Cora Castillo
No esperaba ver tanta necesidad en un país con tantos recursos. Un país con el potencial de ser una potencia mundial. Pero no... la corrupción, el egoísmo, la avaricia y el descaro de los gobiernos lo han convertido en un lugar donde lo bello y lo humilde lucha por sobrevivir. Honduras, mi país de origen, es ahora uno de los más peligrosos y pobres de Centroamérica.
Cuando era niña, mis padres eran puro esfuerzo. Mi padre, albañil. Mi madre, vendedora de tortillas. Pero durante un tiempo dificil en Honduras, no les quedó más remedio que huir. Emigraron al Distrito Federal, México.
Mi madre estaba embarazada de mi hermano mayor, Cameron. Con el tiempo, mi padre fundó su propia empresa de construcción, y mi madre se convirtió en costurera. Fueron queridos, respetados. Cameron, como primogénito, estaba destinado a seguir el legado de mi padre... pero él tenía otros sueños.
Cuando Cameron cursaba su último año de secundaria, mi madre quedó embarazada de mí. Un milagro. Siempre tuvo problemas de fertilidad, por eso fui la sorpresa más amada.
No teníamos mucho dinero, pero mis padres se sacrificaron para darnos lo que ellos nunca tuvieron: educación. Cameron se convirtió en ingeniero civil, yo en médica. Él terminó primero, y fue quien pagó mis estudios. Le debo tanto... a él, a mis padres.
Hoy, gracias a ellos, tengo un título que llevo con orgullo: Dra. Cora Castillo.
Y hoy, empiezo mi primer día de trabajo.
—Cora, ven a desayunar, cariño —llamó mi madre desde la cocina.
—¡Ya voy, mamá! —respondí, ajustando el uniforme.
Bajé las gradas, y el olor a frijoles, huevo y chorizo me llenó el alma.
Los desayunos hondureños son mi debilidad.
Besé la mejilla de mi madre, abracé a mi hermano y besé la frente de mi padre.
—¿Nerviosa por tu primer día, hija? —preguntó mi padre desde detrás de su periódico.
—¿Cómo vas a creer, papá? Ella es Cora Castillo, y los Castillo no tenemos miedo. ¿Verdad, hermanita? —dijo Cameron, tomando una tortilla de mi plato.
Mi madre se la arrebató con un manotazo.
—¡Mamá! Déjasela, él es más grande que yo —reí.
Cameron se la metió entera en la boca y me lanzó un beso volador.
—La verdad, sí estoy nerviosa... pero más emocionada. ¡Por fin tendré mi propio consultorio!
—Te lo mereces, hija —dijo mi madre, tomando asiento—. Tantos años de esfuerzo al fin dieron fruto.
—¿Lista? Te voy a llevar yo. ¡Cómo pasa el tiempo! Aún recuerdo cuando te llevé a tu primer día de escuela —dijo Cameron, algo nostálgico.
—Solo me cepillo los dientes y nos vamos. Gracias por el desayuno, mamá. Estaba delicioso.
Me arreglé, tomé mi bolso y mi chaqueta con mi nombre bordado (cortesía de mi madre) y salí. Subimos al viejo Land Cruiser del '98. Me puse el cinturón. Él hizo lo mismo. Rumbo al Hospital General del DF.
—¿Ya decidiste si irte con la brigada médica? —preguntó, sin apartar la vista de la carretera.
—Lo he pensado, sí. Y creo que aceptaré. ¿Sabías que Paula también se unirá?
Lo vi tragar saliva. Apretó la mandíbula.
No les he contado todo, pero Cameron y Paula... se conocieron por mí. Éramos amigas en la universidad. Se gustaron, salieron. Algo pasó. No sé qué exactamente, pero desde entonces no pueden ni verse.
—¿De verdad? No sabía que se había unido... Qué bien por ella. Le gusta viajar —dijo, seco.
—El primer destino es Honduras. Imagínate cuando te pregunten dónde trabajo y digas: "con Médicos Sin Fronteras". Suena genial, ¿no?
Me reí con emoción. Cameron también.
—Tienes visión, hermana. Estoy muy orgulloso de ti. Ya llegamos.
Nos bajamos. El hospital era un gigante de concreto. Llegamos a mi consultorio, y una sonrisa se me escapó al ver la placa con mi nombre.
—Es lindo —comentó Cameron, sentándose en la silla giratoria.
—Pero le falta algo —saqué cuatro portarretratos y los coloqué en mi escritorio—. Ahora sí está completo.
Él los miró y sonrió. Una foto con mis padres, otra con Cameron disfrazados de superhéroes, una en la playa con Paula, y otra de los cuatro celebrando el aniversario de mis papás. Cameron se detuvo en la de Paula.
—¿Por qué no le hablas, Cam? Sé que ella espera esa llamada.
—Es complicado, Cora. Nos hicimos daño. Quiero sanar primero. No quiero reclamarle nada.
—Hay más tiempo que vida, hermano. Cuando estés listo, háblale.
—Gracias por entender —me abrazó.
Y justo cuando salía, la puerta se abrió.
—¡Cora! ¡Somos vecinas de consultorio! —dijo Paula, alegre... hasta que lo vio.
—Paula.
—Cameron.
Silencio.
—Bueno, me voy. Suerte, chicas. Nos vemos, Cora. Te quiero.
Y salió.
Paula entró, se sentó frente a mí y tomó un confite del escritorio.
—¿Estás bien?
—Sí... solo me sorprendió. Pensé que vendrías en tu carro.
—Se ofreció a traerme. Hoy, cuando salgamos, invito yo.
—¡Claro! En 20 minutos abrimos consultorio. ¿Lista?
—Siempre. Y... me uniré a la brigada.
—¡Qué alegría! Seremos llaneras solitarias. Chica, ¡nos vamos a Honduras!
—Por fin conoceré Honduras —sonreí.
—¿No te da miedo?
—Para nada. Además, tendremos seguridad.
—Eso sí. Bueno, me voy. Nos vemos más tarde.
Se detuvo en la puerta, me miró de reojo.
—¿Sabes? Aún quiero a tu hermano. Solo necesito tiempo. Ah... me encantaron las fotos.
Y se fue.