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Orquídea.
Tres años atrás.
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Desde que abrimos la puerta de la casa, se quitó los zapatos que dejó en medio de la sala y también la chaqueta del bonito traje que se había puesto, parecía bastante enojado desde que salimos del salón donde se hizo la boda de su hermana, aunque sospechaba la razón, no me atrevía a decir nada, como siempre, era una muda selectiva.
Levanté sus calzados para llevarlos hasta el armario y luego me fui a la cocina a preparar algo de comida, ya que a mi esposo no le gustó la comida que brindaron en la recepción de la boda, por lo que me tocaba hacerle algo de su preferencia.
—¿Qué esperas para traerme las sandalias? Siempre eres tan lenta y olvidadiza, sabes que tu deber es atenderme sin que te lo repita mil veces.
—Perdona, ya te lo busco —susurré.
—Todo el tiempo tan inútil, ¿acaso no piensas cambiar? Hoy solo me hiciste pasar pena con mi hermana, con toda la familia, debido a tu personalidad sosa y aburrida, además de la poca gracia que tienes hasta para ponerte algo bonito, con razón nadie te mira, aunque sea por curiosidad —reclamó.
—Lo siento mucho —dije.
—Esa comida estaba horrible y sin sabor, pero no podía decir nada por educación, por eso prefiero la que haces tú, aunque no seas tan experta en hacer platillos. — Cambió el tema.
—Te voy a preparar la pasta que te gusta —declaré.
—¡Apúrate, tengo hambre!—gritó.
Me apresuré a tenerle la cena lista lo más pronto posible y mientras la hacía, pensé en que tenía que levantarme temprano para atender la floristería, mucho antes de casarme, era muy dedicada a todo tipo de flores, eran un gran entretenimiento que mantenía mi mente ocupada sobre los problemas que tenía en casa con mi madre.
Creí siempre que después de casarme, sería libre para hacer todo lo que deseaba y luego choqué de frente con la realidad, ya que la pareja que elegí era peor que las personas que me engendraron, poniéndome por el piso como alguien insignificante cada vez que podía.
—Voy a darme una ducha —dije, después de poner la preparación que le hice sobre la mesa.
—Hazlo bien, esta noche quiero… Ya sabes qué —soltó de repente, mientras continuaba sentado en el comedor.
No respondí a su insinuación, simplemente me di la vuelta para entrar en nuestra habitación y de una vez me deshice del vestido, también de las viejas zapatillas que estaban a punto de romperse, entonces me metí en el baño.
Me vi en frente del espejo y mi estado deplorable era cada vez más evidente, ojeras marcadas por el poco descanso, cabello opaco o maltratado, labios agrietados, a pesar de que todos decían que aun sin maquillaje era muy bonita, no me veía de esa manera, sino todo lo contrario, era la chica menos agraciada de todo el vecindario.
Me lavé por unos buenos minutos y luego me sequé con una toalla para ponerme una bata, entonces me acosté para esperar a mi marido.
Casi me estaba quedando dormida cuando sentí su peso y abrí los ojos para verificar lo que ya sospechaba, entonces entendí lo que estaba a punto de ocurrir en ese instante.
—Espero que esta vez sea tan efectivo que me des el hijo que quiero, aunque parece que sigues siendo una defectuosa que ni eso puedes hacer en tu vida y por eso creo que no vales nada —habló.
No era capaz de responder a sus palabras tan despectivas y destructivas, simplemente me quedaba quieta, aceptando mi destino obligatorio dentro de un matrimonio, mientras dos lágrimas bajaban a cada lado de mis ojos, pues a pesar del tiempo que teníamos juntos, aún no podíamos concebir a un bebé, algo que seguramente era mi culpa.
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Días después.
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Terminé de recoger algunos tarros para usarlos al otro día con nuevas plantas que había adquirido en el vivero del campo y preparé el cuarto frío para conservar las rosas que serían vendidas más adelante, después cerré el negocio para caminar hacia mi casa, la cual se encontraba a una esquina de distancia.
Me encontré extraño que había un auto detenido en el frente de nuestra puerta y cuando ingresé en la sala, había un hombre sentado en el sofá, acompañado por mi esposo. Hablaban entre ellos, hasta que se percataron de mi presencia.
—Orquídea, este es el señor Jackson y es el nuevo dueño de la floristería, acabo de venderla a un sustancioso precio—informó.
—¿Qué has dicho?—pregunté, totalmente estupefacta.
—Lo que escuchaste, necesito dinero con urgencia y solo podía adquirirlo del negocio que tenemos.
—Pero…— Comencé a temblar de la ira contenida y a ponerme nerviosa, se estaba formando un nudo en el centro de mi estómago—. Es mi negocio y lo sabes.
—¿Tuyo? Fui yo que invertí para poner las flores, el local y todos los utensilios que se usan para su cultivación, soy quien trabaja para traer el sustento a esta casa, entonces, ¿con qué derecho dices que eres propietaria? No seas igualada—increpó.
—Señor Miller, creo que mejor me voy, pues ya cerramos el trato y tengo en mis manos el título de propiedad, es un placer hacer negocios con usted—dijo el hombre que se despedía con un apretón de manos.
—Igual—respondió Alan, mi marido.
Seguía paralizada por la impresión, mirando todo como en cámara lenta y los nervios se apoderaron de mi mente, así que rompí en llanto, sintiéndome tan atribulada por mi mala suerte.
—¿Cómo pudiste? Fue el regalo de bodas que me diste y sabes como amo mi trabajo, por eso no puedes decir que eres el único que aporta en este matrimonio—reclamé.
—Soy el hombre y tomo las decisiones en esta casa, si no te gusta, pues lo siento por ti, tu única función es obedecer a tu hombre… Ah, por cierto, me voy de viajes y regreso en una semana, tengo unos asuntos importantes que resolver en otra ciudad—determinó.