Oscuridad Infinita

Capítulo I: El Comienzo del Todo. Primera Parte.

Mientras un gran vacío en mi interior se apoderaba de mí ser, sentía como si la paz me abrazara. Un sentimiento de nostalgia me invadía haciéndome recordar sueños de días atrás, mientras que una voz lejana me hablaba en susurros… palabras que luego se volvieron repentinamente gritos en mi cabeza. La fuerza que enviaban aquellas palabras inentendibles se convirtieron un viento helado capaz de inmovilizarme dejándome sentir nada más que pena y temor.

―Hijo mío… ―dijo levemente en mi cabeza una voz que yo no conocía―, debes traerlos… ―complementó en un tono más alto―. ¡Si no, tu única manera de salvarlos, se perderá para siempre! ―terminó exclamando, y en eco la voz fue desapareciendo poco a poco, para dejar solo el silencio.

―¿Quién eres? ¿qué más quieres que haga? ―pregunté, pero no hubo respuesta alguna― ¡hice todo lo que estaba a mi alcance...! ―exclamé estirando un brazo en la oscuridad, como si intentara alcanzar algo. Mi cuerpo reaccionaba por sí solo ante aquella voz.

―Algún día lo comprenderás... ―respondió la voz misteriosa entre ecos, al mismo tiempo que me zumbaban y dolían los oídos.

 

Con gran asombro, mis ojos se abrieron rápidamente, mientras las gotas de sudor recorrían mi cuerpo por aquella extraña pesadilla.

 

------Releer desde aquí para ver si se puede mejorar algo.

 

«¿Eh?... ¿Cuánto tiempo dormí? ¿Dónde estoy?» me pregunté confuso, mientras movía mi cuerpo hacia delante, doblando mi cabeza luego hacia atrás, para mirar un mediano reloj de pared que era iluminado por la leve luz de las velas del techo, y que se encontraba colgado justo detrás a mí. Incluso, por el sueño, o pesadilla, me olvidé completamente que tenía el reloj de mi muñeca. «¡¿Tan tarde es?!» exclamé para mí observándolo de revés. Noté que había dormido a más de las doce de la noche. Unas seis horas en total. «¿Que vine a hacer yo aquí? ¡Oh!, es cierto, estaba en el Dōjō[1]» y, recobrando la memoria, intenté ponerme de pie mientras escuchaba, detrás de las cajas donde me encontraba oculto durmiendo, a un joven gritar de dolor. Al levantarme, vi a dos personas luchando con espadas de bambú: Uno claramente más fuerte que el otro. El hombre más grande, una persona de piel blanca y cabello verdoso oscuro, tenía un tatuaje como los que se utilizaban, hace ya mucho tiempo, en algunas mafias o grupos de vándalos tradicionales. «Bonito Dragón» pensé al verlo. Un dragón con una armadura negra de Samurai[2] se encontraba tatuado como si se agarrara a su cuello con sus filosos dientes. La fuerza de aquel sujeto, su espalda ancha y corpulenta, la forma de mover la espada en sus manos y la ropa que usaba, un traje típico para las prácticas de Kendo[3] color negro, decían lo que aquel hombre era: el más fuerte del lugar, si no, el Maestro del mismo... y claramente el que saldría victorioso. Luego, con tan solo dos golpes, el hombre de más de dos metros de altura, tumbó a su contrincante, un joven desnutrido ―o muy cansado, era difícil saberlo― de piel morena, que vestía el traje protector para la práctica de Kendo, una armadura negra con protectores en la cabeza, con un pequeño pañuelo por dentro para que no se resbale y se caiga con facilidad, estómago y manos, unos guantes que llegan poco más después de las muñecas, y que cayendo al suelo, luego que su casco se le cayera, rogó mientras se sostenía en una mano contra el suelo, para que no lo golpeara más con las vagas fuerzas que le quedaban.

―¡¿Nadie más quiere retarme?! ―gritó el Maestro con voz fuerte y segura, mirando a los presentes, para atemorizarlos con ojos de águila lista para cazar.

Una inmensa ira se apoderó de mí al ver cómo varios jóvenes se encontraban boca abajo en el suelo de madera ensangrentado.

―¡Yo! ―exclamé, reteniendo mi ira, mientras aparecía de entre los demás jóvenes aprendices que se encontraban sentados lejos de la pelea.

Todo lo que sentía nublaba mi juicio y casi me hacía olvidar mi misión principal: recuperar lo que había ido a buscar allí, un largo rollo horizontal que se encontraba en una pequeña vitrina de madera con cristales transparentes, la cual tenía tallados varios símbolos a su alrededor. Y que se encontraba al medio de un grupo de antiguas armas de guerra humanas, al medio de todo el lugar.

Mientras todos veían mi reacción inicial, quizás podían pensar en el tiempo que estuve detrás de ellos sin que se dieran cuenta, o de donde salí, o sorprendidos de mi físico, un hombre moreno de cabellera crespa negra corta, de ojos oscuros castaños, y muy atractivo… o nó. Nadie se dio cuenta de mi presencia porque me encontraba oculto entre unas cajas de diversos tamaños, o también quizás porque me oculté antes de que todos llegaran siquiera, y de tanta paz, me quedé profundamente dormido.




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