Pacto De Hielo Y Poder

Epilogo

Han pasado cinco años desde aquel primer cumpleaños de nuestros gemelos, y aún siento como si fuera ayer cuando vimos sus ojitos brillar con asombro y emoción. Nuestra vida en Italia ha sido más que un sueño hecho realidad: es una historia que construimos cada día, llena de risas, amor, y las pequeñas aventuras que nuestra familia ha vivido. Sofia y Alejandro, nuestros bellos angelitos, han crecido y se han convertido en dos niños curiosos, cariñosos y llenos de energía, cada uno con una personalidad única.

Esta mañana fue como cualquier otra. Los gemelos corrían por la casa, con sus risas resonando en cada rincón. Verlos tan llenos de vida siempre me llena de felicidad, y a Fernando y a mí nos gusta tomarnos un momento cada día para observarlos y recordar lo afortunados que somos de tenerlos. Pero hoy, algo diferente me despertó: un ligero malestar, una sensación extraña que no podía ignorar.

Mientras preparaba el desayuno, sentí un mareo que me hizo detenerme por un momento. No quise darle demasiada importancia y, con una sonrisa, me distraje viendo cómo Sofia ayudaba a Alejandro a ponerse los zapatos para la escuela. Parecía un malestar pasajero… hasta que, unas horas después, el malestar volvió, esta vez acompañado de una fuerte náusea.

A media mañana, cuando los gemelos ya estaban en la escuela, decidí hacer una prueba de embarazo. Mi corazón latía rápidamente mientras la miraba, esperando el resultado con una mezcla de sorpresa y emoción. Y entonces, ahí estaba: positivo.

Los pensamientos se agolparon en mi mente, cada uno más emocionante que el anterior. No podía esperar para compartir la noticia con Fernando, aunque algo dentro de mí me decía que debía confirmarlo primero. Así que, respirando hondo, guardé la prueba en mi bolso y me dirigí a su oficina. Quería que fuera el primero en saberlo, que viviéramos juntos este momento desde el principio.

Cuando llegué, su secretaria me recibió con una sonrisa, sorprendida por mi visita inesperada, pero amablemente me guió hasta su despacho. Al entrar, vi a Fernando concentrado en su trabajo, pero al verme, su rostro se iluminó con esa sonrisa cálida que me enamora cada día.

—Valentina, qué sorpresa tan agradable —dijo, levantándose para acercarse a mí.

Le sonreí, intentando mantener la calma mientras él me rodeaba con un brazo.

—Fernando… tengo algo importante que contarte —dije, mirándolo directamente a los ojos, sin poder contener la emoción.

Su expresión se volvió curiosa, y tomó mi mano con suavidad.

—¿Estás bien? —preguntó, con una mezcla de preocupación y ternura.

Asentí, aunque sabía que mis ojos reflejaban la mezcla de sentimientos que llevaba dentro.

—Quiero que vengas conmigo al doctor. Creo… creo que podríamos estar esperando a otro bebé —le dije, sintiendo que el corazón me latía con fuerza al pronunciar esas palabras.

Fernando me miró con sorpresa, y por un momento se quedó en silencio, procesando lo que le acababa de decir. Luego, una sonrisa suave y llena de amor iluminó su rostro, y sus ojos brillaron de emoción.

—¿En serio? —preguntó, con una voz que reflejaba tanto sorpresa como felicidad—. Valentina, esto es… increíble.

Lo tomé de la mano, y juntos nos dirigimos al consultorio médico. Mientras conducía, me mantuvo cerca de él, y yo no pude evitar recordar todos los momentos que habíamos compartido desde el nacimiento de los gemelos. Cada instante parecía cobrar más sentido en este momento, cuando la posibilidad de tener otro hijo llenaba nuestros corazones de alegría.

Al llegar, la doctora nos recibió con una sonrisa, y no tardó en hacerme una serie de preguntas antes de realizar la prueba correspondiente. Fernando se sentó a mi lado, sosteniendo mi mano y mirándome con una ternura que hacía que cada miedo se desvaneciera. En pocos minutos, la doctora regresó con una sonrisa aún más amplia.

—Felicidades, Valentina. Estás embarazada.

Sentí que el mundo entero se detenía por un instante. Fernando apretó mi mano y vi cómo sus ojos se llenaban de emoción.

—¿Un… bebé? —murmuré, aún procesando las palabras.

La doctora asintió, con una expresión cálida y comprensiva.

—Así es. Estás esperando un nuevo bebé.

Me giré hacia Fernando, y él me abrazó con fuerza, susurrándome al oído:

—Te amo, Valentina. Gracias por hacerme el hombre más feliz del mundo, una vez más.

Nos quedamos en silencio, disfrutando de ese momento único, sabiendo que nuestro amor había dado fruto nuevamente. Mientras salíamos de la consulta, abrazados y llenos de alegría, me di cuenta de que, al final de todo, aquel pacto de hielo y poder que un día nos unió, se había transformado en algo mucho más grande: se había convertido en una familia, en un amor inquebrantable, que ahora crecía una vez más en el corazón de nuestra historia compartida.

Salimos del consultorio aún tomados de la mano, con una alegría que no podíamos contener. Fernando y yo nos mirábamos constantemente, compartiendo sonrisas cómplices y llenas de emoción. En el auto, mientras nos dirigíamos a la escuela de los gemelos, no dejábamos de imaginarnos cómo reaccionarían al saber que pronto serían hermanos mayores.

Al llegar a la escuela, vimos a Sofia y Alejandro esperándonos con sus mochilas y sonrisas de oreja a oreja. Al vernos, corrieron hacia nosotros, y ambos los recibimos con abrazos.




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