Fernando
El tiempo pareció detenerse mientras esperaba afuera de la sala de emergencias. Mi mente estaba llena de imágenes de Valentina, el dolor en su rostro, la sangre. Cada segundo que pasaba sin noticias me sentía más desesperado. Los minutos se arrastraban, y finalmente, el doctor salió de la sala, su expresión seria pero ligeramente aliviada.
—¿Cómo está ella? —pregunté, casi sin poder contener mi ansiedad.
—Valentina está estable —dijo el doctor, tratando de ofrecerme una sonrisa tranquilizadora—. La operación fue exitosa, pero necesitará tiempo para recuperarse. Estará en la sala de recuperación por un tiempo, pero pronto podrá pasar a verla.
Un peso se levantó parcialmente de mis hombros, aunque la preocupación seguía allí, gravemente presente. Asentí con la cabeza, agradecido por la noticia.
—¿Cuándo podré verla? —pregunté, mi voz temblando ligeramente.
—En cuanto esté despierta y completamente estable, la pasaremos a una habitación. Entonces, podrá visitarla. Mientras tanto, si necesita algo, no dude en decírmelo —me respondió el doctor.
Me quedé esperando, mis pensamientos en Valentina y en el futuro que todavía nos esperaba. La angustia y el dolor se mezclaban con la esperanza de verla pronto despertar. Mientras tanto, intenté mantener la calma, sabiendo que ella necesitaba todo el apoyo y el amor que pudiera darle.
Pasaron unas horas antes de que el doctor viniera a decirme que Valentina estaba lista para recibir visitas. Sentí una oleada de alivio al escuchar que estaba despierta y estable. Me dirigí rápidamente hacia su habitación, con el corazón palpitando en mi pecho.
Al entrar, la vi acostada en la cama, su rostro pálido pero con una calma en su expresión. Los monitores a su alrededor emitían pitidos regulares, y la luz suave de la habitación parecía crear una atmósfera de serenidad. Me acerqué lentamente, tratando de no hacer ruido para no asustarla.
—Valentina —susurré, tomando su mano con suavidad—. Estoy aquí.
Sus ojos se abrieron lentamente, y aunque estaba cansada, pude ver la chispa de reconocimiento en su mirada. Intentó sonreír, pero se notaba el esfuerzo en su rostro.
—Fernando —dijo, su voz débil pero cargada de emoción—. Pensé que...
—Estoy aquí —interrumpí suavemente—. Todo va a estar bien ahora. No tienes que preocuparte por nada más.
Su mirada se suavizó, y parecía que se estaba aferrando a mi presencia como una ancla en medio de la tormenta. Me senté en la silla al lado de su cama, sin soltar su mano.
—Lo siento —murmuró ella, con lágrimas en los ojos—. No quería que te metieras en esto.
—No es tu culpa —dije—. Solo concédenos tiempo para salir de esto juntos. Te amo, Valentina, y voy a estar a tu lado mientras te recuperas.
La habitación se llenó de un silencio reconfortante, roto solo por el suave sonido de los monitores. Sentí una mezcla de gratitud y desolación, pero sobre todo, un profundo deseo de protegerla y asegurarme de que nunca más pasara por algo tan doloroso.
Nos quedamos allí, en silencio, tomados de la mano, mientras yo vigilaba su respiración y la calma que finalmente parecía volver a ella. Sabía que la recuperación sería un camino largo y complicado, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que había una luz al final del túnel.
Mientras Valentina dormía plácidamente, no pude evitar pensar en las palabras que había dicho. "Te amo". Salieron de mi boca sin pensarlo, pero al ver a Valentina ahí, frágil y vulnerable, me di cuenta de que eran verdad. La amaba, más de lo que había querido admitir.
El doctor entró en la habitación y me hizo una señal para que lo siguiera afuera. Me levanté con cuidado, soltando la mano de Valentina, y lo seguí al pasillo.
—Señor Uriarte, hay algo importante que necesito discutir con usted respecto a la salud de Valentina —dijo el doctor con una expresión seria.
—¿Qué sucede? —pregunté, tratando de mantener la calma.
—Durante nuestra revisión, notamos que Valentina toma medicamentos para ataques de claustrofobia. Quería saber si usted estaba al tanto de esto y si hay alguna otra condición médica de la que debamos estar informados.
Me quedé paralizado por un momento. No sabía nada sobre eso. Valentina nunca me había mencionado que sufría de claustrofobia ni que tomaba medicamentos para controlarlo.
—No, no lo sabía —admití, sintiendo una punzada de culpabilidad por no haber estado más atento a su bienestar.
El doctor asintió lentamente.
—Es crucial que se asegure de que tome sus medicamentos regularmente. Los ataques de claustrofobia pueden ser extremadamente debilitantes y peligrosos si no se tratan adecuadamente.
—Haré todo lo posible para asegurarme de que esté bien —respondí, sintiendo una determinación renovada.
Volví a la habitación y me senté de nuevo al lado de Valentina, observando su rostro sereno mientras dormía. Sentía una mezcla de emociones: amor, preocupación, y una profunda necesidad de protegerla.
Tomé su mano suavemente, decidido a estar ahí para ella, sin importar lo que el futuro nos deparara. Sabía que tendríamos que enfrentar muchos desafíos juntos, pero estaba listo para todo. Valentina era mi mundo, y haría lo que fuera necesario para mantenerla a salvo y feliz.
Editado: 28.11.2024