Paciente 314

Capítulo 8: Lo que se calla también grita

Dra. Cora Castillo.
Lo repetía en mi mente como un mantra mientras desinfectaba el escritorio. Afuera, el bullicio del hospital apenas se colaba por la ventana entreabierta. Dentro, los latidos eran más íntimos. Los del corazón. Los de la conciencia.

Había sido una buena semana. Atendí pacientes con historias duras, pero me sentí útil. Necesaria. Y la noticia de que pronto viajaríamos con la brigada médica a Honduras me mantenía en un estado de emoción nerviosa. Finalmente, conocería el país que mis padres dejaron atrás.

—¿Quieres café? —preguntó Paula, asomando la cabeza por la puerta.

—¡Por favor! Ya sabes que sin cafeína no funciono.

Minutos después entró con dos vasos y un gesto extraño. Como si algo le pesara. Se sentó frente a mí, y mientras revolvía su café con el palillo de madera, bajaba la mirada.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí... sólo cansada.

Mentía. La conozco demasiado bien.

—¿Seguro que no es por ver a Cameron?

El silencio fue breve, pero incómodo.

—No, ya... ya estoy bien con eso —respondió sin levantar la vista.

Pero la forma en que sostuvo el vaso, tensa, como si se le fuera a quebrar entre los dedos, me dijo lo contrario.

Algo no encajaba.

Esa tarde, Cameron me había dicho que tenía un "contrato especial" en Honduras, algo temporal. Lo noté inquieto. Y lo conocía lo suficiente para saber que cuando se quedaba en silencio más de lo normal, algo ocultaba. Las mismas manos que me construyeron castillos de almohadas de niña ahora se llenaban de sombras. ¿Qué estaba haciendo?

—¿Tú crees que Cameron está bien? —solté de pronto, sin pensarlo mucho.

Paula parpadeó. Tragó saliva.

—¿Por qué lo dices?

—No sé... lo siento raro últimamente. Ausente. Y me dijo que trabajará en Honduras justo cuando la brigada vaya. ¿Coincidencia?

Paula no respondió de inmediato. Tomó un sorbo de café, cerró los ojos por un segundo y luego sonrió... pero era esa sonrisa triste, la que usa cuando quiere protegerme de algo.

—Tal vez solo tiene muchas cosas en la cabeza.

Me recargué en el respaldo.

—Paula... si tú supieras algo, me lo dirías, ¿verdad?

Ella dejó el vaso sobre el escritorio. Se inclinó hacia adelante, sus ojos buscando los míos. Dudó.

—Claro que sí, Cora.

Mentía. Lo supe en ese instante.

No por maldad. No por traición. Sino porque hay secretos que pesan tanto, que no se pueden cargar entre dos.

Al salir de mi consultorio, Paula se giró en la puerta.

—Lo que sea que pase allá, Cora... cuídate mucho. ¿Sí?

Asentí. Pero su mirada me siguió quemando mucho después de que se fue.
Como si ella supiera que el viaje a Honduras no solo sería un viaje de descubrimiento.
Sino también de revelación.
Y de peligro.




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