Valentina
El auto se detuvo suavemente junto al avión privado, que nos esperaba en la pista, reluciente bajo la luz de la mañana. Sentí un nudo de emoción en el estómago al ver el avión, sabiendo que en cuanto subiéramos a bordo, estaríamos dejando atrás un capítulo difícil y doloroso de nuestras vidas. Fernando y yo nos miramos, compartiendo una sonrisa llena de anticipación y esperanza.
Los guardias abrieron las puertas del auto y se acercaron para ayudarnos con los bebés. Con Sofia en mis brazos y Alejandro en los de Fernando, comenzamos a subir las escaleras del avión. Cada paso que dábamos parecía traer consigo un nuevo comienzo, un futuro lleno de promesas. Me aferré un poco más a nuestra pequeña, sintiendo su calor y su respiración tranquila, como si ella misma supiera que todo iba a estar bien.
Al entrar en la cabina, el espacio estaba perfectamente preparado para nosotros, con asientos cómodos y mantas listas para los bebés. Fernando y yo nos acomodamos en nuestros asientos, asegurando a Sofia y Alejandro en sus pequeñas cunas de viaje a nuestro lado. No pude evitar mirarlos con ternura; su tranquilidad y su inocencia eran nuestro motor, la razón por la que estábamos aquí, listos para comenzar de nuevo.
Cuando finalmente nos sentamos y abroché mi cinturón, volví a tomar la mano de Fernando, quien me miraba con una expresión de amor y orgullo. Nos habíamos enfrentado a tantas cosas juntos, y llegar a este punto era un logro que solo nosotros comprendíamos en toda su profundidad.
—¿Estás bien? —me susurró, acariciando mi mano.
—Sí, Fernando. Estoy más que bien —respondí, sonriendo—. Estamos juntos, y eso es todo lo que importa.
Él asintió, y nos quedamos en silencio mientras el avión comenzaba a moverse, dirigiéndose hacia la pista de despegue. Miré por la ventana, observando el paisaje que dejábamos atrás. Aunque Rusia siempre sería parte de nuestra historia, ahora todo eso quedaba en el pasado.
Con Sofia y Alejandro a nuestro lado, y Fernando tomando mi mano con fuerza, supe que estábamos listos para lo que viniera. El avión despegó suavemente, elevándonos hacia el cielo y hacia una nueva vida en Italia. Mientras nos alejábamos, cerré los ojos y respiré profundamente, sintiendo una paz que nunca antes había sentido. Nuestro futuro comenzaba ahora.
El avión comenzó a descender, y a través de la ventana, vi los campos verdes y las colinas italianas extendiéndose bajo nosotros, llenas de vida y tranquilidad. Una emoción cálida y esperanzadora llenó mi pecho; este era el lugar que habíamos elegido para comenzar de nuevo, donde nuestros hijos crecerían libres y seguros. Miré a Fernando y, al ver su sonrisa tranquila, sentí que todo iba a estar bien.
Sofia y Alejandro dormían plácidamente en sus cunas de viaje, sin darse cuenta del cambio de país ni del mundo que los esperaba afuera. Finalmente, el avión tocó tierra, y un suspiro de alivio escapó de mis labios. Estábamos en Italia; nuestro nuevo hogar.
En cuanto el avión se detuvo, los guardias ya estaban esperando afuera, junto con un auto preparado para llevarnos a la mansión. Al salir del avión con los bebés en brazos, una brisa suave y fresca nos dio la bienvenida. Fernando y yo intercambiamos una mirada cargada de significado; estábamos listos para comenzar nuestra vida aquí, juntos.
Uno de los guardias se acercó y, con una reverencia respetuosa, indicó que el auto estaba listo para nosotros. Subimos con los bebés y los acomodamos con cuidado en sus asientos, asegurándonos de que estuvieran cómodos y protegidos. Una vez que estuvimos todos en el auto, este comenzó a moverse, llevándonos por las carreteras italianas que serpenteaban entre viñedos y villas antiguas.
El paisaje era hermoso, como sacado de un sueño. Cada kilómetro nos acercaba más a la mansión que Fernando había preparado para nosotros, una casa llena de luz y tranquilidad, donde podríamos construir los recuerdos y la vida que siempre habíamos deseado.
Apreté la mano de Fernando mientras miraba a nuestros hijos, que seguían dormidos con una expresión de paz total. Sonreí, sintiendo cómo la alegría y la gratitud me llenaban. Este era nuestro hogar, y estaba segura de que aquí, finalmente, podríamos ser felices.
El auto avanzaba por el camino rodeado de cipreses, y a medida que nos acercábamos, la mansión se revelaba ante nosotros, imponente y hermosa en medio del paisaje italiano. Era incluso más perfecta de lo que había imaginado. La casa, construida con piedra antigua y rodeada de jardines cuidados, parecía irradiar una serenidad que nos invitaba a quedarnos.
Miré a Fernando, que me observaba con una sonrisa llena de satisfacción, como si estuviera leyendo cada pensamiento en mi mente. Sabía cuánto había trabajado para darnos este lugar, y el solo hecho de que estuviéramos aquí, listos para comenzar, hacía que el viaje y cada sacrificio valieran la pena.
El auto se detuvo en la entrada principal, y un grupo de guardias y personal de servicio nos esperaba, alineados y atentos para darnos la bienvenida. Sus rostros reflejaban respeto y dedicación; estos eran los hombres y mujeres que cuidarían de nuestra familia y de nuestra nueva vida aquí.
Fernando y yo bajamos del auto con Sofia y Alejandro en brazos. Sentir el aire fresco y ver el cielo azul sobre nosotros me dio una paz que no había sentido en mucho tiempo. Observé los jardines que rodeaban la casa, llenos de flores y caminos que serpenteaban hacia rincones encantadores, y supe que este lugar era un refugio, un lugar seguro para nuestros hijos.
Editado: 28.11.2024