En la tinta de mis versos desgarrados,
derramo mi dolor,
expreso en letras los sentimientos,
y evoco a aquellos que ya no son.
Escribo con las lágrimas en mis ojos,
que dibujan versos de un amor ausente,
plasmando las heridas en papel rojo,
liberando así mi alma de su mente.
Cuando extraño a ese ser amado,
que partió dejando un vacío en mi pecho,
las palabras se vuelven aliado,
y encuentro en ellas un débil consuelo.
Se despliegan recuerdos con cada verso,
como mariposas que vuelan sin descanso,
y en cada letra, un suspiro disperso,
un eco lejano que sigue mi paso.
Y el dolor arraigado en mis entrañas,
se desliza como el río entre mis dedos,
y en cada verso florecen las hazañas,
de aquel ser amado que se fue sin remedio.
La ausencia de un hijo perruno
se cuela en mi escritura como marea,
y en cada palabra, mil lágrimas desatadas
por la partida eterna de mi compañero
Late en mi pecho el pesar inconsolable,
y en cada estrofa, sus huellas van marcando,
como latidos que no son recuperables,
la tristeza y el amor se van entrelazando.
Escribo para transmutar el sufrimiento,
en una obra que derrame el alma herida,
en cada verso mi lamento,
y con cada palabra, la esperanza se aviva.
Así, en la poesía encuentro mi refugio,
donde el dolor se transforma en sentido,
y aunque el abismo se haga eterno y oscuro,
en mis versos encuentro consuelo y abrigo.
Escribo con la pluma de mis sentimientos,
desnudando mis penas en cada verso,
y aunque el dolor me arraigue en el firmamento,
en la poesía encuentro un alivio perverso.
Porque escribir es abrir las venas del alma,
liberar los demonios que nos acechan,
convertir el dolor en luz y calma,
y encontrar en el papel un bálsamo que alivie la pena.