿Sabes que no es lo más peligroso que tu padre se enteré?
— Así nunca vas a vivir —ella me codeo, yo chité algo molesta—, si de todos modos cuando llegué el momento nos iremos y ya, ¿Qué sentido tiene vivir con miedo? Ni que fuéramos a durar más.
Su pequeña risa, me molestó aún más.
— ¿Sentido? ¿Por quién vives, Dalia? Te recuerdo que siempre tus padres hicieron todo para salvarte.
— Sí, y mira como acabó mi mamá, muerta a manos de ese sanguinario. ¡No me pidas que me quedé encerrada! —se levantó de la cama, me sobresalté, sabía que mis palabras sólo tocaron la reciente herida.
— Lo siento, Dalia. Sólo quiero que estés bien.
— Sé muy bien eso, pero no quiero que me protejan, no sirve de nada. Cuando llegué mi momento sólo déjame ir.
No podía ver nada por la oscuridad, pero sentí el rechinido de la cama frente a la mía. Me sentí culpable por haber intentado nuevamente que Dalia enfrente lo sucedido, que tome conciencia de la realidad en la que vivimos, en el fondo desearía no ser torturada por mis pensamientos.
Cada noche en la que desaparece, tengo miedo de que sea la última vez que la vea, estuvimos juntas por 24 años. Sé que vivo aterrada por las reglas, de que las voces en mi cabeza no van a callarse hasta ese día, pero no sé qué deba hacer.
— Duerme bien, Paz. —me susurró Dalia.
— Tu también.
Apoye mi cabeza sobre la almohada, en medio del silencio, sólo podía escuchar a Dalia como dormía plácidamente. ¿Así es cuando ya no sientes miedo a nada? ¿O cuándo aceptas la realidad y no decides interponerte a ella? ¿Será que en realidad la que no toma conciencia de todo soy yo?
En medio de mis pensamientos, me quedé dormida. Sin embargo, aún me encontraba alerta, fue así que escuché el susurro de Dalia.
— Guarda silencio, hay gritos cerca. —los noté de inmediato, una voz conocida y chillona para nosotras, a través de la luz de la luna vi a Dalia.
Estaba pálida, temblaba y podía sentir su miedo; ya que era un reflejo de mí misma. Nos cubrimos con la sábana y hasta no pude sentir el sonido de mi respiración.
Junto a los gritos de auxilio, la atmósfera del cuarto se tornaba más fría, la ventana se escarcha, simbolizando que “ellos” estaban más cerca de lo que pensábamos.
Era el momento de la cacería, la persona seleccionada iba a morir, esto nos garantiza otra noche de seguridad. En cuánto fuera atrapada y dejará de forcejear, podríamos respirar tranquilas. Pero, no parecía ser un trabajo sencillo, ya que escuchamos como seguía pidiendo auxilio y golpeando contra la pared.
— Sólo déjate ir —susurró Dalia. Yo asentí con pesar.
“Clac” el ruido de la ventana, observé a Dalia que su cama estaba debajo. La chica cayó sobre Dalia, golpeando su estómago y haciéndola gritar del dolor.
— No —susurré.
Dalia contuvo su voz y empujó a la chica, era Irene, una de nuestras vecinas más joven. Los adolescentes, siempre eran los más impulsivos, las reglas no estaban sujetas a ellos.
— ¡Por favor, ayuda! ¡Me van a matar!
— ¡Sal! ¡Estas poniéndonos en peligro! -intento susurrarle, Dalia estaba perdiendo los estribos, yo intenté levantarme, pero ella me lo negó con la mirada.
Si lográbamos que Irene se fuera, aún podríamos… el ruido de las puertas al ser destrozadas, indicaban que se acercaban desde el comedor, no tardarían en entrar a la habitación.
— ¡Por favor! —Irene comenzó a llorar desconsolada. sólo podía escucharla, no lo lograremos. Abrí mis ojos, la observé aferrarse a Dalia como si eso la salvaría, sentenciando su vida.
— Por favor, no hagas nada. —me susurró con su voz quebrada.
Un fuerte ruido, el llanto desconsolado, mi gritó ahogado y la puerta destrozándose nos indicaba que estaban aquí.
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Editado: 25.12.2024