Pain || 3#

CHAPTER 6

~ NARRADOR ~
 

Alessa se había levantado esa mañana de muy buen humor, como hacía tiempo que no lo hacía. Pero hoy era un día importante, ya que empezaba a trabajar para los Rinaldi y sentía que era un camino nuevo que tomar. Por eso, había decidido usar un vestido verde largo que no usaba desde hacía bastante tiempo. Supo que ese día era el momento perfecto para hacerlo. Continuar con la rutina de siempre con su madre era algo que siempre la cansaba, pero saber que hoy estaría un poco más de tiempo con ella y que podrían comer algo un poco más elevado y que le gustaba a Runa, la puso de mucho mejor humor.

 

—¿Hoy irás a lo de los Rinaldi? —preguntó su madre, comiendo de su bowl lleno de frutas. Se habían sentado a ver un poco de televisión antes de que la mujer tuviera que tomar el camino largo para llegar a la mansión de sus empleadores. Por un momento, pensó que tendría que gastar dinero en taxi, pero prefería seguir haciendo ejercicio de esa forma. Alessa asintió con la boca llena, pero con el semblante bastante relajado. Tenía un buen presentimiento.

 

—¿No crees que deberías dejar uno de tus trabajos? Pasaríamos más tiempo juntas… —dijo Runa, haciendo sentir algo extraña a su hija. Ella había tomado esos trabajos para que su madre tuviera la mejor atención médica, y ahora no tenía que hacerlo ya que gracias a su seguro médico podría darse el lujo de relajarse un poco más. Pero tampoco quería bajar la guardia y no reunir dinero para el futuro. No sabía cuánto tiempo estaría trabajando con ellos; sabía que no sería toda la vida, y cuando su contrato se acabara o cuando Nicolás no la necesitara más, ella tendría que regresar a la vida que tenía antes.

 

Esperaba que su madre pudiera volver a tener una vida normal o… morir. Esperaba que la primera opción fuera la que llegara primero. No podía ni pensar en la idea de que su madre no estaría con ella nunca más. Alessa tenía que pensarlo mejor. Estaba haciendo todo eso por su madre, y la mayor se había comenzado a dar por vencida.

 

—Voy a intentar hacer lo posible para pasar mucho más tiempo contigo, madre —dijo la mujer, dejando un beso en la cabeza de su madre—. Se me hace un poco tarde, voy a irme y volveré en un par de horas para hacer el almuerzo…

 

La mujer no podía demostrar tristeza frente a su madre, no por la mujer, sino porque era incapaz desde hace muchos años de hacerlo frente a alguien. Siempre le había gustado hacerlo en completa soledad, donde nadie pudiera juzgarla por las lágrimas derramadas, por el dolor tirado al suelo y pisoteado por ella misma.

 

Aquí te dejo el texto corregido:

 

La rubia se levantó de su cama después de abrigarse y tomar su mochila. Antes de subirse a la bicicleta, se colocó los auriculares para ponerse música durante el viaje de 40 minutos hasta la casa de los Rinaldi, quienes la estaban esperando. Ese día, Elettra había salido temprano al trabajo, y Loretta quiso prepararle el desayuno preferido de su hijo, quien seguía de mal humor.

 

—Te tengo una sorpresa —dijo Loretta, dejando la comida sobre el regazo de su hijo. El hombre apenas soportaba la compañía de su madre últimamente—. Vendrá una persona que ayudará… —Nicolás alzó la mirada de su libro. No había querido mirar a su madre hasta que escuchó que alguien vendría a casa. Frunció el ceño y cerró el libro con fuerza.

 

—No quiero ayuda de nadie —sentenció el hombre con la voz ronca. Apenas había hablado desde que regresó a casa. Se había sumido en una depresión que lo había obligado al silencio eterno. Él se estaba resignando a que estaría así toda la vida. En cualquier momento podría trabajar desde casa, pero nunca más volvería a la calle. Ahora su vida se iba a resumir a estar en casa. Por ende, ¿de qué servía esa supuesta ayuda que vendría? Loretta, más allá de asustarse por la reacción de su hijo, se enojó. ¿Cómo era posible que después de haber criticado a su hermano cuando estuvo deprimido durante cierto momento de su vida, ahora no quisiera aceptar lo que tanto le dijo a su hermano que tenía que buscar?

 

—No me importa que no quieras ayuda. La vas a tener, y ella no se irá hasta que tú vuelvas a estar bien, ¿me entendiste, Nicolás? —dijo la mujer levantándose de la cama. No iba a permitir que su hijo siguiera manipulándola de la misma forma que lo había logrado en las últimas semanas. Ella se sentía muy culpable del estado de su hijo y había hecho todo para que el hombre no fuera molestado, pero solo había logrado que estuviera sumido en esa depresión que no lo llevaría a nada bueno.

 

Ella abandonó la habitación del hombre y fue hasta la cocina, donde soltó el llanto que había retenido durante el camino de regreso hasta ese lugar. No sabía qué hacer, no entendía cómo alguien que había estado tan bien durante años ahora estuviera de esa forma. Algo que le costaba entender a Loretta es que sus hijos no estaban del todo bien. Aunque Santino había salido de su momento oscuro, y Elettra parecía que estuviera bien y sobria, había muchas cosas ocultas en casa.

 

Alessa había llegado finalmente a la casa de los Rinaldi, una mansión pintada de un color crema muy bonito con grandes zonas de vegetación. Al llegar al portón, un hombre le preguntó quién era. Aunque esperaban a la mujer, no podía dejar entrar a cualquiera que se paraba frente a la puerta. La rubia entró a la propiedad disfrutando del paisaje que tenía el lugar y dejó la bici a un lado de la puerta para tocar el timbre. Loretta limpió su rostro para ir a abrir la puerta, sabía que era Alessa por la hora.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.