Cora Castillo – Clínica móvil, El Paraíso
La lluvia cae como una maldición vieja sobre el techo de lámina. El agua se cuela por los bordes de la clínica improvisada, pero dentro de ella, la sangre corre más rápido que el tiempo.
Cora sostiene la pinza con fuerza, sujetando un vaso roto mientras Paula le pasa hilo quirúrgico. El herido, un joven robusto, con un tatuaje a medio esconder bajo el hombro, tiembla por la pérdida de sangre.
—Torres... no lo dejen solo... —balbucea antes de perder el conocimiento.
Cora se queda helada. Torres. ¿Por qué le suena ese nombre?
—¿Qué dijo? —pregunta Paula en voz baja.
—Nada —responde Cora, mientras cose la piel como si estuviera tratando de cerrar una puerta que se resiste.
Tadeo Torres – Afuera, entre el monte
Desde la Land Cruiser oscura y húmeda, Tadeo observa la clínica móvil con el ceño fruncido. Las cosas se están desmoronando. El trato en Choluteca fracasó. Le robaron armas en tránsito. Ahora uno de los suyos casi muere por una emboscada que no vio venir.
—¿Estás seguro de dejarlo ahí? —pregunta uno de sus hombres, nervioso—. No sabemos quién lo está atendiendo.
—Sí sabemos —interviene otro, bajando el binocular—. Es una doctora mexicana. Trabaja con Médicos Sin Fronteras. Se llama... Cora Castillo.
Tadeo se queda quieto. El nombre lo golpea en el pecho como una campana rota.
—Castillo... —repite, pensativo.
—¿La conoces, jefe?
Tadeo no responde, pero la lluvia se intensifica, como si el cielo también le exigiera una explicación. Entonces, de pronto, otra figura se acerca a la clínica, empapado, con el rostro tenso y la mandíbula apretada.
—Ese es Cameron —murmura el conductor—. El hermano de la doctora. Nos ayudó una vez con la red de transporte, ¿te acordás?
Tadeo asiente. Claro que se acuerda. Cameron Castillo: el tipo limpio que una vez le vendió rutas de transporte creyendo que era medicina legal, antes de descubrir la verdad. El tipo que casi le mete un puñetazo cuando lo encaró. Aquel que, por algún motivo que no entendía, no lo denunció.
Y ahora está aquí. Junto a su hermana.
—Todo se está entrelazando —dice Tadeo, más para sí mismo que para los demás.
No le gusta. No le gusta nada.
El hombre herido está en manos de personas que podrían ser un riesgo. O una oportunidad. Y lo peor... lo que más le jode... es que el rostro de esa doctora —Cora— le resulta jodidamente familiar. Hay algo en su mirada. En cómo habla. En cómo le tiembla la boca justo antes de decir algo firme.
Como si ya la hubiera visto antes. En otro tiempo. En otra vida.
—¿La movemos después? —pregunta uno.
Tadeo niega con la cabeza.
—Todavía no. Quiero saber más. Cameron le debe una. Y si ella es como creo... no va a poder quedarse quieta. La gente buena siempre quiere arreglar lo que no entiende.
Y eso... la convierte en peligrosa.
Cameron Castillo – En la clínica, segundos después
Cuando entra, Cora está limpiando sus manos manchadas de sangre. Paula sale al fondo, dándole espacio.
—¿Todo bien? —pregunta Cameron, viendo al hombre inconsciente.
—Va a vivir. ¿Qué haces aquí?
—Te vi por GPS. Vine a buscarte. Pero... —se queda mirando al paciente—. Ese tipo no es cualquiera.
—¿Lo conoces?
Cameron no contesta de inmediato. Mira a su hermana. La tormenta arrecia afuera.
—Cora... necesito que tengas cuidado. Este país no es como el nuestro. Aquí el mal se disfraza de ayuda, de trato, de casualidad.
—¿Qué sabes, Cameron?
Cameron observa al herido. Luego a ella.
—Nada que pueda decirte sin ponerte en peligro.
Cora aprieta los puños. Sabe que algo grande está ocurriendo. Y que, sin quererlo, ya forma parte.