Pablo el cascarrabias.

Una agridulce tragedia...

Marcos caminaba despacio con mucho cuidado, le hizo señas silenciosas a Sofía, Claudia y Ayame, así poco a poco todos cruzaron la cerca que delimitaba la casa del señor Pablo y comenzaron a recoger los mangos que se hallaban desperdigados por el suelo, ya habían preparado todo con premeditación y de sus morrales sacaron bolsas para guardar rápidamente los frutos prohibidos, los cuatro niños con manos temblorosas tomaron cuantos coloridos mangos pudieron y se disponían a salir cuando el grito de Don Pablo los congeló en el lugar.

_ ¿Qué están haciendo?, ¡salgan de aquí!, ¡delincuentes!, ¡policía! -gritaba el hombre enojado meneando una escoba para ahuyentarlos.

_ Sólo recogíamos los que estaban en el suelo Don Pablo, si los dejamos allí se dañarán y nadie podrá comerlos…

Antes de que la pequeña Claudia terminase de hablar, el encolerizado hombre la apuntó con la escoba y mientras todo su cuerpo temblaba, a todo pulmón gritó:

_ ¡Fuera de mi propiedad!

Con lágrimas en los ojos corrieron los atemorizados pequeños, seis cuadras más allá fueron a parar, de rodillas en la plaza rompieron a llorar y Doña Isabel que por ahí pasaba los trató de calmar, les ofreció agua hasta que se pudiesen saciar y ya más tranquilos los comenzó a interrogar, negando con la cabeza terminó de escuchar y luego de un suspiro les empezó a contar:

_ Hace aproximadamente unos cuarenta años, una hermosa jovencita llamada Valeria que amaba la jardinería y un joven militar llamado Pablo se enamoraron, al poco tiempo se casaron y una hermosa familia formaron, ella amaba comer frutas, pero su favorita siempre fue el mango, durante una madrugada cuando se encontraba embarazada del primer bebé del feliz matrimonio, unos terribles antojos por comer mango la invadieron, Pablo que siempre consentía a su mujer salió en carreras por todo el pueblo buscando el manjar que tanto ansiaba su mujer, luego de horas de caminar regresó a su hogar con las manos vacías, lamentablemente no era época de cosechar el tan jugoso fruto, así que en ningún lugar lo pudo encontrar, afligidos se fueron a dormir, pero esa noche el tenaz hombre se prometió que eso nunca volvería a pasar, así que se levantó muy temprano, compró semillas y sembró por el jardín el fruto que tanto amaba su mujer, pasó el tiempo y el pequeño Juan Carlos que tanto disfrutaba el mango como su madre creció, mientras Pablo se encontraba trabajando fuera de casa, el pequeño llevó a su madre hasta un árbol frutal y le señaló en lo alto de la copa, un pequeño bulto amarillo que se había adelantado a su época, salivaba y lloraba por la fruta que tanto amaba, su madre que odiaba verlo llorar, escaló el árbol hasta lo más alto de la copa, pero la valiente mujer al tomar el fruto entre sus manos resbaló y en el suelo de golpe aterrizó, los gritos de Juan Carlos atrajeron a los vecinos que en carrera llevaron a Valeria hasta el hospital, la pobre desde ese día no volvió a caminar y ni siquiera a su hijo o a su esposo podía recordar, el niño se traumó tanto que a la fruta vino a odiar, padre e hijo desde entonces no quisieron saber más del mango y no talaron los árboles porque el gusto de la pobre mujer no había cambiado, mientras vivía permitía que los niños alrededor recogiesen los frutos sin subir a los árboles, preparaba una exquisita jalea y a todos convidaba, desde que murió el pobre Pablo junto a sus hijos recoge las frutas que tanto repudia y las llevan hasta la tumba de su amada Valeria, para él viejecito le están robando la comida que tanto amaba su mujer, no lo torturen más ahora que hasta su s hijos vienen solo una vez al mes y solo vive encerrado añorando el día que finalmente pueda reunirse junto a su dulce Valeria otra vez.

_ Doña Isabel yo lo puedo entender a él, pero el señor Pablo lo hace todo al revés, ¿no compartía su mujer las frutas que tanto amaba?, yo creo que ella sería más feliz viendo que todos disfrutamos del mango al igual que ella lo hizo.

Respondió la perspicaz Ayame con un puchero, antes de conversar con Doña Isabel se sentían cansados y malhumorados, ahora también estaban tristes y arrepentidos por molestar a Don Pablo, los pequeños con la cabeza cabizbaja se dirigieron a la casa de Sofía y reunidos en la cocina lavaron sus preciados frutos, los trocearon y en el comedor se sentaron a disfrutarlos mientras planeaban como convencer a Don Pablo de compartir sus mangos con ellos.

Pero los pequeños jamás imaginarían que un giro de tuercas lo cambiaría todo desde ese día, ya que, después de que los niños huyeron de la casa del anciano cascarrabias, éste los persiguió encolerizado por el jardín, pisó un dulce mango maduro que yacía en el suelo y cayó hacia atrás golpeándose en la cadera.

Emitió un gran alarido que resonó por toda la cuadra, sin embargo, fue víctima de un camión heladero que pasaba con una sonata a un volumen más alto de lo permitido, dando como consecuencia que los asustado pequeños que en ese momento huían no lo escuchasen, él hombre de avanzada edad se recostó en el suelo llorando de dolor y pidiendo a gritos auxilio, en una ambulancia amarilla se lo llevaron con la cara roja y bañada en lágrimas.

Semanas después de una larga cirugía de emergencia y sobre una silla de ruedas finalmente regresó a su casa, agotado empujó la silla hasta el patio de su casa, desde allí observó los altos árboles que eran culpables de su desgracia y la de su mujer, completamente encolerizado se decidió por fin a talarlos, apenas se recuperase y pudiese estar de pie lo primero que haría sería cortarlos, sí señor.

Con los ojos llenos de lágrima parpadeó mirando hacia el cielo, ¿cómo estaría su amada esposa?, probablemente lo habría reñido con una dulce voz y le habría hecho ver que realmente era él quien tenía la culpa por permitir que los frutos se pudriesen en el suelo, la dulce Valeria, si tan sólo ella estuviese aquí apoyándolo todo sería más fácil.




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