Pacto De Hielo Y Poder

Capitulo 22

Valentina

Abrí los ojos lentamente, sintiendo la luz cegadora del techo del hospital y un dolor profundo que no solo estaba en mi cuerpo, sino también en mi alma. La última imagen que recordaba era el rostro de Fernando desvaneciéndose entre mis brazos, sus palabras de amor resonando en mi mente mientras todo se volvía oscuro.

Al girar la cabeza, vi a Demian sentado a mi lado, observándome con una mezcla de preocupación y alivio.

—Demian… —susurré, mi voz apenas un murmullo—. ¿Dónde está Fernando?

Demian se inclinó hacia mí, y pude ver un destello de esperanza en sus ojos.

—Fernando está en operación ahora mismo —respondió, su voz calmada pero firme—. Los doctores están haciendo todo lo posible, pero es fuerte, Valentina. Muy pronto lo verás.

Una oleada de alegría y alivio recorrió mi cuerpo, como una cálida corriente en medio del frío. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, y me cubrí la boca con la mano, incapaz de contener la emoción. Fernando estaba vivo. Contra todo pronóstico, él seguía luchando.

—Gracias… gracias a Dios —susurré, sintiendo cómo el peso insoportable de la pérdida se aligeraba un poco.

Demian me sonrió con ternura, colocando una mano en mi hombro para darme fuerzas.

—Tú también eres fuerte, Valentina. Lo has hecho increíblemente bien. No te preocupes, él saldrá de esto. Muy pronto podrán estar juntos.

Apreté su mano, sintiéndome más en paz que en días, aferrándome a la promesa de que vería a Fernando de nuevo.

Dos horas después, estaba sentada en la cama, intentando contener la ansiedad mientras repasaba una y otra vez las palabras de Demian. Fernando estaba vivo y luchando, y muy pronto podría estar a su lado. Aún no podía creerlo, y cada vez que cerraba los ojos, sentía sus últimas palabras en mis oídos, como si me aferraran a él más que nunca.

La puerta se abrió suavemente, y una doctora entró en la habitación, su expresión cálida y tranquila.

—Señorita Valentina, ¿cómo se siente? —preguntó, mientras revisaba los monitores junto a mi cama.

—Estoy bien… o mejor de lo que esperaba —respondí, ansiosa por cualquier noticia.

Ella me dedicó una pequeña sonrisa y se acercó a la cama.

—Eso es excelente. Aunque necesita mucho descanso, tanto usted como los bebés están estables. Según nuestros cálculos, en unos días estará lista para dar a luz, así que prepárese para la llegada de sus pequeños.

La alegría llenó mi corazón. Saber que mis bebés estaban bien, que podrían nacer sanos y que pronto tendría a Fernando a mi lado para vivir ese momento, me daba una fuerza renovada.

—Gracias, doctora —susurré, emocionada.

Ella asintió y, después de revisar algunas notas, se volvió hacia mí con una sonrisa más amplia.

—Por cierto, hay alguien que ha estado insistiendo en verla. Parece que no podía esperar más. Es Fernando. Ya puede verlo.

Sentí un escalofrío recorrerme al escuchar su nombre. La doctora se retiró, y con la ayuda de Demian, me levanté lentamente de la cama. Mi corazón latía rápido mientras caminaba por el pasillo, como si todo mi ser estuviera guiándome hacia él. Cada paso acercaba la imagen de Fernando a mi mente, y mis manos temblaban de la emoción y el nerviosismo.

Al llegar a la puerta de su habitación, me detuve por un segundo, respirando hondo antes de entrar. Cuando abrí la puerta, allí estaba él, recostado en la cama, pálido pero despierto, y al verme, sus ojos se iluminaron con esa misma chispa que siempre me había dado fuerzas.

—Valentina… —murmuró, y su voz, suave y débil, era el sonido más hermoso que había escuchado en toda mi vida.

No pude contener las lágrimas mientras me acercaba y tomaba su mano, sintiendo el calor de su piel, la realidad de su presencia.

—Fernando… pensé que te había perdido —susurré, ahogando un sollozo mientras él entrelazaba sus dedos con los míos.

Él me miró con una sonrisa débil, pero llena de amor, y acarició mi mano con suavidad.

—Te lo prometí, Valentina. Siempre estaré aquí… contigo y con nuestros bebés.

Fernando me miraba con esos ojos que siempre habían sido mi refugio, llenos de amor y ternura a pesar de su debilidad. Sentí cómo él entrelazaba sus dedos con los míos, y luego, sin decir nada, me acercó suavemente hasta que sus labios rozaron los míos. Fue un beso cálido, lleno de promesas y de un amor que sobrevivía a todo. En ese instante, el mundo pareció detenerse, y no existía nada más que nosotros dos.

Cuando se separó, me miró con una sonrisa cansada pero auténtica y deslizó una mano hasta mi vientre.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó en voz baja, con una dulzura que me hizo temblar de emoción—. ¿Y cómo están nuestros bebés?

Una sonrisa se dibujó en mis labios, y con una mano sobre la suya, asentí con lágrimas de felicidad en los ojos.

—Estoy bien… y los bebés también —susurré, sintiendo cómo la emoción crecía dentro de mí—. La doctora dice que en unos días podrían nacer, y solo deseo que estés conmigo cuando llegue el momento.




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