Fe, esa virtud tan aplaudida,
esa creencia en lo que no se ve,
esa confianza que nos da vida
y nos ayuda a seguir sin temer.
Pero yo he perdido esa fe,
he dejado de creer en lo invisible,
en lo que no puedo tocar ni ver,
en lo que no es tangible ni posible.
No es por falta de esperanza,
ni por carecer de optimismo,
sino porque he encontrado mi fragancia,
mi luz, mi ruta, mi abismo.
He descubierto que soy capaz,
que tengo un mundo por delante,
que puedo volar sin necesidad
de tener a la fe por delante.
No necesito un salvador,
ni un milagro que me salve,
tengo mis fuerzas, mi valor,
y con eso, nada me abate.
Así que adiós, querida fe,
no te guardo rencor ni apego,
pero ya no ocupas un lugar en mi piel,
en mi camino, yo soy mi propio ruego.