Fernando
Había pasado un mes desde el nacimiento de Sofia y Alejandro, y cada día sentía que nuestra vida se acercaba más al futuro que siempre habíamos deseado. La casa estaba llena de cajas y maletas, y cada rincón hablaba de una nueva etapa. Valentina y yo nos movíamos entre las habitaciones, asegurándonos de empacar solo lo necesario para nuestro viaje a Italia.
El equipo de seguridad que había contratado era de confianza absoluta; hombres que conocía desde hace años y que habían jurado proteger a mi familia con sus vidas. Ya habían adelantado todo en Italia: una villa apartada cerca del mar, con grandes ventanales y jardines que se extendían hasta donde la vista alcanzaba. La casa estaba equipada con lo mejor en seguridad, y un grupo de guardaespaldas la vigilaba día y noche. Cada detalle había sido pensado para que Valentina, Sofia y Alejandro tuvieran la tranquilidad que merecían.
En la sala, Valentina sostenía a Sofia mientras la mecía suavemente. Nuestros pequeños ya comenzaban a responder a nuestro entorno, y verlos sonreír o seguir nuestros rostros con sus ojos era la mayor recompensa que podíamos pedir. Me acerqué y rodeé a Valentina con un brazo, observando a nuestra hija, que parecía tan serena y en paz.
—¿Estás lista para este nuevo comienzo, amor? —le pregunté, acariciando suavemente su espalda.
Ella asintió, mirándome con esa mirada llena de amor y determinación que tanto me había inspirado desde el primer día.
—Más que lista, Fernando. Italia será nuestro refugio, el lugar donde Sofia y Alejandro puedan crecer libres de todo lo que dejamos atrás. Siento que, por fin, estamos cerrando este capítulo y empezando otro lleno de paz.
Sonreí, apretando suavemente su mano. Italia no solo representaba un nuevo país, sino una oportunidad de construir algo auténtico, un lugar donde el pasado no nos alcanzara.
—Nuestros hijos van a crecer rodeados de amor, lejos de cualquier peligro. Y aunque siempre habrá gente cuidándolos, seremos nosotros quienes les demos la seguridad que necesitan —dije, mirando a Valentina y luego a nuestros pequeños.
Ella asintió y, con Sofia en brazos, se inclinó para darle un suave beso en la frente. Alejandro, en su cuna, dormía tranquilo, ajeno a toda la preparación a su alrededor, pero sentía que, de alguna forma, él también entendía que un cambio estaba por llegar.
—Estamos listos, Fernando. Para todo lo que venga.
Nos quedamos en silencio, observando a nuestros hijos y sintiendo que habíamos superado el mayor desafío. Nuestro nuevo hogar nos esperaba, y con cada día que pasaba, el sueño de una vida tranquila y llena de amor se volvía más real.
Valentina meció a Sofia en sus brazos unos instantes más, observando cómo nuestra pequeña respiraba suave y profundamente. Con una ternura infinita, la llevó hasta su cuna y la acostó con cuidado, asegurándose de que estuviera bien arropada y cómoda. La pequeña ni siquiera se inmutó; su sueño era tan tranquilo que parecía perderse en su propio mundo, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor.
Observé a Valentina mientras la arropaba. La forma en que la miraba, como si guardara cada detalle de nuestra hija en su memoria, me conmovía profundamente. No podía creer lo afortunado que era al tenerla a mi lado, al ver cómo se había convertido en la madre de nuestros hijos. En silencio, me acerqué y rodeé su cintura con mis brazos, abrazándola desde atrás. Sentí cómo se relajaba en mi abrazo, y me incliné, dejando un suave beso en su hombro.
Valentina se giró lentamente, mirándome con esa dulzura que siempre había hecho que el mundo desapareciera cuando estábamos juntos. Sus ojos brillaban con el reflejo de todo lo que habíamos vivido y todo lo que soñábamos por construir. Sin decir una palabra, deslizó sus manos por mis hombros y se acercó hasta que nuestras respiraciones se mezclaron. Entonces, sus labios se unieron a los míos en un beso suave y profundo, lleno de amor y de promesas.
Era un momento perfecto, rodeados por el silencio y la paz de nuestra casa, con nuestros hijos descansando cerca, y el futuro desplegándose ante nosotros. Sentí cómo mi corazón latía con fuerza, sabiendo que no había nada en el mundo que quisiera más que estar aquí, con ella.
Al separarnos, apoyé mi frente contra la suya, disfrutando de la cercanía y de la calma que solo Valentina me brindaba.
—No puedo esperar a comenzar esta nueva vida contigo —le susurré, acariciando su mejilla—. Has sido mi fuerza, y ahora… ahora estamos más cerca que nunca de todo lo que soñamos.
Ella sonrió, y sus dedos recorrieron mi rostro con ternura.
—Tú eres mi hogar, Fernando. No importa dónde vayamos, siempre que esté contigo —murmuró, sus palabras llenas de una sinceridad que me hizo amarla aún más.
La abracé con fuerza, prometiéndome a mí mismo que nunca dejaría de protegerla, de amarla y de construir esta vida que juntos habíamos decidido crear. Sabía que, pase lo que pase, enfrentaríamos todo juntos.
Con nuestros labios aún unidos y su cuerpo tan cerca del mío, el momento se sentía perfecto, lleno de una paz que solo ella lograba traerme. Finalmente, me separé un poco y acaricié su rostro, observando esos ojos que siempre me habían dado fuerza. Teníamos tanto por delante, una vida nueva y llena de promesas, y ya no podía esperar a comenzar esa etapa junto a ella y nuestros hijos.
Editado: 28.11.2024