LUKA
Fui a buscar agua por décimo quinta vez, la ansiedad me estaba consumiendo, cosa que rara vez pasaba, y cuando se hicieron las cinco, me relajé un poco. Generalmente sufría de esta manera cuando llegaba la cena mensual con mis suegros; pero esta vez no tenía miedo, tenía ganas.
Su castaña melena pasó frente a mí mientras charlaba con Val. Sin embargo, se dio cuenta de que me había ignorado y giró para saludarme de lejos. «Siete», modulé mirándola, a lo que ella asintió sonriente.
Después de saludar a los de siempre, subirme al auto y llegar a casa, me di cuenta de que tenía que pensar en una mentira. Si bien Val ya era una amiga, no tenía que aclarar que iba a cenar con ella.
—Justo a tiempo —musitó Francis corriendo hacia mí en bata.
En cuanto sus labios tocaron los míos, la alejé un poco.
—Tengo que ir a cenar con los chicos —comenté y comencé a caminar hacia el cuarto.
—¿Es súper importante? —me preguntó molesta detrás de mí.
—Hace mucho no nos juntamos fuera del trabajo —respondí y giré hacia ella—. ¿Te molesta?
—Claro que no —murmuró con los brazos cruzados—. ¿A dónde irán?
—Al restaurante francés —contesté mientras me sacaba los zapatos.
—¿Entonces irá Val?
—Sí, también irá Val. ¿Alguna otra pregunta? —interrogué impaciente.
Su ceño se frunció y suspiré. Puedo ser la persona más paciente del mundo, sin embargo, ella hacía que fuera un trabajo arduo.
—¿Y nadie más? —inquirió entre dientes.
—Nadie más —balbuceé antes de entrar al baño y cerrar la puerta casi dando un portazo.
Y como si supiera que estaba mintiendo, se metió en la ducha conmigo sin previo aviso. Intenté contenerme, pero no pude. Lo hicimos ahí, minutos antes de encontrarme con alguien más, y me sentía tan sucio que ella fue la única en llegar al clímax. Para mi suerte, ni lo notó.
Estaba llegando al coche cuando mi teléfono comenzó a sonar.
—Luka Bryk.
—Soy yo —dijo y me quedé quieto.
«Va a cancelar», fue lo primero que pensé.
—¿Todo en orden? —pregunté en voz baja.
—Sí, todo genial. Solo quería saber qué tanto me tengo que producir.
—Bastante —respondí antes de girar las llaves.
—De acuerdo —murmuró—. Nos vemos.
Incluso durante el camino a su casa me sentía raro, hasta que la vi. Mis ojos viajaron por todo su cuerpo mientras me deleitaba. Tenía puesto un enterito negro un poco al cuerpo, con un cinturón blanco y unos zapatos taco aguja color beige. El maquillaje no era exagerado y los aros dorados combinaban con sus ojos a la perfección.
—¿Así estoy bien? —interrogó poniendo mis pies sobre la tierra.
—Más que bien —contesté y le ofrecí mi brazo.
Sonrió al igual que yo, ingresamos al auto y enseguida comencé a manejar.
Su pie comenzó a golpetear el suelo, haciendo que me muerda el labio inferior para no reír. Era un sonido extremadamente adorable.
—¿Te gusta la comida francesa? —inquirí intentando distraerla.
—Nunca la probé —respondió mientras miraba por la ventana—, pero tampoco me había subido a Porche antes, así que no hay problema.
No pude evitar soltar una carcajada.
Luego de casi diez minutos, llegamos a nuestro destino y la ayudé a bajar. Había hecho la reserva poco después de que saliéramos de su departamento, así que en cuanto entramos, ya estábamos sentados. Un mesero se apresuró a entregarnos dos cartillas, le pedí que trajera el mejor vino que tenían, y Val comenzó a leer, pero su clara confusión hizo que riera.
—Algo me dice que no eres canadiense —comenté apoyando los codos sobre la mesa.
—Nací en Alaska —murmuró aún intentando comprender algo—. No pensé que el menú fuera a estar en francés.
Por alguna razón, hoy todo con respecto a ella me parecía adorable. El camarero nos sirvió un poco a cada uno, dejó la botella y se fue.
—Yo suelo pedir Casuales, pero tú tienes cara de que te gustará el Boeuf Bourgignon —opiné pensante sin dejar de mirarla.
Sus ojos se movieron lentamente hacia los míos, los cuales estaban más que abiertos.
—¿Y eso es…?
Solté una carcajada.
—Lo principal del plato es que tiene buey y vino.
—Justo lo que más necesito ahora mismo: vino —dijo y dejo la cartilla sobre la mesa.
Le hice una seña al camarero para que se acerque, y cuando llegó, hice el pedido.
—Yo también nací en Alaska —mencioné en cuanto quedamos solos—, pero no recuerdo en dónde.
Ella tomó un pan y comenzó a romperlo mientras lo comía.