Hace tiempo, cuando era niña inventé a mi propio Dios, un ser perfecto, lleno de amor y paz, que siempre estaba allí para mí, brindándome consuelo en cada tempestad.
Lo imaginé como un padre amoroso, cálido, comprensivo y compasivo, que me escuchaba y entendía, que me guiaba y me protegía.
Pero con el tiempo, en mi adultes, mi fe se fue desvaneciendo, mis dudas y temores fueron creciendo, y poco a poco me fui alejando, de aquel Dios que yo misma había creado.
Quizás fue el dolor, la tristeza o el desencanto, quizás fue la falta de respuestas o el desencuentro, lo cierto es que dejé de buscar su rostro, dejé de conversar con él todas las noches, dejé de clamar su nombre en el desierto.
Ahora me siento perdida, sin rumbo ni destino, sin esa presencia divina que me daba aliento, extraño al Dios que yo misma creé, y me pregunto si algún día volveré a creer.
. Me haces falta.
Tal vez fue mi propia mente quien lo inventó, tal vez fue mi necesidad, pero lo cierto es que aún lo extraño, al Dios que yo misma creé y abandoné.