Valentina
Me quedé inmóvil, escuchando los pasos de Dolgov desvanecerse al otro lado de la puerta. La habitación quedó sumida en un silencio opresivo, interrumpido solo por el eco de mis propios pensamientos y el palpitar en mis muñecas, aún atadas. La habitación estaba fría, y la sensación de encierro se hacía cada vez más asfixiante.
De repente, la puerta se abrió de nuevo, y un hombre corpulento, de expresión impenetrable, entró en silencio. Se acercó a mí sin decir una palabra, sacó un cuchillo y cortó las cuerdas que me sujetaban a la silla. Las cuerdas cayeron al suelo, y pude sentir el alivio en mis muñecas, aunque la piel estaba irritada y roja por la presión.
—Sígueme —ordenó con voz grave, sin siquiera mirarme a los ojos.
Apenas podía moverme después de tanto tiempo atada, pero me obligué a ponerme de pie y mantener la compostura. Si quería salir de esta, necesitaba mantener la calma, aprender todo lo que pudiera sobre mi situación y no mostrar debilidad.
El hombre me guió por un pasillo oscuro y frío, hasta detenerse frente a una puerta de madera más grande y cuidada. La abrió, y me empujó suavemente hacia el interior. La habitación era mucho más cómoda que el lugar anterior: tenía una cama amplia, sábanas de seda y una ventana por la que apenas se filtraba algo de luz. A un lado, una cómoda con ropa doblada y limpia. Estaba claro que Dolgov había preparado esta habitación para que me quedara aquí.
—Tienes todo lo que necesitas —dijo el guardia en tono monótono—. Y si necesitas algo más, llama. Estaré vigilando afuera.
Asentí, tratando de contener mis emociones mientras él cerraba la puerta, dejándome finalmente sola.
Me quedé en el centro de la habitación, respirando hondo, tratando de calmar mi mente. Me acerqué a la cama y dejé que mis dedos rozaran la suave tela de las sábanas, intentando encontrar en esa pequeña comodidad algo de fortaleza. Entonces, sin pensarlo mucho, llevé una mano a mi vientre, donde mis bebés crecían. Cerré los ojos, sintiendo la fuerza de esa vida que llevaba dentro.
"Voy a protegerlos", me dije en silencio. "No importa lo que tenga que hacer, no importa cuánto duela. Ustedes estarán a salvo."
El recuerdo de Fernando era una punzada constante en mi pecho, y el dolor por su pérdida me desgarraba el alma. Pero también me llenaba de una determinación feroz, una que me daba la fuerza para enfrentar a Dolgov y a cualquier otro enemigo que intentara arrebatarme lo que amaba. Sabía que cada decisión que tomara desde ahora sería crucial para nuestra supervivencia.
Mientras acariciaba mi vientre, una sola idea se afianzaba en mi mente: Dolgov creía que me había quebrado, pero estaba muy equivocado. Lo que había hecho, en cambio, era despertar a una madre dispuesta a luchar hasta el final, y que no descansaría hasta verlo caer.
Miré alrededor de la habitación, observando cada detalle, buscando alguna pista, algo que pudiera ayudarme a escapar o que me revelara una debilidad en la seguridad de Dolgov. Por ahora, mi mejor arma sería la paciencia, y el tiempo suficiente para planear mi próxima jugada.
Me quedé sola en la habitación, aún envuelta en el eco de las palabras de Dolgov. Necesitaba pensar con claridad, pero el cansancio y la tensión me pesaban demasiado. Decidí que lo primero era asearme y cambiarme; necesitaba sentirme fuerte y recuperar, aunque fuera un poco, la sensación de control.
Me acerqué a la cómoda, donde había varias prendas dispuestas para mí. Observé la ropa, evaluando cada prenda hasta elegir algo sencillo y cómodo. Al lado había una puerta que daba a un pequeño baño. Al entrar, el vapor que pronto llenó el lugar se convirtió en un alivio bienvenido. Dejé que el agua caliente se deslizara sobre mí, llevándose, aunque fuera por unos momentos, el peso de las emociones. Mi mente se calmó y, por primera vez desde que me desperté en esa habitación, pude tomar una bocanada de aire profundo.
Al salir, me puse la ropa limpia y me senté en el borde de la cama, intentando planificar, aunque fuera solo en mi mente. Sabía que no podía quedarme sin hacer nada. Dolgov creía que tenía todo el control, pero no pensaba dárselo tan fácilmente. Mi único objetivo, más allá de cualquier amenaza, era proteger a mis bebés, y ese pensamiento me llenaba de determinación.
Minutos después, escuché que alguien tocaba suavemente la puerta. Me giré, alerta. La puerta se abrió despacio, y apareció el mismo hombre que me había traído aquí. En sus manos sostenía un pequeño teléfono.
—Tómalo —dijo en voz baja, mirando hacia ambos lados antes de cerrar la puerta tras él. Me extendió el teléfono y bajó la voz aún más—. Guárdalo bien, que Dolgov no lo vea.
Lo miré, confundida, y mis ojos buscaron en su expresión alguna pista sobre sus intenciones. Era un hombre que había demostrado lealtad a Dolgov, al menos en apariencia, pero ahora me estaba ayudando.
—¿Por qué haces esto? —le pregunté, sin poder contener la pregunta.
El hombre se quedó en silencio unos segundos antes de contestar, manteniendo su mirada firme.
—Porque sé que él no merece lealtad, y porque no siempre se pueden evitar ciertas injusticias. Usa el teléfono solo cuando estés segura de que no te está vigilando.
Me quedé en silencio, asimilando sus palabras, y sentí una chispa de esperanza crecer dentro de mí. Sostuve el teléfono con fuerza, agradecida por la posibilidad de comunicación que me brindaba. Si tenía suerte, quizá podría contactar a alguien de confianza, alguien que pudiera ayudarme a salir de aquí o, al menos, avisarles que estaba viva.
Editado: 28.11.2024