Oscura Devoción

Prólogo

El sol se hundía lentamente en el horizonte de Barcelona, tiñendo el cielo de un naranja ardiente que se reflejaba en las aguas tranquilas del Mediterráneo el 8 de junio de 2024. El aire estaba impregnado de una mezcla embriagadora: el salitre del mar, el olor punzante del combustible y el leve matiz metálico de las motos que resonaban en la distancia. Era un sábado por la tarde, y el pequeño pueblo costero de Tossa de Mar se transformaba en un hervidero de expectación. Una carrera ilegal de motos estaba a punto de desatarse, atrayendo a los más audaces, los más temerarios y a aquellos que buscaban huir de la monotonía de sus vidas en un estallido de adrenalina pura.
La carretera que serpenteaba desde la playa hasta las colinas cercanas era el lienzo perfecto para esta exhibición clandestina. Un tramo de asfalto agrietado, flanqueado por acantilados escarpados a un lado y pinos retorcidos por el viento al otro, ofrecía curvas cerradas que desafiaban la habilidad y rectas vertiginosas que tentaban al destino. Las vallas improvisadas, construidas con tablas de madera y cuerdas desgastadas, delimitaban el perímetro, mientras una multitud heterogénea se agolpaba en los márgenes. Algunos sostenían banderas hechas a mano, otros apostaban dinero que apenas podían permitirse, y todos compartían la misma fiebre que latía en los corazones de los corredores. Los gritos y aplausos se alzaban como un eco salvaje, amplificados por la brisa marina que acariciaba la costa.
En el epicentro de la escena estaba Adrián, un joven de 16 años cuya leyenda crecía con cada carrera. Su moto, una Kawasaki Ninja modificada con un acabado negro mate que parecía devorar la luz, destacaba bajo los últimos rayos del sol. El motor rugía con una potencia contenida, un sonido que vibraba en el pecho de quienes se acercaban demasiado. Adrián ajustó su casco, un modelo negro con detalles rojos que reflejaban su personalidad: audaz, agresiva, implacable. Sus manos enguantadas acariciaron los mandos con una mezcla de devoción y desafío, mientras sus ojos oscuros escaneaban la pista con la precisión de un halcón. Para él, esta no era solo una carrera; era una afirmación, una manera de proclamar al mundo —y a sí mismo— que era intocable.
A su lado, en la parrilla de salida, se alineaban sus rivales. Estaba Marc, con su cabello rubio desordenado y una Yamaha R1 que había tuneado con sus propias manos, conocido por su estilo agresivo pero predecible. Luego venía Pol, con su Honda CBR impecable, un piloto metódico que confiaba más en la estrategia que en la improvisación. Y, como una sombra inesperada, apareció Carla, una chica nueva cuyo rostro quedaba oculto tras un casco violeta brillante. Su moto, una Suzuki GSX-R, emitía un zumbido elegante y silencioso, y los rumores corrían como regueros de pólvora: había llegado desde Girona con la intención de demostrar que las mujeres podían gobernar este mundo masculino.
El organizador, Toni, un hombre robusto con una cicatriz que le atravesaba la mejilla izquierda, levantó una bandera verde raída. El murmullo de la multitud se apagó por un instante, sustituido por el ronroneo de los motores. Todos sabían que esta carrera no giraba solo en torno al dinero —un premio de quinientos euros en efectivo que descansaba en una caja de madera al final de la pista—, sino por el prestigio, por el título no oficial de "rey de la carretera". Adrián esbozó una sonrisa torcida bajo su casco, un gesto que prometía caos. Estaba seguro de la victoria, como lo había estado en todas las carreras anteriores, pero había una electricidad en el aire, una tensión que no podía ignorar.
El rugido de los motores estalló cuando la bandera cayó. Las motos salieron disparadas como proyectiles, el asfalto temblando bajo sus ruedas. Adrián tomó la delantera de inmediato, inclinándose en la primera curva con una precisión casi sobrenatural. El viento azotaba su traje de cuero, y el mundo se redujo a la carretera, a las líneas blancas que se desdibujaban bajo él. Marc lo seguía de cerca, su Yamaha bramando a pocos metros, mientras Pol mantenía una distancia calculada, esperando su oportunidad. Carla, sin embargo, sorprendió a todos al adelantar a Pol con una maniobra audaz, su Suzuki deslizándose con una gracia que desafiaba su aparente inexperiencia.
La carrera avanzó por la recta principal, donde las motos alcanzaron velocidades que rozaban los 200 kilómetros por hora. El público gritaba, algunos con entusiasmo desenfrenado, otros con un miedo que no podían ocultar, mientras los faros cortaban la penumbra que comenzaba a envolver el paisaje. Adrián sentía su pulso acelerado, no solo por la velocidad, sino por la emoción de la competencia. Giró el acelerador, empujando su Ninja al límite, pero un destello violeta en su espejo retrovisor lo alertó. Carla estaba ganando terreno, su moto zigzagueando con una agilidad que lo desconcertó.
La segunda curva llegó con rapidez, una herradura cerrada que exigía habilidad y coraje. Adrián inclinó su moto hasta casi rozar el asfalto con su rodilla, un movimiento perfeccionado tras meses de práctica. Marc intentó seguirlo, pero su rueda trasera patinó ligeramente, perdiendo segundos valiosos. Pol tomó la curva con cautela, fiel a su estilo, pero Carla ejecutó algo inesperado. En lugar de seguir la trayectoria convencional, cortó por el interior, rozando el borde del acantilado con una audacia que dejó a la multitud sin aliento. Por un instante, pareció que perdería el control, pero recuperó el equilibrio y emergió en la recta siguiente a pocos metros de Adrián.
El duelo estaba en su punto álgido. Los dos líderes se lanzaron por la recta final, sus motos aullando como fieras desatadas. Adrián apretó los dientes, consciente de que esta nueva rival ponía en jaque su reinado. La multitud contenía el aliento, los ojos fijos en el desenlace. A lo lejos, la meta se perfilaba con una línea de tiza blanca sobre el asfalto, iluminada por farolas improvisadas. Adrián sabía que debía arriesgarse. Giró el acelerador al máximo, sintiendo cómo la moto vibraba bajo su control, pero Carla no se quedó atrás. Su Suzuki respondía con una precisión casi inhumana, y en los últimos metros, ambos estaban cabeza a cabeza.
Entonces, el desastre golpeó. Mientras Adrián y Carla luchaban por la victoria, Marc, que había recuperado terreno tras la curva, intentó un adelantamiento desesperado. Su Yamaha se desvió ligeramente, tal vez por un error de cálculo o por el desgaste de los neumáticos, y chocó contra la moto de Pol. El impacto fue brutal. Las dos motos se enredaron en un torbellino de metal y llamas, deslizándose fuera de la pista. El público gritó horrorizado cuando las máquinas se precipitaron hacia el acantilado. Pol logró saltar en el último segundo, rodando por la hierba con heridas leves, pero Marc no tuvo tanta suerte. Su cuerpo quedó atrapado bajo los restos de su Yamaha, y el silencio se apoderó de la escena mientras el humo se elevaba hacia el cielo oscuro.
Adrián y Carla cruzaron la línea de meta casi al mismo tiempo, pero el triunfo se desvaneció en el aire. Ambos desaceleraron, deteniéndose cerca de la multitud que ahora corría hacia el lugar del accidente. Toni llegó primero, con el rostro pálido y las manos temblorosas. Revisó los restos y negó con la cabeza, confirmando lo inevitable. Marc estaba muerto.
El polvo se asentó, y la noche cayó sobre Tossa de Mar como un manto de culpa. Adrián se quitó el casco, revelando una expresión de furia y shock. Carla hizo lo mismo, su rostro joven marcado por la incredulidad. La tensión entre ellos se disolvió en un silencio sepulcral, mientras la realidad de lo sucedido pesaba sobre todos.
Adrián desmontó de su moto, dejando que el calor del motor se disipara en el aire frío. Sus ojos se clavaron en Carla, que permanecía junto a su Suzuki, sosteniendo su casco violeta con manos temblorosas.
- ¿Qué demonios pasó ahí atrás? - espetó Adrián, su voz quebrada por la adrenalina y la conmoción mientras se acercaba a ella -. No era parte del plan que alguien muriera.
Carla alzó la mirada, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de miedo y determinación. Se cruzó de brazos, intentando mantener la compostura.
- No fue mi intención - respondió ella, su voz firme a pesar del temblor -. Todos sabíamos los riesgos. Marc se equivocó, y Pol… no pudo evitarlo.
Adrián soltó una risa amarga, dando un paso más cerca. El sudor le corría por la frente, pero su postura era tensa, como si quisiera descargar su frustración.
- Riesgos, ¿eh? - gruñó -. Esto no es un juego, Carla. Ahora hay un muerto por nuestra culpa. ¿Te sientes orgullosa de tu maniobra ahora?
Carla se encogió de hombros, guardando su casco bajo el brazo. Su tono era defensivo, pero había un dejo de culpa en sus palabras.
- Hice lo que tenía que hacer para ganar - explicó -. No forcé a Marc a chocarme. Fue su error, no el mío.
Toni se acercó, interrumpiendo la discusión con su voz ronca. Sostenía la caja de dinero, pero su expresión era sombría, casi derrotada.
- Se acabó por hoy - anunció, dejando la caja en el suelo -. No hay premio, no hay nada. La policía estará aquí pronto. Tienen que irse, ahora.
Adrián frunció el ceño, girándose hacia Toni. Su mirada era un torbellino de emociones contenidas.
- ¿Y qué? - replicó -. ¿Vamos a dejar que esto se quede así? Marc merece algo mejor que huir como cobardes.
Carla lo miró fijamente, su rostro endureciéndose. Se inclinó hacia adelante, bajando la voz para que solo él la oyera.
- No se trata de cobardía - susurró -. Se trata de sobrevivir. Si nos quedamos, todos iremos a la cárcel. ¿Quieres eso?
Adrián dio un paso atrás, sorprendido por la frialdad en su tono. Por primera vez, sintió un vacío en su interior, una mezcla de arrepentimiento y rabia. La multitud comenzaba a dispersarse, algunos llorando, otros murmurando entre sí, pero los dos pilotos permanecieron allí, atrapados en un silencio que pesaba más que el rugido de las motos.




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