Valentina
Me levanté temprano y decidí salir a correr por el jardín de la villa. Necesitaba despejar mi mente y mantenerme en forma. La frescura del aire matutino y el sonido de mis propios pasos eran reconfortantes, al menos por un rato. Pero mientras corría, empecé a sentir una extraña sensación, como si alguien me estuviera siguiendo.
Miré discretamente a mi alrededor, sin querer mostrar signos de alarma. No vi a nadie, pero la sensación persistía. Aceleré el paso, decidiendo que era mejor regresar a la casa cuanto antes. Al cruzar la entrada principal, noté que dos de mis guardaespaldas estaban cerca, mirándome con atención.
—¿Todo bien, señorita Volkov? —preguntó uno de ellos.
—Sí, estoy bien. Solo... asegúrense de revisar los alrededores, por favor —respondí, tratando de mantener la calma en mi voz.
Subí las escaleras rápidamente y me dirigí a mi habitación. Una vez allí, cerré la puerta con llave y me apoyé contra ella por un momento, tratando de tranquilizarme. Sabía que no podía permitirme el lujo de bajar la guardia ni por un segundo.
Me dirigí al baño para darme una ducha rápida. El agua caliente me ayudó a relajarme un poco, pero mi mente seguía trabajando a toda velocidad. Después de vestirme con un traje elegante y profesional, me puse los tacones y recogí mi cabello en un moño perfecto. Estaba lista para enfrentar el día, sin importar lo que viniera.
Fernando ya estaba esperándome en la entrada cuando bajé.
—¿Lista? —preguntó, observándome con su habitual seriedad.
—Sí, vamos —respondí, intentando que mi voz sonara más firme de lo que me sentía.
Salimos juntos hacia la oficina, acompañados por un séquito de guardaespaldas. Mientras íbamos en el coche, Fernando no dejaba de observarme.
—¿Algo anda mal? —preguntó finalmente.
—Solo una sensación extraña esta mañana. Creo que alguien me estaba siguiendo mientras corría —dije, mirando por la ventana.
—Tomaremos precauciones adicionales. No podemos arriesgarnos —respondió, su tono era firme y protector.
Asentí, sabiendo que Fernando estaba tan preocupado como yo. La seguridad era nuestra prioridad, y aunque éramos fríos y distantes, había un entendimiento tácito entre nosotros. Al llegar a la oficina, me concentré en mis tareas y reuniones, pero la advertencia de Iván seguía rondando en mi mente. Estábamos en una guerra constante, y cada movimiento contaba.
Pasarían muchas cosas antes de que todo esto terminara, pero estaba decidida a enfrentar cada desafío. Sabía que con Fernando y nuestros aliados a mi lado, tenía una oportunidad de proteger a quienes me importaban y mantener a salvo lo que habíamos construido.
Decidí tomar una decisión que había estado postergando por un tiempo. Sabía que necesitaba dedicar más tiempo a la seguridad de mi familia y a resolver los problemas internos que estaban surgiendo. Llamé a Cameron a mi oficina.
—Cameron, necesito que te encargues de la empresa por unos meses. Confío en tu juicio y capacidad para mantener todo en orden mientras no esté —le dije con seriedad.
—Por supuesto, señorita Volkov. No se preocupe, todo estará bajo control —respondió con firmeza.
Al terminar la reunión con Cameron, me dirigí a la villa. Necesitaba prepararme para estar más tiempo en casa y coordinar mejor nuestras defensas. Sin embargo, al entrar a mi habitación, me encontré con una caja. Al abrirla, mi corazón se detuvo por un instante. Era ropa de Fernando, manchada de sangre.
Mi primer instinto fue llamarlo, pero no contestaba. La preocupación comenzó a invadirme. Inmediatamente llamé a Damian.
—¿Dónde está Fernando? —pregunté, tratando de mantener la calma.
—Está en una reunión. ¿Pasa algo, Valentina? —respondió Damian, notando el tono de urgencia en mi voz.
—Necesito hablar con él. Voy para allá —dije antes de colgar.
Salí de inmediato hacia la oficina de Fernando. Los guardaespaldas me siguieron de cerca, asegurándose de que estuviera segura. Al llegar, esperé a que terminara su junta. Cada minuto parecía una eternidad, y mi mente no dejaba de imaginar lo peor.
Finalmente, cuando Fernando entró a su oficina, me precipité hacia él y lo abracé con fuerza. Era algo que nunca había hecho antes, pero la angustia de pensar que algo le había pasado fue demasiado.
—¿Ya no me odias? —preguntó Fernando, sorprendido por mi reacción.
—No tanto como para querer verte muerto —respondí, todavía aferrada a él.
Fernando me apartó suavemente y me miró a los ojos. Había algo en su mirada, una mezcla de sorpresa y... ¿afecto? Era difícil de descifrar, pero en ese momento, todo lo que importaba era que él estaba bien.
—¿Qué pasó? —preguntó, viendo la preocupación en mi rostro.
—Encontré una caja con tu ropa manchada de sangre. Pensé que algo te había pasado —dije, tratando de recuperar la compostura.
Fernando frunció el ceño.
—Debe ser una advertencia. No te preocupes, nos encargaremos de esto. Vamos a aumentar la seguridad —dijo con determinación.
Editado: 28.11.2024