6 de julio del 2000
Raymond y Valkiria no eran solo amigos, eran mejores amigos. Se conocieron con tan solo tres años en la escuela, y desde entonces, nunca dejaron de ser compañeros y siempre jugaban juntos. Tenían otros amigos, claro, pero ellos eran uña y mugre. Ella era torpe e hiperactiva, mientras que él era tranquilo y sobreprotector.
El verano en Alaska no era un verano común, pero por suerte, en el borough de la Península de Kenai, cerca de Anchorage, las temperaturas eran más altas que en el resto del país, principalmente en este viernes. La máxima había llegado a los 18°C y todos los niños fueron a bañarse al lago Skilak. Raymond no quería quedarse atrás, quería ir con Valkiria, pero antes, sus padres tenían algo que decirle.
—Cariño —comenzó a decir su madre—, nos iremos a Canadá mañana a primera hora.
El niño de tan solo seis años, morocho y blanco como la leche los observaba, confundido.
—¿El país? —preguntó curioso, a lo que su padre asintió—. ¿Y cuándo volveremos?
Sus padres se miraron entre ellos por un momento.
—Pronto —le aseguró su mamá y le regaló una sonrisa junto a beso en la mejilla.
—¿Por qué no vas al lago con Valkiria, Ray? Nos iremos mañana muy temprano, así que aprovecha el día al máximo.
—¡Lo haré! —exclamó emocionado antes de salir corriendo para ir a buscar a su mejor amiga.
Corrió y corrió sin mirar atrás, y cuando llegó, golpeó la puerta siete veces. Siempre las contaba, le encantaba hacerlo desde que había aprendido.
—¡Ray! —gritó la niña de cabello dorado y lacio con una gran sonrisa en su rostro—. Mis papis dijeron que puedo ir al lago, ¿vamos?
—¡Sí!
—¡El que llega último es un sapo! —rio Valkiria y salió disparada.
Ray cerró la puerta y la siguió, sin realmente poder alcanzarla.
—¡Ja! —se burló señalándolo en cuanto llegó—. ¡Eres un sapo!
Raymond se tiró al suelo intentando recuperar el aire y ella lo acompañó.
—Ve, ya te sigo.
—Te espero —le dijo y lo miró con sus grandes ojos avellana.
Los gritos de los demás niños solo hacían que ella quisiera correr y saltar adentro del agua, pero no quería dejarlo solo ni un segundo. Poco después, él se levantó y ella lo imitó.
—Valkiria —murmuró antes de que se alejara—, mañana me iré a Canadá.
—¿Y cuándo volverás? —le preguntó mientras su sonrisa desaparecía. No sabía en dónde quedaba eso, pero sabía que no era Alaska y no le gustaba.
—Pronto —contestó seguro.
La sonrisa de su amiga apareció de nuevo en su rostro, tomó su mano y comenzó a correr casi arrastrándolo.
Las horas pasaron en un abrir y cerrar de ojos, enseguida ya estaban cenando todos juntos como si fueran una gran familia. Sus padres tuvieron que ir a buscarlos, insistir y convencerlos de que volverían a verse pronto. Sin embargo, no querían separarse.
7 de julio
Al día siguiente, Valkiria se levantó más temprano de lo usual y esperó a Raymond en la puerta de su casa a las seis y media de la mañana. Media hora después, a las siete, él salió junto a sus padres. Ninguno se sorprendió de verla allí, era algo demasiado usual y común, pero Raymond se sentía diferente.
Sus padres se despidieron de ella y su familia, pero Ray se quedó abrazándola a pesar de que lo estaban esperando en el taxi.
—Pronto —repitió él por doceava vez, a lo que ella asintió.
—Pronto —murmuró soltándolo.
Ella se quedó allí viendo cómo entraba al auto. Raymond apoyó una mano sobre la ventana con los ojos llenos de lágrimas y Valkiria corrió para apoyar la suya; pero cuando llegó, el auto arrancó y comenzó a alejarse. Los sollozos se convirtieron en llanto mientras veía a su mejor amigo hacerse cada vez un poco más chiquito, y él tampoco le sacaba los ojos de encima. Enseguida sintió el abrazo de sus padres, quienes intentaban consolarla, en vano. Tenía esperanzas de que regresara, pero eso nunca pasó.