Operacion Quisqueya

Capítulo 2: El Engaño

El helicóptero de carga dejó caer el contenedor oxidado a veinte kilómetros del objetivo, en un claro oculto entre montañas cubiertas de neblina. Desde lejos, parecía una simple caja de suministros abandonada por el ejército. Por dentro, era otra historia.

Armas calibradas. Equipos de infiltración. Ropa camuflada para la selva húmeda. Drones miniatura y explosivos plásticos. Todo lo necesario para entrar y salir sin dejar rastro. Todo lo necesario para hacer lo que nadie más se atrevía.

Dante bajó por la rampa del contenedor y observó el espesor del bosque que los rodeaba. No se escuchaban aves. No había viento. Solo el zumbido de los insectos y la opresión natural de un entorno que no perdona errores.

—Cinco horas de marcha hasta el perímetro —dijo Alexis, mirando su GPS. Luego se volvió hacia Mila—. ¿Drones?

—Activando ahora —respondió ella, arrodillándose con precisión quirúrgica para preparar dos unidades. Las pequeñas hélices comenzaron a zumbar, despegando en silencio como avispas letales.

Dante no hablaba. Solo caminaba. Tenía esa sensación en el pecho, ese peso que conocía desde sus primeros años en combate. No era miedo. Era anticipación. Como si el instinto supiera antes que la razón que algo no encajaba.

La ruta hacia el objetivo fue brutal. Lodo hasta las rodillas. Insectos que picaban incluso a través del uniforme. Ramas que se convertían en cuchillas. Pero ninguno se quejaba. Este era el precio por vivir al margen del sistema, por ser sombras.

Al llegar a una colina elevada, se detuvieron. Frente a ellos, en el corazón del bosque, oculto por la vegetación y el terreno irregular, se alzaba el búnker.

Desde arriba parecía una simple estructura de concreto, circular, casi como una ruina abandonada. Pero las lecturas térmicas de Mila decían otra cosa.

—Doce fuentes de calor. Siete en movimiento. Una sala central subterránea. Y no es meteorología lo que están monitoreando —dijo, ampliando la imagen térmica.

Chen interceptó una señal por radio en una frecuencia cifrada.

—Confirmado. Tráfico digital encriptado. Alto volumen. Datos saliendo hacia tres servidores en el extranjero: Miami, Caracas y Moscú.

Tariq chasqueó la lengua.

—¿Qué diablos están guardando ahí?

Sophie se adelantó, con su mochila de primeros auxilios asegurada al pecho.

—No importa qué. Si nos pagan para entrar y sacar información, lo haremos. El resto es política.

Pero Dante no estaba tan convencido.

—¿Y si estamos trabajando para los mismos bastardos que dicen querer destruir?

Mila lo miró, seria.

—¿Desde cuándo te importa eso?

—Desde que el contratista habla como un político… pero se comporta como un espía.

Mila no respondió. Pero una sombra cruzó por su rostro.

La entrada al búnker fue más fácil de lo esperado. Demasiado fácil.

Chen bloqueó las cámaras. Alexis se encargó del francotirador escondido entre los árboles. Un solo disparo, al corazón. Silencioso. Preciso.

Entraron sin ser detectados.

El interior del búnker estaba impecablemente limpio. Pasillos estrechos con luces de emergencia. Equipos de alta tecnología alineados en salas con paneles táctiles. El lugar olía a ozono, metal... y secretos.

Mila conectó su dispositivo a uno de los terminales. Lo que encontró la dejó sin aliento.

—Esto… esto no es solo manipulación electoral. Esto es una red de espionaje global —susurró—. Aquí hay información clasificada de gobiernos extranjeros. Hay vínculos con criptomonedas, armas, narcotráfico, acuerdos petroleros…

—¿Estás segura? —preguntó Sophie, mirando la pantalla.

—Hay nombres —respondió Mila—. Y no son nombres dominicanos.

Antes de que pudieran procesar lo que tenían entre manos, una alerta se disparó.

—¡Intrusos detectados! —gritó Alexis, retrocediendo hacia la entrada.

—¡Nos rodearon! ¡Hay más hombres afuera, al menos veinte! —dijo Chen, revisando los sensores del dron.

Dante entendió entonces.

Batista nos vendió.

Las siguientes horas fueron un infierno.

Tariq colocó explosivos en las puertas secundarias. Alexis disparaba desde una posición elevada dentro del búnker, cubriendo la retirada. Sophie atendía a Mila, herida por metralla en el hombro. Chen destruía los discos duros originales y cargaba las copias.

Dante, con los ojos llenos de rabia, sabía que estaban atrapados. Pero también sabía lo que tenían en su poder: la verdad.

No podían morir allí.

—Nos vamos. Vamos a hacer público esto. Vamos a quemarlos a todos —dijo con firmeza.

Mila lo miró. Pálida, con sangre en la mejilla, pero viva.

—Entonces corramos, Lobo. Corramos hasta que el mundo nos escuche.

Y así comenzó la fuga. No por dinero, no por venganza.

Por justicia.




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