VALKIRIA
Como si me estuviese despertando de una pesadilla, abrí los ojos y me senté exaltada. Miré a mi alrededor para encontrarme con una máquina que no dejaba de hacer ruido, la cual me monitoreaba, y noté que estaba en un hospital. Vi que había un aparato con un botón cerca de mi mano y comencé a apretarlo desesperada. Segundos después, una mujer joven entró asustada, y cuando me vio, se relajó.
—Si hubieses despertado hace unas horas… —sacudió la cabeza suspirando y se acercó a mí mirando mis signos vitales—. Bienvenida al Centro de Salud de West Park, me llamo Lucy y soy tu enfermera.
—¡¿Estoy en Toronto?! —exclamé y soltó una carcajada.
—Así es —asintió—. Iré a buscar a tu doctor, ya vuelvo.
—Espera —se detuvo y giró para mirarme—, ¿mi madre ha venido?
—Viene una vez por mes, sí.
—¿Y alguien más?
—Dos muchachos y una mujer —se quedó callada pensando unos segundos—. Luka, Kingston y Valery, si mal no recuerdo.
Dicho esto, se retiró. Cubrí mi boca con las manos y empecé a sollozar, todos estaban bien. Sin embargo, la imagen de Zane disparándoles a Francesca y el Sr. Damiolini comenzaron a aparecer en mi cabeza como si estuviera recordando una película de terror. Y de repente lo recordé, Francesca me había disparado a mí. Busqué la herida, pero tan solo encontré una cicatriz. Había pasado más de un mes seguro.
—Un placer conocerla finalmente, Srita. Faith —dijo un señor extendiéndome la mano—. Soy el Dr. Le Roux.
—Igualmente —le sonreí tomándola—. Espere, ¿Le Roux? ¿Es el padre de Valery Le Roux?
—Exactamente —asintió—. ¿Me permites?
Sacó el aparato que tiene una linterna pequeña y asentí para que luego lo pase por mis ojos.
—¿Cómo está Val? —le pregunté.
—Regresó a Toronto cuando me pidió que te ayudara y está trabajando en una revista —contestó sonriente—. La veo una vez por semana por aquí. Siempre que paso por la habitación, ella y Luka están hablando hasta por los codos.
No pude evitar reír.
—Esa es la Val que conozco.
—Si no fuese porque el horario de visitas terminó, te ofrecería llamarlos —comentó Lucy.
—Puedo esperar hasta mañana, estoy segura de que ellos están más impacientes que yo después de unos meses —respondí acomodándome en la cama.
Se miraron entre ellos por un momento y luego a mí.
—Cariño, hoy es siete de julio del 2021.
—Si es un chiste, es de mal gusto —murmuré, pero ellos se mantuvieron serios.
—Si necesitas algo, ya sabes qué hacer —dijo el doctor señalando el botón que había apretado.
Después de sonreír con tristeza, me dejaron sola. Miré mi brazo y vi que tenía puesta una intravenosa por donde seguramente me habían estado alimentando todo este tiempo. Seguido de eso, empecé a preguntarme cómo estaba muscularmente. Intenté mover las piernas, pero apenas podía sentirlas. Decidí ceder por hoy y frustrarme mañana acompañada de mis amigos.
A pesar de haber estado en coma durante casi un año, dormí como un bebé toda la noche. Pedí la cena, pero me dijeron que tenía tantas drogas en el sistema que tenía que esperar a que salieran para ingerir cosas sólidas. Por otro lado, el horario de visitas comenzaba a las ocho de la mañana y cuando vi la hora en la televisión, faltaban dos minutos. Por alguna razón algo me decía que Ray estaba del otro lado de esa puerta, pegado, esperando que Lucy lo dejara pasar. Y como si fuese adivina, cuando el reloj marcó las ocho en punto, la puerta se abrió y un Ray con los ojos rojos e hinchados corrió hacia mí para abrazarme.
—Rae —sollozó con su rostro en mi cuello.
—Hola —reí rodeándolo con mis brazos como podía.
Se separó, tomó mi rostro y noté que sus lágrimas seguían cayendo.
—No dije “auroras boreales”, Rae. ¿Por qué fuiste?
—Soy una idiota enamorada, ¿puedes culparme?
Rio antes de sacudir la cabeza.
—No, yo hubiese hecho lo mismo.
Me miró de arriba abajo y comenzó a apretarme suavemente los brazos y hombros.
—Realmente estás aquí —susurró con la voz quebrada.
—Claro que sí —murmuré mientras me movía para que se sentara junto a mí.
Cuando se subió se recostó, tomé el control de la cama y nos puse a casi noventa grados. Él sacó un pañuelo de su bolsillo, y después de sonarse la nariz, se secó el rostro.
—¿Escuchaste algo en algún momento? —me preguntó sin sacarme los ojos de encima.
—No —hice una mueca—. ¿Me perdí de mucho?
—Demasiado —rio una vez.
—¿Algo súper importante?
Se calló y se puso serio.
—¿Recuerdas algo de ese día?