Paciente 314

Prólogo

Gritos. Tiros. Llanto.

Eso es lo que me despierta.

Sé que no debería salir de mi habitación, pero el llanto de mi madre corta cualquier instinto de autopreservación. Bajo las gradas con el corazón golpeándome el pecho. Lo que veo no me sorprende, pero esta vez... hay algo distinto.

Mi padre ha vuelto borracho, como siempre. Pero ahora, una gran mancha de sangre le cubre toda la pierna izquierda, y su rostro parece haber sido molido a golpes.

Y por un segundo me lo pregunto:
¿Debería ayudarlo... o dejar que se desangre como el bastardo que siempre fue?

Mi madre, gritando, me saca de ese pensamiento.
Lo levanto como tantas otras veces y lo llevo a su habitación. Pero esta vez, él no dice nada. No me insulta, no grita. Está en silencio, perdido, como si ya estuviera a medio camino de otro mundo.

—Tadeo... cuida de tu mamá. Yo solo le he hecho daño —dice, acomodándose en la cama—. Tu madre no va a soportar cuando me maten.

¿Cuándo lo maten?

—¿Cómo así que cuando te maten? —pregunto, abriendo el botiquín.

—Le debo mucho dinero al cartel. Ya no hay salida. Solo te pido tres cosas.

—¿Cuáles?

—Primero: váyanse de Medellín. Centroamérica es lo único que se me ocurre. Segundo: quema todo lo que te recuerde a mí. No fui el hombre que Dios esperaba, pero quiero morir sabiendo que, al menos, lo intenté. Y tercero... sé fuerte, Tadeo. Sé el hombre de la casa. Recuerda: somos los Torres. Sin nosotros, el castillo se viene abajo. Encuentra la felicidad. A mí me obligaron a vivir esta vida, pero tú todavía puedes elegir. Te amo, hijo —dijo, rompiendo en llanto.

Jamás creí que sentiría lástima por él. Y mucho menos que terminaría abrazándolo. Cada cicatriz que me dejó pareció encogerse en ese momento, cada golpe perder sentido. Me aferré a él mientras repetía entre lágrimas: lo siento, lo siento, lo siento.

Dos semanas después lo encontraron asesinado en su oficina.
Una nota en su escritorio decía:
"Quien juega con el diablo, siempre sale perdiendo."

Pero lo que ellos no saben...
es que yo me he convertido en ese diablo.

La policía nunca movió un dedo. Así que yo sí lo haré. Me meteré hasta el fondo, en el mismo infierno del que mi padre quiso protegerme. No por él, sino por mi madre, la única luz que aún me sostiene.

Van a pagar. Todos.

Porque nadie se mete con Tadeo Torres...
y sale ileso.

Entrada de Cora – Archivo personal

Dicen que el caos llega sin avisar.
Pero yo lo vi venir.

Tenía ojos cansados, una cicatriz mal cerrada en el alma... y un expediente con el número 314.

Tadeo Torres no entró a mi vida como un huracán.
Entró como un silencio denso, lleno de cosas que no se dicen.
Y aun así, lo supe desde el primer momento: él no estaba buscando redención.
Estaba buscando venganza.

Yo, que he pasado toda mi vida curando heridas ajenas, debí haberlo sabido.
Que hay dolores que no se tocan. Que hay personas que no vienen a sanar.
Vienen a arrastrarte con ellos.

Pero me quedé.
No sé si por compasión, por locura... o porque vi en sus ojos algo que se parecía demasiado a lo que veo en los míos:
soledad, furia, pérdida.
Y esa necesidad irracional de hacer que todo tenga sentido.
Aunque para eso tengamos que quemarlo todo.




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