Allí estaba, sentada en el suelo, con el cuerpo encogido por el frío. Una manta delgada, que ya no abrigaba, la cubría. Sus ojos miraban hacia la calle, donde la gente pasaba apurada.
Otra Navidad. Dicen que es la noche más hermosa del año, la noche de la alegría. Pudo ver las luces en las ventanas de las casas, como pequeñas estrellas de colores. Podía oler la comida que cocinaban... y escuchar las risas.
De pronto, dos niñas bien vestidas pasaron cerca. Llevaban ropa nueva y abrigadora, con juguetes envueltos en papeles brillantes. La miraron de reojo, susurrando entre ellas.
Una de ellas, riendo, la señaló con desdén.
—¡Mira a esa! ¿Todavía sigue ahí?
—Sí, tan sucia —respondió la otra con asco—. ¡Y sin nada! Qué asco.
—No tiene regalos, ni casa. Es una basura en la calle. ¡Vámonos, no sea que se nos pegue algo!
Las niñas se alejaron riendo. La niña pobre suspiró, volviendo a mirar el cielo con una sonrisa dulce.
Otras niñas corren por la calle con sus juguetes nuevos, gritando de felicidad. Yo... yo no tengo cena, ni un techo que me cubra de este frío que se me mete en los huesos. Solo tengo esta tos que no me deja tranquila y esta manta que ya no abriga nada. Algunos dirían que no tengo nada. Que soy solo... basura en la calle.
Pero si me miran bien... si miran de verdad, verán que mi corazón no está vacío. No. Mi corazón está lleno. Lleno de una cosa que nadie puede quitarme: gratitud.
Sí, agradezco. Agradezco a Dios por este frío que me abraza y me dice: "Estás viva. Tu espíritu sigue aquí." Agradezco por cada dolorcito en mi cuerpo, porque me recuerda que aún respiro, que mi corazón sigue latiendo por Él. Los niños tienen sus regalos, sus dulces... pero yo tengo algo más grande, algo que vale más que cualquier juguete: tengo fe. Tengo la certeza de que Dios me ve, incluso aquí, en el frío de la calle.
Hizo una pausa, mirando un punto fijo, cuando un beso tibio y suave le rozó la frente. Era como un susurro de brisa, lleno de paz. Cerró los ojos por un momento, sintiendo la calidez.
Anoche, cuando el frío era más fuerte y mis ojos ya no querían abrirse... sentí algo. Unos labios suaves en mi frente, como un susurro de brisa. Era un beso tibio, lleno de paz. Yo sé... yo sé que fue un ángel que bajó solo para mí, para decirme que no estaba sola, que Él me cuidaba.
Se levantó un poco, con entusiasmo, y miró a su alrededor, buscando a alguien a quien contárselo. Vio a un hombre apurado y a una pareja que pasaban sin prestarle atención.
—¡Señor! ¡Señora! —llamó con voz esperanzada—. ¡Acaba de pasar algo increíble! ¡Un ángel me besó! ¡Fue tan bonito!
El hombre murmuró, sin detenerse:
—Niña, por favor, no tengo tiempo para tonterías.
La mujer, riendo con su acompañante, le gritó sin mirarla:
—¡Estás loca, niña! Sigue soñando.
La niña volvió a sentarse lentamente, con una pequeña decepción. Pero luego recuperó su expresión serena y miró al cielo.
Quise contárselo a la poca gente que pasaba por aquí, pero me miraron raro, o simplemente se rieron. "¡Estás loca, niña!", decían. Pero no importa. Yo sé lo que vi. Yo sé lo que sentí. Y eso me bastó.
Ahora... siento que el frío ya no duele. El cansancio es más grande que el dolor. Mis ojos se cierran despacito. Y mientras me voy, solo puedo susurrar una palabra. La misma palabra que me acompañó cada día en esta vida, por muy difícil que fuera. La palabra que me ha mantenido de pie, o sentada aquí, agradeciendo...
Inclinó suavemente la cabeza, como si se quedara dormida o se desvaneciera, con una expresión de profunda paz en el rostro.
...Gracias.
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Editado: 29.08.2025